El Test de Amos Oz sobre el fanatismo

Por Sebastián Plut (*)

La naturaleza del fanático es carente de imaginación”
Amos Oz

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En las últimas tres décadas escribí una buena cantidad de textos psicoanalíticos y, afortunadamente, la mayor parte de ellos fueron publicados. En efecto, aun sin tener un número preciso, creo que los dedos de ambas manos alcanzan para contabilizar los artículos que, por rechazo editorial o por insatisfacción mía, no hallaron un destino que trascienda un cajón o la propia computadora.

Distinto es el fenómeno que atravieso desde hace unos dos meses aproximadamente, algo que no recuerdo que me hubiera sucedido antes: escribí unos cinco textos que no logré concluir, los desestimé en diferentes momentos, a poco de comenzarlos, o bien ya avanzados.

Puedo darme diferentes argumentos para tratar de comprender por qué en tan breve tiempo se sumaron varios intentos de escritura cuya interrupción y abandono fue su destino común. En algún caso, me pareció inicialmente tener una idea que luego se reveló carente de consistencia, o bien, en otro caso, reuní demasiados vértices que, en el conjunto, anticipaban un resultado confuso e incoherente. Tal vez, otras opciones fueron sentir que me repetía a mí mismo o que no se presentaba un mínimo de originalidad en lo que iba exponiendo.

Sin embargo, pese a la diversidad de motivos, el factor común que registré fue una vivencia teñida de desgano para avanzar. Esto es, los problemas mencionados posiblemente tenían alguna solución, no obstante cierto desaliento me condujo a dejar truncos aquellos trabajos.

En la novela “Sin destino”, de Imre Kertész, uno de los personajes recurre al humor para despedir a un vecino que será deportado al campo de concentración: “Abajo esa moral, y no perdamos la desesperanza”.

Ambas escenas, la de la novela y la de mi escritura, desde luego que no tienen ningún punto en común, pero si el humor en general -y el humor judío en particular- tienen por meta no dejarse doblegar anímicamente ante una realidad adversa, tal vez la lectura del relato de Kertész me facilitó poder preguntarme por mi propio desánimo.

El fanatismo

Recientemente leí el libro “Contra el fanatismo”, de Amos Oz y, en simultáneo, evoqué las conversaciones que tuve con David Maldavsky cuando escribí sobre el fundamentalismo.

Si bien el contenido específico de una idea puede ofrecer alguna pista para definir qué es fanatismo o fundamentalismo, creo que no está allí su rasgo esencial. Tampoco es una característica determinante que alguien exprese una defensa vigorosa de su pensamiento o cosmovisión. De hecho, el llamado pensamiento único (que es uno de los nombres del fanatismo o fundamentalismo) tiene tres diferencias respecto de las sólidas convicciones que pueda tener un ideólogo o investigador: 1) una convicción se plantea como elección y decisión de una o más alternativas entre otras. El pensamiento único, en cambio, no se propone como elección de un rumbo sino como única salida, como el camino inevitable, deseado o no.; 2) aquella elección, además, no permanece estática sino que está sujeta a variaciones en función de contextos sociales, políticos e históricos; 3) por último, y este es el rasgo principal, el fanatismo o fundamentalismo es una respuesta a la pregunta por el destino que se le da al otro, al considerado diferente. Dicha respuesta, entonces, consiste en su eliminación o exclusión. No en vano, Horacio González advirtió la diferencia entre el pluralismo y una “simple acumulación de indiferencias”.

Los discursos, decisiones y conductas de quienes hoy gobiernan el país y de quienes adhieren a ese proyecto, nos dejan cotidianamente la sensación de estar rodeados de fundamentalistas, cuyas posiciones fanáticas nos invaden día a día por su violencia e irracionalidad.

Por su proyecto empobrecedor, sus ataques a la cultura, su régimen de indiferencia y su menosprecio por la democracia, el gobierno de Javier Milei constituye un movimiento abrumador, arrasa no solo con los principios de toda convivencia sino que también afecta nuestras voluntades y deseos, haciendo de nuestro ánimo un recurso que tiende al agotamiento.

