Elogio de la insuficiencia

Por Sebastián Plut *

Rescatemos la insuficiencia como categoría de análisis. Apreciamos su belleza y su potencia, reconocemos su inevitabilidad y su condición de motor. Solo la experiencia y registro de la insuficiencia vence al agotamiento y permite inteligir los sucesos. La insuficiencia, pues, como clave que nos orienta.

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Insuficiencia no es insatisfacción. No se trata de fracaso ni de la vivencia que, tal vez, describa quien se lamenta por algo que no alcanzó. Tampoco subyace aquí la figura de la frustración ni, mucho menos, una aproximación a la derrota.

La insuficiencia, creo, nos representa y concurre de otros modos; la insuficiencia, pues, es el nombre y norte de nuestros deseos, de nuestras posibilidades y de las obligaciones asumidas.

Cualquier palabra que elijamos, ya lo sabemos, solo recubre una parte de lo que (nos) sucede; y luego, cualquier acción solo realiza un sector de lo que esperábamos.

Cuando la meta es apenas para hoy, cuando el plan solo aspira a consumarse ahora, todo resulta agobiante; y tal es el paradigma del rendimiento: evaluar (o, incluso, apenas medir) si hemos alcanzado -aunque el saldo siempre será negativo- la altura en la que, nos prometieron, seríamos felices.

Tendemos, hay que reconocerlo, a mirar el presente como un punto de llegada, y su corolario se deduce fácilmente: entonces pensamos, sentimos, que nada será posible, “esto no tiene solución”, “nada de lo que hagamos sirve”, concluimos.

Sin embargo, el hiato se exhibe cuando subrayamos (o nos damos cuenta) que la insuficiencia es una categoría sobre el futuro, nunca agotada en el ahora. La insuficiencia es una pulsión que desde el presente -con las fuerzas heredadas, por cierto- empuja hacia los desenlaces posibles.

Si creemos que ya no hay nada para hacer es porque, en el dialecto que sea, hemos dicho “es suficiente” y, por eso mismo, reivindicamos la cadencia de lo insuficiente.

La insuficiencia, en ocasiones, funge también de criterio regulador para evitar o retrotraernos de excesos, rubro en el que (¿por qué no?) habremos de incluir las carencias. En efecto, hay carencias que por su cualidad insoportable mudan en cantidad desbordante.

Ni la descarga absoluta, ni la aceleración sin freno. En ambos casos, su refutación es ofrecida por nuestra categoría, la insuficiencia.

Otro modo de aprender sobre y de la insuficiencia es la recuperación de lo transitorio como un valor que no debemos significar como un menoscabo. La belleza, la vida misma, los sentidos y tantas otras vivencias se nutren por su misma brevedad.

Mi padre solía pronunciar dos frases que no evitaban cierta paradoja: “todo no se puede” y “todo llega”. Caminamos, entonces, entre lo que no se puede y lo que llegará, entre el presente y el futuro, entre lo imposible y la esperanza, asumiendo -tal vez con segundos de diferencia- las múltiples significaciones del todo.

¿Qué o quién alguna vez fue todo para uno?

¡Vaya si nos hace trabajar la cabeza la idea de todos! “No les estoy hablando a todos ustedes -eso es una abstracción- sino a cada uno de ustedes”, sostuvo Borges hace bastante tiempo.

Esta es otra de las categorías fuertes y a la que dedicamos ya algunas palabras (1). Ahora la miramos desde otro ángulo y se nos antoja como el reverso de la insuficiencia, pero de esos reversos que no califican de contradicción ni de oposición, sino de implicación recíproca.

El tándem todos/insuficiencia, pues, expresa la configuración de diferentes ideales posibles, yuxtapuestos, cual aquella imagen de quien da pasos cortos en simultáneo a la propuesta de horizontes largos. Por caso, no hay ideal sin desamparo.

La sinceridad también es insuficiente. ¿Quién, si no, se anima a justificar que dice todo?

Por el contrario, el acto de mentir pretende refutar el juicio de insuficiencia y sobra, dice de más, excede. Así, la sinceridad, en tanto expresividad que representa genuinamente al sujeto, siempre será fragmentaria.

Y finalmente, hallamos en el concepto de singularidad otro campo de análisis de la insuficiencia. Aquella singularidad, pues, no es sino la respuesta original, única, al conjunto de determinaciones familiares, colectivas y de la especie que cada quien recibe y con las que debe realizar su propia e insuficiente construcción.

*Por Sebastián Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.

(1) Plut, S.; (2018) “Uno contra todos”,