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El partido y el ataúd

Por Sebastián Plut *

1. Que el crimen sea el negativo de la civilización no nos autoriza a esperar que solo forme parte de un pasado humano dejado atrás para siempre. Aunque aquel sea nuestro deseo, la responsabilidad nos exige reconocer que la realidad no es el espejo de nuestros anhelos. Podemos, cada día, conocer algo más sobre la naturaleza de la violencia y su persistencia bajo la forma del sadismo; podemos avanzar en la detección de indicadores más tempranos (sin alucinar ni pretender el mundo de Minority report) para, quizás, disminuir su ocurrencia; y, posiblemente, con el tiempo también comprendamos un poco mejor qué hacer con sus efectos.

Sin embargo, no solo su erradicación absoluta queda fuera de nuestro alcance, sino que nuestra especie siempre ha sido capaz de configurar nuevos disfraces de la violencia, así como renovadas estrategias y armas, para dañar nuestros organismos, nuestros afectos y pensamientos y nuestra capacidad de actuar.

Tal vez, ahora sea necesaria si no una nueva, al menos una renovada ciencia forense, pues de tanto que han logrado pervertir la lógica de los acontecimientos y del discurso, hoy asistimos a un escenario inédito: vivimos en un mundo en el que rige la destructividad pero en el que, simultáneamente, no terminamos de tener claro en qué consiste el cuerpo del delito. Sabemos quiénes son los sujetos de la criminalidad e, incluso, analizamos una y otra vez la variedad de municiones que emplean, pero aun así no terminamos de comprender o, mejor aun, de delimitar el territorio de la víctima.

2. Entre las tantas cosas que muchos hemos estudiado en relación con la violencia (si se quiere, uno de los factores decisivos), es qué lugar -qué destino- se le reserva al otro, entendido como aquel que expresa la diferencia. Ya sea que hablemos de política en general, de economía o salud, de problemas multiculturales, de criterios judiciales, etc., siempre nos encontraremos con la misma variable determinante: ¿cómo se piensa la diferencia? O, más aun, ¿cuál es la medida de afinidad que logramos percibir con aquel que exhibe una diferencia (en sus ideas, sus rasgos, sus creencias, sus deseos, etc.)?

A riesgo de simplificar, podemos aventurar una fórmula: cuánto más violenta es una comunidad, más se suprime la afinidad con el/los otro/s y más se anula diferencia al interior del propio grupo. El corolario, entonces, es el reino de una ilusoria homogeneidad entre los propios y la consecuente exclusión, segregación y eliminación de los otros.

Concebimos la rivalidad, pues, como el límite aceptable de la conflictividad, en tanto permite la manifestación de las diferencias, el despliegue de una pugna de intereses, pero no admite la supresión del otro.

No muy lejos ubicamos el concepto de antagonismo que se desarrolla entre diversos sectores, en los vínculos intersubjetivos y, en última instancia, como pensaba Freud, también se despliega en el mundo intrasubjetivo. Al fin y al cabo, el malestar en la cultura es el esfuerzo por sostener, de manera singular y colectiva, el trabajo por conciliar, siempre de manera insuficiente, el antagonismo entre exigencias pulsionales y restricciones culturales.

3. Cuando Cristina Fernández de Kirchner estaba en el gobierno, en una ocasión respondió así a las críticas: “Armen su propio partido y ganen las elecciones”. Por su parte, cuando comenzaba a preparar su campaña presidencial, Mauricio Macri afirmó que se iba a subir al tren de su candidatura “aunque tenga que tirar por la ventana a (Néstor) Kirchner”. Finalmente, más recientemente, Javier Milei amenazó: “Me gustaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina adentro”.

Las diferencias son evidentes: mientras CFK convoca a la rivalidad, es decir, sostiene la presencia del otro, Macri pone de manifiesto el propósito expulsivo y Milei da un paso más, expone de manera más palmaria su deseo funerario. Dicho de otro modo, mientras CFK preserva el antagonismo, Macri y Milei aspiran a suprimirlo, claro que para lograrlo deben eliminar, a su vez, a los antagonistas.