Me pregunto, entonces, si ese estado que promueven el presidente, sus funcionarios y votantes, es la razón de mis textos malogrados. En efecto, no es difícil comprender que el contexto nacional no se nos presenta hoy como un estímulo vital, más bien es lo opuesto, ya que convivimos a diario con la pérdida del poder adquisitivo, el desempleo y la destrucción de los tesoros comunitarios. Sin embargo, intuyo que la eficacia mortífera pudo haber dado aun un paso más. Esto es, es posible que el carácter intrusivo de la política de Estado de ultraderecha, con su fanatismo, nos (o me) haga sentir que somos desestimados por el otro y que, en consecuencia, ante la sensación de una ausencia de destinatarios sofoquemos, aunque sea por un instante, nuestras palabras. En suma, en la interrupción y abandono de un puñado de escritos quizá se cifró la escena en que uno siente que ha dejado de existir para el otro.

El Test de Amos Oz

Quien haya leído el libro de Oz sabe que en él no hay ningún test ni nada que se le asemeje. El autor no expone estándares, ni evaluaciones. De hecho, su prosa es tan elegante y simple que le es ajena no solo toda desmesura sino, también, cualquier pretensión de formuleo.

Fue, entonces, sobre lo que el escritor desarrolla que yo procuré, con un sentido más lúdico que de rigor metodológico, transformar sus proposiciones y descripciones en una suerte de test de diez sencillas preguntas. Es decir, en un conjunto de premisas que reúnen las percepciones y actitudes que para Amos Oz distinguen a un fanático.

1. Si algo es malo, ¿piensa que hay que aniquilarlo junto a todo lo que lo rodea?

2. ¿Tolera usted la ambivalencia?

3. Si se percibe superior moralmente, ¿eso le impide llegar a acuerdos?

4. ¿Tiene usted imaginación?

5. ¿Tiende usted a cambiar o salvar al que piensa diferente?

6. ¿Es capaz de disfrutar del humor?

7. Ante los conflictos, ¿usted piensa en una oposición entre el bien y el mal?

8. ¿Soporta usted la incertidumbre y los finales abiertos?

9. Ante las imperfecciones de la vida ¿prefiere usted la perfección de la muerte?

10. ¿Se pone usted en el lugar del otro?

La cuantificación podría resultar bastante fácil: si a las preguntas impares se responde por sí y a las preguntas pares se responde por no, la conclusión surge de inmediato: se trata de un fanático.

Sin embargo, los sujetos no somos homogéneos ni constantes en nuestras decisiones y opiniones y seguramente todos atravesamos diferentes momentos. Cuando algo nos inquieta, nos indigna o despabila nuestro sentimiento de injusticia, cuando algo nos excita o nos acelera, todos podemos bascular, trastabillar, y exponer segmentos de nuestro ser que, poco después, observamos erróneo, excesivo o inoportuno.

El lector puede responder, para sí, los interrogantes o, incluso, imaginar que contestaría un gobernante y, luego, hacerse una idea -sin duda aproximada- de los grados de fanatismo que uno y otro tienen en sangre.

Como en todo test, las respuestas deberían contemplar grados y variaciones. Por ejemplo, no será lo mismo quien responda afirmativamente a las cinco preguntas impares que el que responda afirmativamente solo a una de ellas (lo mismo con las respuestas negativas a los interrogantes pares). Y no es solo una cuestión de cantidad sino de cómo una actitud fanática puede ser compensada o neutralizada por otra que no lo sea. También será importante considerar la persistencia de un rasgo, ya que será diferente si una conducta fanática es permanente, duradera, o bien solo resulta ocasional.

Para concluir

En paralelo a los textos que deseché antes de finalizarlos pude leer varios libros (novelas, ensayos y de psicoanálisis). Ahora descubro que posiblemente busqué en otros autores la medicina para mi desgano, el resorte para sustraerme de la vivencia de habitar un mundo desértico, indiferente. No me refiero meramente al placer de leer una historia o al aprendizaje de conceptos, hipótesis y teorías. Más bien, creo que aquellos libros me permitieron sentir, de manera superpuesta con la vivencia descripta, que formo parte del mundo de aquellos que imaginan, piensan y se interrogan.

(*) Sebastian Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.