Hubrys quiere decir exceso

Cuando Aquileo se molestó con Agamenón porque éste le requirió la cautiva que estaba a su servicio, modificó la suerte de la alianza griega contra Toya. El resentimiento lo dejó mascullando su malestar a la vez que lo dispuso a la abstención en la participación en la guerra, junto a todo su ejército de los mirmidones. Ni la súplica de Néstor, ni el pedido de perdón y promesa de resarcimiento que le ofreció Agamenón, lo movieron de esa posición en la que se mantuvo hasta muy entrada la contienda.  Solo modificó su empecinada conducta cuando muere Patroclo, su amigo entrañable, a manos de Héctor. A la reacción, o pasividad de Aquileo, al sentimiento que envuelve su persistente malestar lo llamamos hibrys, o hubrys, que podríamos traducir del griego como desmesura. Lo que vivió Aquileo fue una desmesura. Desmesura en el sentido de desproporción, de exceso en la respuesta con las consecuencias en la avanzada de los troyanos sobre el ejercito griego al mando del ofensor rey de Micenas.

Enfurecido, pero obediente a quien estaba al frente de la alianza -Agamenón- no levantó a su ejército contra el origen constituido. Fue, podríamos decir, un oficial orgánico. Restringió su ofensa a la pasividad.

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Los motivos de esa ofensa son claros. Agamenón abusó de su poder y humilló a Aquileo pidiéndole la esclava (que había ganado en buena ley) en compensación por haber tenido que devolver la suya al padre de ésta: el sacerdote Crises. Hay motivos, hay razones objetivas que sustentan el enojo de Aquileo. Hombre poderoso y consciente de ese poder, lo hizo valer.

Ahora la hibrys se presenta como una constante en los soberbios que tienen poder. Lo hacen sentir, lo hacen pesar. A lo largo de la historia de la humanidad hay sobrados ejemplos de casos de excesos con consecuencias gravísimas para un pueblo, para la humanidad entera. La crueldad acompaña al hombre desde tiempo inmemorial, sin treguas ni fisuras. Los ejemplos del siglo pasado, por su proximidad a nosotros, siguen siendo un escándalo que nos conmueve. El exterminio armenio, los campos de concentración, las persecuciones étnicas, nos hablan de la capacidad productora de maldad de la especie humana. Y se puede ser malo en grados diferentes; se puede estar dispuesto a hacer pagar un precio alto por caprichos, empecinamientos, resentimientos, venganzas a otros seres humanos sin reparar en gastos para esos terceros.

Las posiciones de autoridad suelen amilanar a las personas. Si el Presidente de la Nación al ser entrevistado y molestado con una pregunta, trata de ignorante en derecho al que pregunta y lo remite a la lectura de la causa o, sencillamente, lo descalifica como inquisidor, hace valer su peso, no como conocedor del derecho, sino desde el argumento de peso que le da su posición en la sociedad. Eso es hubrys.

Y los excesos van horadando los valores de la sociedad produciendo una crisis de orden, imprescindible para la convivencia como cuerpo. Cuando quien posee el ejercicio de la autoridad no siente límites, los excesos corren una línea imaginaria que expresa el desprecio por las normas generales y el desprecio por la dignidad de las personas. Y como el jugador compulsivo que pierde la noción del dinero porque pierde la relación entre el dinero y el esfuerzo para obtenerlo, así quien posee el poder pierde la dimensión del significado de la autoridad como servicio. Se pierde la dimensión de la autoridad como don recibido, por las urnas en este caso, como la autoridad que resulta de la construcción por vivirla como servicio y como resultado de una tarea. Cuando quien tiene la autoridad se autoexcluye de cumplir las normas generales, los restantes miembros de la tribu harán, cundo se presente la oportunidad y la conveniencia, la autodispensa  correspondiente. La deslegitimación de la obligación de cumplir las normas convierte a éstas en obligaciones de circunstancias, para los débiles, para lo que no tienen los recursos de la autoridad y del poder. Después de ver a quienes deberían dar el ejemplo de cumplir con las normas no lo hacen, los demás concluyen en que las normas son violentables. No nos extrañemos de ver a Luis D´Elía cortándose la tobillera electrónica. O ver a Medina desafiando a la Justicia con concentraciones expresamente prohibidas para él. Cuando el exceso está en la cabeza, de ahí en más solo queda el riego de la anarquía. Por eso no es menor lo sucedido en Olivos; es grave por las consecuencias en cadena, por la relativización de las obligaciones que regulan nuestra convivencia, nuestro contrato social.

