El Presidente según Freud

Por Sebastián Plut (*)

Conversamos con Sigmund Freud sobre un caso del que, por razones de sobriedad y reserva profesional, preferimos omitir su nombre. Optamos por llamarlo el Presidente y nos interesó preguntarle sobre dos aspectos: por un lado, cómo se combina el sometimiento pasivo al padre con el pasaje a una posición activa por medio de la identificación y, por otro lado, sobre el papel de las creencias religiosas en la ilusión de omnipotencia.

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Sebastián Plut: Profesor, usted escribió mucho sobre religión. ¿Qué pasa cuando en lugar de ser la religión un factor de los lazos fraternos, un sujeto se siente el elegido de Dios, supone ser Cristo, Moisés, o bien invoca a las fuerzas del cielo?

Sigmund Freud: El Presidente dijo: ‘Dios ordenó que yo fuese el próximo Presidente. Ni usted ni ningún otro mortal podría haberlo impedido’. No sé cómo evitar la conclusión de que un hombre capaz de tomarse las ilusiones de la religión tan al pie de la letra y tan seguro de tener una especial intimidad personal con el Todopoderoso, no es apto para mantener relaciones con los comunes hijos del hombre.

SP: ¿Y cuáles son las consecuencias de esa dificultad para relacionarse con otras personas?

SF: Como resultado de esa actitud es natural para su manera de pensar ignorar los hechos del mundo exterior real, hasta el punto de negar que existieran si están en conflicto con sus esperanzas y deseos. Hay una conexión íntima entre la alienación del mundo real que tiene el Presidente y sus convicciones religiosas.

SP: Entiendo que quienes observan esa conducta deben quedar muy impactados.

SF: Cuando la pretensión de librar al mundo del mal termina en una nueva prueba de lo peligroso que es un fanático para el bienestar común, entonces no debe asombrar que surja en el observador una desconfianza que hace imposible la simpatía.

SP: Sin embargo, esas personas suelen tener colaboradores e, incluso, numerosos admiradores. ¿A qué se debe eso?

SF: Son precisamente los rasgos patológicos de su personalidad, el refuerzo anormal de ciertos deseos, la entrega a una sola meta sin sentido crítico y sin restricciones, lo que les da el poder para arrastrar a otros tras de sí y sobreponerse a la resistencia del mundo.

SP: No deja de resultar desconcertante el grado de adhesión que pueden obtener.

SF: Muchos de sus amigos han tratado de explicárselo a sí mismos y a los otros. Esas explicaciones tienen algo en común: terminan con una nota de incertidumbre. El Presidente sigue siendo, aun para sus biógrafos e íntimos, un personaje contradictorio, un enigma. Un colaborador suyo dijo: ‘Nunca conocí a un hombre cuyo aspecto general cambiara tanto de una hora a otra. No es solo la cara del presidente lo que se altera. Es una de las personalidades más difíciles y complejas que he conocido. Es tan contradictorio, que es difícil formular un juicio sobre él’.

SP: Imagino que, pese a todo, debe tratarse de una personalidad con cierta fortaleza.

SF: El lector, al observar los frecuentes comentarios del Presidente sobre su propia intensidad, puede sentir la tentación de concluir que su libido es en extremo poderosa. En realidad esta sensación de intensidad tiene poco que ver con la fuerza total de la libido. Acompaña meramente a ciertos deseos y puede estar causada por escapar estos deseos al control del yo, o por estar sobrecargados como resultado de un conflicto no resuelto.

SP ¿Cuál le parece, Profesor, que es ese conflicto no resuelto?

SF: No hay ninguna duda de que la proporción de libido del Presidente que cargaba la pasividad hacia su padre era enorme, por lo tanto, estamos forzados a concluir que una considerable parte de la misma se debe haber almacenado en la actividad agresiva hacia el progenitor. De hecho, casi todos los rasgos desusados del carácter del Presidente se desarrollaron a partir de las represiones, identificaciones y sublimaciones que empleó su yo en el intento de conciliar su actividad agresiva con su extremada pasividad hacia el padre.

SP ¿Qué magnitud puede alcanzar ese conflicto?

SF: El conflicto en su yo llega a ser tan insoportable que está obligado a hablar o a refugiarse en sus habituales colapsos. Habla en forma constante, febril. En palabras de un biógrafo, ‘Parecía poseído’. Poseído por uno de los principales demonios que torturan al hombre; un conflicto entre la actividad y la pasividad hacia el padre.

SP: ¿Usted quiere decir que la agresividad, finalmente, no se dirige contra el padre, sino que con él prevaleció el sometimiento?

SF: La parte reprimida de hostilidad del Presidente hacia su padre lo fue tan completamente que ni siquiera una vez se descargó; pero siguió buscando salida y muchas veces durante su vida estalló contra padres sustitutos, llevándolo a un odio violento e irrazonable hacia hombres que para él eran representantes paternos. En todas las épocas, a causa de esta hostilidad reprimida, le resultó difícil mantener relaciones amistosas con hombres de intelecto o posición superior.

