Fragmentos y fronteras o los bordes del amor y la política

“El hombre es un continuo que desde la tierra surge,pero que la discontinuidad cultural oculta”

León Rozitchner

brickel

Amor y política. El amor y la política no llegan a ser sinónimos, pero se acercan a un casi lo son; poseen una proximidad asintótica que demandaría acuñar un nuevo término que recubra lo que no es alcanzado por la sinonimia. Y no solo porque por allí se afirme que el amor es político o porque la política demande una dedicación amorosa.

En ambos, en cada uno de esos mundos, se produce invariablemente algo que Freud denominó borradura de los deslindes. No logramos saber dónde comienzan y concluyen, qué es afuera y qué es adentro, cuándo es otro y cuándo uno mismo.

Amor y política se reúnen por ser zonas de dos tensiones singulares, dos tensiones sobre el fragmento y la frontera.

Fragmentos y fronteras. Me gusta la palabra fragmentos aunque sé que, según sea el caso, puede describir lo que se ha roto, los pedazos que han perdido su relación. Pero también asumimos que cada afirmación, observación y perspectiva no son sino, siempre, fragmentarias. Podemos verlo así: captamos un fragmento sin perder de vista que está inserto en sucesivos conjuntos más amplios, en tramas no siempre descifrables, en mallas en las que centros y periferias hacen enroques cuya arbitrariedad solo es tal por nuestra ignorancia. Parecidas bifurcaciones sentimos en las fronteras: ¿dividen o juntan? ¿abren paso o lo obstruyen? ¿razones de la guerra o de acuerdos de paz? Cada uno de estos interrogantes encuentran su respuesta si reemplazamos la o disyuntiva por una y conjuntiva.

Amor y política, fragmentos y fronteras, son como como los fuegos.

Los fuegos. Los fuegos son diversos, como lo son sus nombres. Fogata nos sugiere una reunión, aunque incendio ya trata de algo distinto. El verbo encender corre por un camino lejano a su par quemar. Al cocinar o dar calor se precisa de unos fuegos, mientras que para incinerar o calcinar se requiere de otros. Expresiones como fuego amigo o poder de fuego nos reenvían hacia evocaciones que nada se parecen a las que nos llegan si decimos Memorias del fuego o Todos los fuegos el fuego. El fuego aloja o hiere, y entonces comparte esa propiedad que los griegos llamaron pharmakon, es decir, debemos calificar sus intensidades y frecuencias. La taxonomía, imprecisa por cierto, se guía según sean intenciones, contextos y sentidos. Por caso, arder no será siempre lo mismo. Sucede algo similar con los muros.

Los muros. También varían los muros o, mejor, sus usos. Algunos solo están para dividir, otros conforman territorios para exponer palabras y frases, dibujos y señales. Las redes sociales ofrecen muros que se usan para la descarga, para la catarsis, aunque también para el intercambio, o, de nuevo, para el amor y la política.

Memorias de mi abuelo. “En todos lados se cuecen habas”, solía decir mi abuelo materno. Yo lo escuchaba pronunciar ese refrán cuando, por mi corta edad, aun no sabía que se trataba de un refrán ni, mucho menos, lograba comprender su sentido. Seguramente, tampoco tenía idea qué eran las habas. Escuchaba sin saber y me preguntaba sin decirlo. Pese a ello, aquella máxima, que si la digo o la oigo siempre se acompaña del recuerdo de mi abuelo, integra la caja de herramientas con las que busco aprender de la realidad, de los vínculos e, incluso, de la ética a la que aspiro. Forma parte de mis encuentros y mis desaciertos, sean en el amor, sean en la política.

El doble de Freud. En 1922 Freud le escribió una bellísima carta a Arthur Schnitzler, a quien le confiesa: “Creo que he evitado su persona por una especie de temor o recelo a encontrar en usted a mi Doppelgänger (doble). El mito del doble (que todos tenemos un idéntico sin vínculo sanguíneo) el lector podrá rastrearlo hasta el antiguo Egipto. En este momento, de ese vínculo que percibe Freud, me interesan las propias palabras de Schnitzler para describir cómo se desdibujan los fragmentos y las fronteras: “el turbio terreno de las posibilidades vacilantes, donde lo altamente probable y lo apenas concebible conviven en impura connivencia”. Y luego: “ese juego entreverado del entender y del malentender, de la ternura y la extrañeza fraternal, de amor y odio” (Huida a las tinieblas).

“Nada de lo humano me es ajeno”. Terencio sintetizó mucho mejor de lo que yo podría hacerlo lo que amor y política tienen de común. Nada hay que nos separe de manera radical de nuestros prójimos o, dicho de otro modo, no hay humano que no sea un semejante. Acaso, su traducción actual sea la sentencia que reza lo personal es político.

Primo Levi. Con valentía intelectual, Primo Levi (Los hundidos y los salvados) reflexionó sobre la zona gris en ese universo de lo ominoso por excelencia, los Lager del nazismo. Describió, entonces, la dificultad para precisar con nitidez la diferencia entre nosotros y ellos: “No se distinguía -dice Levi- una frontera sino muchas y confusas, tal vez innumerables, una entre cada uno y el otro”.

Aniquilar la vida fue la solución final, nombre terrorífico pero preciso para designar el propósito de suprimir todo fragmento y abolir toda frontera. Diverso es el camino de asumir, singular y colectivamente, la muerte que en todos nos habita, que se halla en el seno mismo de lo vivo. Amor y política es el antagonismo de la solución final, es descubrir y rescatarnos, uno y todos, de los sentimientos de inercia, impotencia y muerte que frecuentemente nos visitan.

Uno en otro. Si antes comenté la argumentación basada en la conjunción dada por la y, demos un paso más. Amor y política es más que uno y otro, más bien es uno en otro y viceversa desde luego, otro en uno. El sentido que aquí le damos a los fragmentos y las fronteras es el de constituirse como fuentes de resonancias, evocaciones e influjos. Aquel viceversa tiene otro ejemplo, el de la relación entre la literatura fantástica y el psicoanálisis. Una, exhibe lo extraño como un elemento de la cotidianeidad; el otro, descubre que en el seno de lo que normalizamos o naturalizamos, siempre podremos encontrar un cuerpo extraño.

Borradura de los deslindes. Es momento de concluir. La expresión freudiana nos indica que cuando nuestros conceptos intentan atrapar una materia, en ese mismo acto aquéllos se revelan insuficientes. Por mi parte, intenté en este pequeño texto contar brevemente cómo pienso el amor y la política; y procuré hacerlo a través de dos figuras, la del fragmento y la de la frontera, ya que ambas muestran nítidamente la borradura de los deslindes. Dicho de otro modo, elegí un nuevo camino para seguir entendiendo por qué, para Freud, la psicología individual es simultáneamente psicología social.

Este mismo texto, de hecho, lo escribí tomando fragmentos diversos que resuenan entre sí y cuyas fronteras son zonas de intersección.

Por Sebastián Plut -Doctor en Psicología. Psicoanalista