Hay algo más, que creo más grave aún. No sabemos cuántos muertos hubiera habido en el caso de que hubiera gobernado Mauricio Macri. Es lo que se llama un futurible o un dato contrafáctico, decimos ahora. Sabemos que las vacunas han llevado la curva de muertes hacia abajo. Sabemos que en todos los países -el nuestro incluido- al aumentar los vacunados se inmuniza a la gente y desciende la mortalidad. Que cuantos más vacunados, menos riesgos de muerte hay. Tenemos datos objetivos. Hoy, mirando para atrás, sabiendo que Pfizer probó la vacuna aquí, ¿por qué no se vacunó antes? Cuántas muertes se hubieran evitado. Eso es hubrys. Cuando la Vicepresidente, a modo de ironía, preguntaba: quién hubiera dicho que las vacunas vendrían de Rusia y de China, exponiendo la alianza y solidaridad de estos gobiernos con el nuestro, no hacía más que un ejercicio de hubrys. Hacía valer el poder, la autoridad, eligiendo el origen de las vacunas. La postergación de la llegada de Pfizer u otras, solo demoraron la inmunización que hoy vemos como la salida eficiente del drama que nos envuelve. Una prioridad marcada por la ideología y ejercida por el poder ostentado, llevaron la cifra de muertos a ciento diez mil. Esos excesos son causas de muerte también. Si sabían, porque lo sabían, que el camino es la vacuna, de hecho privilegiaron vacunar a algunos que no reunían los requisitos para recibirla porque de ese modo los protegían, por qué no resignaron la ideología, por qué no pensaron en el bien de más personas. No lo hicieron por la impunidad que da el poder, por el mascullar, como Aquileo, el resentimiento que obnubila al precio de muertes humanas.  Hacer valer su autoridad sin evaluar consecuencias, sin ponderar lo importante, solo el ejercicio del poder y la imposición de ideologías que, al final del camino, no nos hicieron vivir mejor.

La hubrys se desentiende de las consecuencias que van anejas a las decisiones del poder. Solo satisface egos, alimenta resentimientos y desprecia intereses superiores en favor de proyectos personales. Un desafío que tenemos enfrente de nuestras narices es el riesgo del aumento de poder de los infectados por los excesos. Qué suerte tendrán las instituciones si los que legislan, es decir, los que hacen las leyes y nos gobiernan, aumentan su poder, su capacidad de disponer sobre las costumbres, los usos de los que vivimos en Argentina.

La decadencia difícilmente es resultado de unas pocas decisiones; la decadencia es consecuencia de vivir sin conformidad a las leyes, a las instituciones, a los valores que generaciones precedentes fueron labrando lo que hoy queda en nosotros como país. Hay un desánimo creciente en las nuevas generaciones que buscan adónde desarrollarse como profesionales, finalmente como personas.  Por eso buscan irse. Buscan una posibilidad. Y no es cuestión de que un trimestre crezca la economía, se demande mano de obra, se hagan inversiones, no sirve; no sirve si no hay un plan acerca de lo que queremos hacer con la educación, con la justicia; qué queremos construir como sociedad que estimule el desarrollo de las personas, su creatividad, con normas claras, estables y sensatas.

Comenzaron yéndose las personas, siguieron yéndose las empresas; ahora también se van los países. Dinamarca solo es el primero.

Por Patricio Di Nucci  – Licenciado en Teología (UCA) – Licenciado en Letras (UBA)
Publicado originalmente en El Pucará