Hamas y las variaciones sobre el antagonismo

Por Sebastián Plut (*)

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I. Pese al escozor que produce en algunos oídos, el concepto de antagonismo es clave para entender la política en sus múltiples dimensiones. La centralidad y potencia de aquella categoría no consiste meramente en la localización de términos opuestos o rivales. Hasta allí, en efecto, no traspasamos la descripción de cualquier disputa. La noción de antagonismo, entonces, subraya una variable fundamental: su propia irreductibilidad o, lo que es lo mismo, nos figuramos un adversario bajo la regla inquebrantable que deniega la supresión de los opuestos.

II. El reciente ataque de Hamas a Israel podrá enumerarse como un segmento más de una recta, aunque también podemos recalcar su carácter inédito. Las formas de irrupción, el alcance del daño producido medido en muertes, secuestros, heridos y destrucción material, son palabras insuficientes para describir los sucesos.

Quienes adherimos a una concepción humanista y pacifista no podemos -ni debemos- renunciar al repudio de la masacre perpetrada por el grupo Hamas. Ningún cuestionamiento al gobierno de Israel nos impide pronunciarnos sobre el horror, en contra de él. Asimismo, y nuevamente, ningún cuestionamiento al gobierno de Israel debe ser el disfraz para vehiculizar el nunca acabado antisemitismo. Pese a ello, algunas voces se alzaron en ambos sentidos: “Israel se lo merece”, por ejemplo, es uno de los argumentos utilizados. Del mismo modo, el uso impreciso, indiscriminado y superpuesto de los significantes judío, israelí y sionista carece de toda ingenuidad.

III. Todos deberíamos ser más modestos en nuestras afirmaciones, ya que el conflicto de Medio Oriente tiene razones coyunturales e históricas, con determinaciones territoriales, ideológicas, económicas y religiosas, y sobre todo se trata de un conflicto que no cuenta con inocentes entre quienes, de uno y otro lado, han tomado decisiones durante siglos.

Sería más o menos sencillo enumerar las diferencias entre Hamas y el gobierno de Israel, pero no será tan fácil comprender los sentimientos y creencias con que se perciben los pueblos, el palestino y el judío.

A su vez, también merecen un examen profundo las relaciones del gobierno de Israel con el pueblo judío y de Hamas con el pueblo palestino. Por caso, qué responderá el gobierno de Israel respecto de la indefensión en que se encontraban su población y su territorio es uno de los interrogantes; y qué responderá Hamas sobre el millonario presupuesto que implica este ataque en simultáneo con la pobreza de su pueblo, también es un interrogante serio.

Habría tanto por examinar, tanto por preguntar que, sobre todo desde estas lejanas geografías, sentimos la exigencia de poner en suspenso explicaciones y justificaciones. Más aun, en esta misma geografía no dejará de llamar la atención que la posición de la izquierda coincida con la del nazi confeso Alejandro Biondini. Decir esto no se trata de una acusación, sino de un pequeño ejemplo que exhibe la complejidad del conflicto y de los factores que influyen en las adhesiones que concita cada sector.

¿Acaso hay quien posea la epistemología suficiente para ordenar una jerarquía de causas y consecuencias?

Si Hamas lucha por el pueblo palestino, ¿por qué realizó una masacre cuya respuesta, por parte del Estado agredido, amenaza con ser tanto mayor? La causa, entonces, se hallará en otro lado, las coordenadas determinantes de la operación de hace poco más de una semana tienen otra razón. Tampoco, creo, alcanzará con señalar el propósito de quebrantar el acuerdo que se avecinaba entre Israel y Arabia Saudita. En suma, las causas que pretendan describirse se tornan borrosas si las desmontamos de la finalidad del ataque de Hamas.

Seremos contundentes sobre los hechos recientes: no fue un acto de guerra, las muertes y los secuestros no constituyen “daños colaterales”, y no es posible recurrir a la estafa moral implícita en el eufemismo “excesos”.

IV. Cuando era adolescente recuerdo haber conversado con un rabino por ciertas ofensas antisemitas que había recibido. Le dije que, inicialmente, había sentido un impulso muy hostil hacia los agresores, que había deseado desenlaces funestos para ellos. Sin embargo, le comenté, al rato sentí algo diverso, no tanto sobre los atacantes sino sobre mí mismo. Lo que me sucedió fue que no deseaba para mí actuar con violencia, que el efecto de esta última sobre mí mismo no entrañaba ningún estado al que convenía aspirar. El rabino me dijo, entonces, que ser judío era, entre otras cosas, desistir de dicha violencia.

Su afirmación, desde luego, no significa que todo judío esté exento de maldad ni, por supuesto, que la capacidad de renunciar a la propia hostilidad no sea una disposición en todos los seres humanos, tengan el origen que tengan. Sencillamente, creo que se trataba de destacar una tradición, si se quiere, una identificación, un modo de singularizar un linaje que reúne nombres como Baruj Spinoza, Alberto Einstein, Sigmund Freud o León Rozitchner.

Esta pequeña anécdota nos permite retomar la noción de antagonismo, ya que la necesidad de hallar transacciones entre tendencias contrapuestas pero irreductibles no importa únicamente para expresar la rivalidad entre dos grupos, sino que aquella exigencia está presente también al interior de cada grupo e, incluso, de cada sujeto singular.

V. En el terreno que estamos pensando resulta inevitable hallarnos con el sentimiento de injusticia que, como la ética, no es patrimonio exclusivo de ningún sector. Cada quien podrá acusar los motivos para dicho sentimiento y, también, se dirá que en el mapa de las injusticias es variable su orden de jerarquías.

Asimismo, en el desarrollo que sigue a la vivencia de iniquidad los destinos y desenlaces se trifurcan: podrá permanecer mudo, extremarse en razón de los sentimientos de humillación, o bien conducirá a un programa que procure su resolución. Dicho de otro modo, las dos primeras alternativas no atinan a la sofocación de las injusticias sino a su perpetuación, padecidas por uno u otro de los contendientes.

En efecto, si el silencio no solo no frena el propio sufrimiento, sino que lo hace retornar en las siguientes generaciones, el sentimiento de humillación genera una tendencia a buscar algo que valga menos que uno mismo. Por ambos caminos, entonces, el valor de la justicia es objeto de una regresión anímica y vincular que lo realiza únicamente como venganza. La desconfianza, entonces, no solo es el corolario sino, sobre todo, la fuente de las decisiones.

El ataque de Hamas, pues, no se inscribe en ninguna lucha emancipatoria sino que tiene otros objetivos: de mínima, humillar al Estado de Israel y a los judíos, y de máxima, el exterminio de ambos.

Ninguna injusticia padecida por el pueblo palestino le otorga a quien se atribuya su representación la arrogante posición de ser una excepción, es decir, la de ostentar el derecho a destruir la vida de los otros.

En síntesis, la violencia de Hamas ha perforado de tal manera la vida y los antagonismos que, además de los muertos, secuestrados y heridos, sus consecuencias afectan al propio pueblo que dicen expresar y a la solidaridad que, desde la tradición pacifista y humanista, deseamos sostener con ellos.

* Sebastián Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.