4. Sin embargo, debemos seguir el curso de los hechos pues con lo dicho no terminamos de comprender porqué sostuve que no sabemos del todo quién es la víctima. En rigor, lo que deseamos exponer no se trata de un fenómeno nuevo, pero sí que actualmente presenta una visibilidad notable. Asimismo, no deja de ser un eslabón más en una larga serie de sucesos que tenemos presente bajo significantes como bombardeo, persecución, proscripción, estigmatización y desaparición.

El latiguillo de la “corrupción” tampoco es una sorpresa, y hasta Frondizi advirtió que es el argumento siempre utilizado para atacar gobiernos populares. No obstante, entre Macri y Milei operó una transformación no menor: mientras el primero acusaba de corrupción a un número de personas (Néstor Kirchner, Cristina Kirchner, Amado Boudou, etc.), los libertarios usan ese mote (y otros más soeces y ofensivos) para atacar al Estado en sí mismo, es decir, a un sistema.

Por ese camino, Milei encarna la construcción de una criminología distinta, que ya no busca únicamente que las personas devengan víctimas, sino que son los conjuntos y clases, en su sentido matemático, los que quedan en esa posición.

5. Ya no se trata, entonces, solo del lugar que se le da al que es, piensa o parece diferente. Más bien, observamos la producción de una falacia mortífera que funge de silogismo y que reza más o menos así: “Todos los que defienden al Estado son delincuentes / X defiende al Estado / X es delincuente”.

Para que ellos se sientan poseedores de la prueba del delito, pues, solo necesitan saber que uno está de acuerdo con tal o cual impuesto, que uno aprueba una determinada política pública o que uno cuestiona tal o cual medida de Milei. De inmediato, entonces, pasa a ser, sin más, un chorro-zurdo-empobrecedor y merece todo ataque posible, la cárcel y/o la muerte. Las víctimas de este modelo, entonces, son personas pero también el pensamiento y la lógica. De más está decir que este tipo de procedimientos se utilizó contra los judíos durante el nazismo, así como también opera en tantos otros casos (por ejemplo, con los jóvenes de sectores vulnerables).

Y baste un solo ejemplo para ilustrar las consecuencias: tantas veces dijimos que Milei no podría hacer determinadas cosas y las hizo; y tantas veces pensamos que en caso de hacerlas, su gobierno se derrumbaría y eso no sucedió. Esto es, los libertarios lograron alterar la lógica de los acontecimientos.

En suma, este gobierno no solo genera cada día más pobres y más desamparados, sino que cada vez, debemos asumirlo, hiere más nuestra capacidad de pensar, de razonar y de anticipar.

Adenda. La política puede ser definida de muy diversas maneras, aunque a mí me gusta pensarla como el trabajo de denegación de la violencia subyacente. En ese sentido, convocar a que los opositores armen un partido forma parte del trabajo de denegación, mientras que arrojar al otro por la ventana o meter el último clavo del ataúd no es más que la fanática y horrorosa libertad de encender la violencia.

La hostilidad, lo anunció Freud, es el fondo común desde el que emergió, vía renuncia a dicha hostilidad, nuestra especie, al menos desde que el humano devino en miembro de la civilización. Luego, en su largo desarrollo, fue creando múltiples diferencias que costosamente pudieron coexistir. Sin embargo, frente a la exacerbación de la violencia, que pretende suprimir toda diversidad, es decir, la belleza de la humanidad, también es imperioso que hallemos otras afinidades, ya que si solo contamos con la semejanza en la agresividad, el destino que nos aguarda es la extinción. En síntesis, eso que llamamos civilización, o a veces cultura, no es sino el fruto del ingente trabajo de imprimir una metamorfosis de la pulsión de muerte y no su erradicación; es apenas el frágil sustituto de su intensidad y su aceleración, y por eso mismo debemos hacer todo lo posible para preservarlo. La vida afectiva de los pueblos es determinante, y si el amor tiene una potencia creadora, también es cierto que el odio, la vergüenza y el resentimiento pueden ocupar su lugar.

*Sebastián Plut Doctor en Psicología. Psicoanalista.

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