Invasión rusa a Ucrania: una nueva pesadilla para la humanidad

A pesar de los esfuerzos existentes en el Sistema Internacional por impedir o limitar la proliferación de armas de destrucción masiva —como los agentes nucleares, químicos y biológicos, y sus atroces secuelas—, es preocupante escuchar a quien conduce el país agresor en el actual conflicto invocar la posibilidad del empleo de los mismos.

Las traumáticas consecuencias de la confrontación europea que azota al mundo desde hace varias semanas son imprevisibles, debido a la incomprensible y cruenta invasión a Ucrania por Rusia, dispuesta por Vladimir Putin, quien pareciera que está viviendo el drama que él desató —y muy probablemente “una victoria pírrica”— desde los éxtasis de su confortable escritorio.

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Por supuesto que su accionar aún está lejos del de sus antecesores Adolf Hitler y Jósif V. Dzhugashvili (Stalin) y del golpe devastador que la Segunda Guerra Mundial propinó a la civilización, en la que se llegó a barbarizar el conflicto por los bandos en pugna. Las Naciones Unidas (ONU), la Unión Europea (UE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fueron incapaces de articular una respuesta diplomática y militar, sin llegar al empleo efectivo de las fuerzas. La OTAN, hasta ahora, parecería que ignora el conflicto. La carencia de verdaderos líderes en el contexto internacional facilitó —y facilita— la vulneración de elementales normas del Derecho internacional Humanitario y de los Usos y Leyes de la Guerra, y que están originando en Ucrania, indiscriminados, miles de muertos, mutilados, heridos, millones de refugiados y desplazados, más daños en infraestructura de un costo incalculable en millones de dólares. Sin entrar en consideraciones contrafácticas, aprecio que es notoria la ausencia de la señora Ángela Merkel en el escenario europeo.

¿Estamos ante una escalada que reaviva la vieja Guerra Fría del siglo pasado, o en los albores de una Tercera Guerra Mundial? Espero que no esto último, aunque es difícil asegurarlo, atento a que las nuevas amenazas del presidente Putin parecieran alejarse de la coexistencia pacífica, quizás favorecido porque se percibe que las naciones no han encontrado nuevas reglas que encaucen y orienten su poder hacia la paz y a convivir más que a existir juntos. El mundo se ha vuelto menos predecible y estructurado, y nos encontramos ante viejas y nuevas amenazas que estaban latentes o minimizadas por el conflicto mayor Este-Oeste. A pesar de los esfuerzos existentes en el Sistema Internacional por impedir o limitar la proliferación de armas de destrucción masiva —como los agentes nucleares, químicos y biológicos, y sus atroces secuelas—, es preocupante escuchar a quien conduce el país agresor en el actual conflicto invocar la posibilidad del empleo de los mismos.

No soy especialista en tan delicado tema, pero me permito un somero análisis de los agentes citados. En su desarrollo y acceso, las armas nucleares requieren una complicada y costosa tecnología, y están sujetas a importantes y serias verificaciones. En la historia solo se emplearon dos –por orden del presidente de los Estados Unidos Harry S. Truman– en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945 y tenían una capacidad de 20 kilotones cada una (un kilotón equivale a mil toneladas de trinitrotolueno-TNT). Murieron doscientas cincuenta mil personas en forma inmediata y otros miles como consecuencia de la posterior lluvia radioactiva. Truman nunca se arrepintió de ello. En la segunda mitad del siglo pasado se produjeron armas nucleares de más de mil kilotones (un millón de toneladas de TNT) cada una. En la actualidad no descarto que existan de mayor poder destructivo. Los Estados nuclearmente armados son: Rusia, EEUU, China, Reino Unido y Francia (todos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU), y en menor medida: India, Paquistán, Israel, Corea del Norte y, aún no confirmado, Irán. Algunos de sus pares en el citado Consejo, y más específicamente el presidente Biden, han calificado a Putin como criminal de guerra.

Con relación a los agentes químicos hay un creciente esfuerzo de la comunidad internacional por impedir su empleo. Existe una Convención y una organización (OPCW- premio Nobel de la paz en 2014) situada en La Haya (Países Bajos), a través de la cual se instrumentan los mecanismos de verificación y control. En la Primera Guerra Mundial se emplearon masivamente por los bandos en pugna. Entre los más conocidos están: el cloro, el oxicloruro de carbono (o fosgeno), el mostaza (o iperita) y el Sarín (o GB); este último es quizá el más letal del mundo y puede causar una rápida y mortal intoxicación. Producen efectos lacrimógenos, asfixiantes, vesicantes, paralizantes y nerviosos. El temor a sus efectos hizo que quedaran prohibidos en la Segunda Guerra Mundial, porque todos los beligerantes les temían, aun estando preparados. En una oportunidad, en el frente oriental, los soviéticos dispararon por error proyectiles de artillería con gas tóxico; antes de notarse el hecho en el lado alemán, llegó el telegrama soviético que advertía, a los efectos de que adoptaran las contramedidas pertinentes y pedían disculpas. Sin embargo, en la Guerra de Vietnam, EEUU lanzó noventa mil toneladas del gas herbicida y defoliante conocido como Agente Naranja, que se estima ocasionó dos millones de muertos y quinientos mil niños nacieron con malformaciones congénitas. En la década de los ´80 se emplearon gases en la guerra entre Irán e Irak y la ONU constituyó el denominado Grupo Australiano a los efectos de lograr el monitoreo en la materia, procurando impedir la proliferación y en el control de las exportaciones de efectos de uso químico-biológico con posibilidades de empleo dual. En tiempos más recientes, en 1988, un atentado terrorista en la ciudad de Tokio empleó gas nervioso Sarín, produjo la muerte de quince personas y al menos cinco mil resultaron hospitalizadas. Fue producido en una habitación de sesenta metros cuadrados. En ese mismo año, Sadam Husein las usó contra Irán en Halabja.

Las armas biológicas o bacteriológicas son muy fáciles de producir, de bajísimo costo y sus efectos son más devastadores. Según algunos informes, se estima que un avión pequeño que transporte 220 libras (100 kg) de Ántrax, arrojado en una zona densamente poblada, puede producir la muerte de más de un millón de personas. Tanto la facilidad de acceso a las materias primas como el bajo costo de su fabricación imponen a los Estados extremar los controles pertinentes en la comercialización de productos precursores y de tecnología de uso dual. A partir de la década de los ´90 el Ejército Argentino especializó a personal en el tema, pues estos agentes, potenciados por el auge del terrorismo, han cambiado la naturaleza de la guerra.

La Argentina sustenta una política de no proliferación de armas de destrucción masiva manifestada a través de la adhesión y firma de diversos acuerdos y tratados internacionales a tal fin, pero estas amenazas no son ficticias y constituyen un verdadero desafío para los dirigentes políticos y conductores militares. En el actual conflicto europeo, vemos que no son una remota hipótesis sino una posibilidad no descartable a la que se le debe asignar la seriedad e importancia que merece. Aún estamos a tiempo.

Debemos rogar para que la última ronda de negociaciones en desarrollo, conocida como Los Quince Puntos, permita encontrar la paz entre estos pueblos hermanados por la geografía.

Por Martín Balza –  Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.