El año 2020 ha sido una verdadera tragedia para el sistema escolar argentino.
Mientras la brecha digital posibilitó un año educativo para algunos, privó a millones de otros del derecho a aprender. Al no ir a la escuela, millones de niños, niñas y adolescentes no solo perdieron la oportunidad de recibir una educación digna, sino que también perdieron la posibilidad de acceder a un espacio de contención social y emocional.
Así, la cuarentena imposibilitó que el sistema funcione como una herramienta de equidad y, por el contrario, pasó a profundizar las desigualdades presentes en nuestra sociedad. Agustín Claus, docente de la Universidad de Flacso, estimó que, luego del 2020, en el mejor escenario, 1.5 millones de alumnos de distintos ámbitos y niveles educativos se verían desvinculados de la escolarización en Argentina.
El peor de los casos sería en la Provincia de Buenos Aires en donde se estima un nivel de desvinculación del 36%. Como es visto, la experiencia del año pasado nos ha demostrado que la educación virtual no es una opción viable para el 2021. Si deseamos lograr una verdadera justicita educativa, el regreso a las aulas es un hecho necesario, urgente y vital.
Sin embargo, si buscamos ser un país con educación de calidad en el siglo XXI, la apertura de las escuelas es solo el primer paso. Hoy tenemos la oportunidad de utilizar las lecciones de la pandemia y los avances de la educación en el mundo para repensar el sistema educativo de raíz. Si prestamos atención, casi todas las esferas de nuestra vida cambiaron en los últimos 100 años, sin embargo, la educación se encuentra varios pasos detrás de las transformaciones sociales. En la era de la inmediatez y de la innovación, el sistema educativo parece haber quedado desfasado.
A pesar de que la cuarentena y la pandemia parecen haber acelerado notablemente un proceso de transformación de la estructura educativa, aún queda muchísimo por avanzar. Ante un sistema arcaico que día a día pierde su centralidad y prestigio, nos encontramos en un contexto óptimo para repensarlo todo. No solo debemos plantear un cambio curricular que se adapte a las demandas del siglo XXI, sino que también tendremos que repensar el rol de la escuela como institución, de la tecnología y de la dinámica alumno-docente.
De a poco, podemos sumarnos a los países que empiezan a sumergirse en el mundo de la educación del futuro en donde la tricotomía estática de docente-alumno-aula se quiebra. En esta reestructuración, todos los individuos tienen la oportunidad de ser receptores y facilitadores o guías de aprendizaje y la tecnología pasa a tener un rol fascinante. Hoy, la era digital ha convertido el aprendizaje en un ser omnipotente que se manifiesta a través de múltiples dispositivos y plataformas. En el siglo XXI, el concepto de Aprendizaje para toda la vida (Lifelong Learning), que sostiene que la educación no es solo lo que ocurre dentro de las cuatro paredes de un aula o dentro de la edad escolar/universitaria, logró crecer y reafirmarse.
Así, el concepto de educación se ha expandido, transformándose en un planteamiento abierto y flexible de aprendizaje, que busca brindar a todos y a todas la oportunidad de realizar su potencial en vistas de un futuro sostenible y una existencia digna (UNESCO 2015).
Entendiendo esto, sería un grave error pensar que la apertura de las escuelas va a funcionar como el interruptor que enciende una máquina todopoderosa. La vuelta a clases debe ser tomada solo como el primer paso, (urgente y necesario) que va a permitirnos poner todo el motor de transformación en funcionamiento.
Creo firmemente que la ventaja más importante que nos ha dejado la pandemia, es la incorporación de la tecnología como un elemento más en el sistema educativo.
La era digital ha revolucionado el aprendizaje y la enseñanza. Nunca antes en la historia de la humanidad, el acceso al conocimiento ha estado tan descentralizado y ha sido tan accesible. Cualquier persona, en cualquier lugar, puede tener acceso a cursos de primer nivel a un bajo o nulo costo, siempre y cuando tenga la conexión y los dispositivos adecuados.
Por eso, las ventajas que puede traer la tecnología al sistema educativo son infinitas. No solo nos posibilita el acceso a un sin fin de contenido en cualquier tipo de formato en tan solo milésimas de segundo, sino que, además, nos permite incorporar el uso de algoritmos para profundizar e individualizar los canales de aprendizaje, que hoy en día son tan homogéneos y excluyentes. Además, las herramientas digitales nos posibilitan recopilar y analizar millones de datos que pueden servir para actualizar y mejorar el sistema constantemente.
A pesar de conocer todos los beneficios que nos trae la tecnología, hoy en día nos estamos perdiendo la oportunidad de incorporarlos al sistema público y formal. La mayor parte del aprendizaje que transcurre en las nuevas plataformas digitales, se da en paralelo al sistema arcaico en el que parecemos estar estancados. Así, mientras muchas instituciones privadas comienzan a dar los primeros pasos en el camino de la innovación educativa, el sistema público aplaude detrás, ajeno a las nuevas transformaciones. De esta forma, la desigualdad se profundiza y aparecen nuevas problemáticas, como el analfabetismo digital, que alejan cada vez más a millones de jóvenes del sistema productivo.
La realidad es que estamos desaprovechando la oportunidad de maximizar los recursos disponibles y de utilizar la tecnología como una herramienta de equidad, autonomía y justicia social.
Al estar estancados en un sistema anacrónico, muchas veces, cometemos el error de intentar hacer funcionar una máquina que ya está oxidada. Creemos que la fórmula de la educación tradicional es la única que va a salvar a las nuevas generaciones y consideramos que la solución está en reducir el tiempo de uso de dispositivos electrónicos y videojuegos mientras aumentamos los horarios de lectura.
De esta forma, no nos damos cuenta de que la solución depende de que los líderes del sistema educativo reestructuren su forma de pensar y la adapten al siglo XXI, una época en la que la tecnología no es el enemigo sino, un pilar fundamental. De lo contrario, seguiremos forzando soluciones formuladas para un mundo que hoy ya no existe y quedaremos atascados en la lucha por la atención y la concentración. Por eso, es necesario romper con todas las estructuras y animarse a repensar todo de raíz.
Para que este proceso de transformación digital sea posible y llegue a todo el espectro social, es importante comenzar a actuar hoy. Ya que no hay un único camino correcto, es necesario utilizar la creatividad para innovar y experimentar sin miedos, utilizando toda la información recopilada para dar cada paso con mayor firmeza. Claramente, ya no hay vuelta atrás, la tecnología es hoy un pilar más de la educación para millones de argentinos. De nosotros depende que lo utilicemos como un recurso para luchar contra la desigualdad, o que siga profundizando las brechas sociales y educativas.
Es tiempo de que #VolvamosALaEscuela y #RepensemosLaEducación.
Por Micaela Beller- Estudiante de Ciencia Política y Relaciones Internacionales UNSAM
Referencias:
[1] Agustín Claus (2020). ¿Cuántos estudiantes dejarían la escuela en Argentina a causa del Coid-19?. https://www.abrohilo.org/post/cu%C3%A1ntos-estudiantes-dejar%C3%ADan-la-escuela-en-argentina-a-causa-del-covid-19
[2] UNESCO (2015). Replantear la educación ¿Hacia un bien común mundial? París, Francia. https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000232697