SP: Imagino que en ese proceso que describe debe participar la instancia psíquica que usted llamó superyó.

SF: La parte de su actividad agresiva hacia el padre que tuvo salida a través de la identificación, erigió en él un superyó tremendamente poderoso y exaltado. El Presidente se identificó con su padre en un grado extraordinario, despreciando los hechos como él los despreciaba.

SP: Seguramente, de allí deriva el modo de pensar la posición religiosa.

SF: La identificación de sí mismo con el Salvador, que se volvió un rasgo tan importante y obvio de su personalidad, parece haber comenzado como una conclusión inevitable que se encontraba en el inconciente durante sus primeros años. En su inconciente, él mismo es Dios. Cualquier cosa que haga es correcta porque Dios la hace. En ocasiones podría admitir que se ha equivocado, nunca que ha actuado mal. Su superyó no lo permitiría. Antes que reconocer su error, prefiere olvidar o distorsionar los hechos, alejarse totalmente del mundo de la realidad y construir hechos imaginarios que se adecúen a las exigencias de su superyó. Si no puede cumplir en la realidad más de lo que ha cumplido, para huir de los tormentos de su superyó, inventa realizaciones imaginarias, distorsiona el mundo de los hechos.

SP: Su convicción religiosa parece ser una forma de la omnipotencia.

SF: Tiene que ser superior. Por lo tanto, lo fue en su inconciente. Se volvió Dios. Desde entonces, una parte de su inconciente nunca dejó de decirle: ‘Eres Dios. Eres superior a todos los hombres. Cualquier cosa que hagas está bien porque tú la haces’.

SP: Y el que se identifica con Dios, ¿de qué manera percibe a sus adversarios, a los que piensan diferente?

SF: Cuando el Presidente llegó a ser estadista y deidad en su propio inconciente, siempre se inclinó a revestir a sus oponentes con las prendas de Satán.

Wilson, Freud y su sobrino

Todas las frases de Freud son textuales de su libro “El presidente Thomas Woodrow Wilson: un estudio psicológico” (Ed. Letra Viva). A efectos expositivos reemplazamos el nombre de Wilson por Presidente y, en algunos casos, modificamos algún tiempo verbal.

Freud escribió este libro en colaboración con W. Bullit (diplomático norteamericano), y sentía una profunda antipatía por Wilson, sobre todo por las nefastas consecuencias que tuvo la firma del Tratado de Versalles.

Cuando se iniciaba la Primera Guerra Mundial, el Gobierno del Presidente Thomas W. Wilson contrató los servicios de W. Lipmann y E. Bernays (sobrino de Freud) para persuadir a los norteamericanos sobre la importancia de participar del conflicto bélico. Ambos propagandistas desarrollaron estrategias de comunicación de masas y recomendaron al presidente un argumento para que dijera al país: debían apoyar a Inglaterra porque no pretendía recomponer su propio imperio sino llevar la democracia al mundo. Al finalizar la guerra Bernays acompañó a Wilson a la Conferencia de Paz en Versalles.

El día que se firmó el Tratado (casi escribo Decreto), Wilson dijo: “El tratado de paz ha sido firmado. Si es ratificado y cumplido, en una plena y sincera ejecución de sus condiciones, estarían dadas las premisas para un nuevo orden de cosas en el mundo”.

Bernays (autor del libro “Propaganda. Cómo manipular la opinión en democracia”) revela que la propaganda política no es sino la forma en que determinados grupos pretenden “moldear la mente de las masas”. Este moldeamiento supone no solo instalar ciertos contenidos e ideas en la mente de las personas, sino también la inducción de una forma de pensar, caracterizada por la simplificación, la ausencia de argumentos y fundamentos concretos e, incluso, la falta de lógica en los presuntos razonamientos.

Mientras Bernays pensaba que es necesario que un puñado de hombres lúcidos logre, por medio de la propaganda, “controlar y sojuzgar a las masas con arreglo a nuestra voluntad sin que estas se dieran cuenta”, para esa misma época, en 1926, Freud escribió una fuerte crítica hacia la manipulación de la opinión pública: “Supongamos que en un Estado cierta camarilla quisiera defenderse de una medida cuya adopción respondiera a las inclinaciones de la masa. Entonces esa minoría se apodera de la prensa y por medio de ella trabaja la soberana opinión pública hasta conseguir que se intercepte la decisión planeada”.

Interrogante final

SP: Herr Profesor, querría hacerle una última pregunta. Usted describió en el Presidente ciertas cualidades y defectos. ¿Cómo se concilian ambos rasgos?

SF: Las cualidades de sus defectos lo elevaron al poder, pero los defectos de sus cualidades lo convirtieron, al fin, no en uno de los hombres más grandes del mundo, sino en un fiasco.

(*) Doctor en Psicología. Psicoanalista.