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El método y la época

EL MÉTODO

El Frente de Todos (FdT) fue un “contrato electoral” exitoso. Exitoso porque ganó, pero antes de eso, porque le permitió al peronismo construir un canal de diálogo con la Argentina “líquida”. Ese conglomerado flexible que no forma parte de las dos minorías intensas, que cohabita el centro del espacio político, que pendula y define elecciones en el sistema político. La Argentina aspiracional.

Sin embargo, desde el 10 de diciembre a esta parte, el FdT no logra resolver satisfactoriamente un “contrato de gobierno”: una agenda y una cadena de mandos. El gobierno funciona como un esquema de pujas y vetos cruzados, con una agenda minimalista, muchas veces en pugna, y un liderazgo más enfocado en administrar tensiones internas que en conducir y transformar. El “método” Frente de Todos.

El problema con este método, tenue, incrementalista, que podría funcionar en una democracia desarrollada sin necesidades de reformas estructurales, es que, gobierna un país que precisa una terapia de shock para poder avanzar. ¿Puede modificarse un método? Si, en tanto dispositivo colectivo. Lo que aquí denomino “un contrato de gobierno” para la coalición.

Un nuevo método. Una nueva etapa. Una “canción urgente” para la coalición electoral, que necesita dejar de ser coalición “en” gobierno, para transformarse en coalición “de” gobierno. Y en el mismo movimiento, recuperar el stock de confianza social y económica: ir por delante de las expectativas. ¿Cuáles podrían ser los capítulos de un relanzamiento coalicional anclado en un contrato de gobierno?

En primer lugar, el gobierno necesita una agenda. Necesita sacralizarla, traducirla en un plan, comunicarla y ejecutarla. Una agenda que enamore y empuje hacia el futuro. Que sea nacional y federal. Y que colonice todos los intersticios de la coalición: Poder Ejecutivo y Poder Legislativo. De lo contrario y en su ausencia, existen tantas agendas como corrientes al interior de la coalición. Una crisis de subjetividad, que alimenta el faccionismo interno y emite señales confusas hacia la sociedad (y el mercado).

En segundo lugar, el gobierno necesita resolver la cadena de mandos y dotarse de musculatura política. El Estado no puede ser un campo de batalla de las facciones de una coalición, porque ese juego balcaniza la capacidad gubernamental, aislando a la coalición de la sociedad. Una especie de endogamia gubernamental: la agenda es la coalición. Y la culpa no es de las facciones ni de su poder relativo. Ninguna facción política se va a desempoderar. El déficit es la dificultad del pináculo para constituirse y ejercer el poder político. Parafraseando a Andreotti, el poder desgasta a quién no lo ejerce.

“SI UNO SE ALEJA UNOS KILÓMETROS DE LA GENERAL PAZ, LA IMPRESIÓN QUE SE DESPRENDE ES QUE ARGENTINA HA INGRESADO EN UNA ETAPA CONFEDERAL, DONDE LOS GOBERNADORES HAN RECUPERADO AUTORIDAD SOBERANA, A LA PAR QUE EL ESTADO NACIONAL SE REORGANIZA EN UNA SUERTE DE ESTADO AMBA.”

En tercer lugar, el gobierno necesita adquirir una ergonomía anfibia. Así como la colonización privada del Estado durante el macrismo generó problemas de interacción con la realidad, el aislacionismo público respecto del sector privado puede conducir al mismo callejón sin salida: sesgos cognitivos. Es importante construir una autonomía relativa, donde las decisiones públicas incorporen el conocimiento que aporta el mercado y la economía real. Hay que salir de las lógicas binarias: mercado sin Estado, Estado sin mercado. Necesitamos un ecosistema colaborativo permanente entre sector público y privado. El poder reside en edificar una relación virtuosa entre Estado y Mercado, no en la ausencia de esa relación.

En cuarto lugar, el gobierno necesita federalizarse. Si uno se aleja unos kilómetros de la General Paz, la impresión que se desprende es que Argentina ha ingresado en una etapa confederal, donde los Gobernadores han recuperado autoridad soberana, a la par que el “Estado Nacional” se reorganiza en una suerte de “Estado AMBA”. Esa “sensación” de vacío en los territorios, podría comenzar a corregirse si se amplía el horizonte geográfico de reclutamiento de cuadros político-gubernamentales, y se correlaciona la ejecución presupuestaria con un plan y una agenda federal.

LA ÉPOCA

La primera dimensión del contrato de gobierno, la agenda, se vincula directamente con una condición meta-política de la coalición. Es decir, una variable exógena que no depende enteramente de los gustos y deseos de la política, pero que la condiciona: la época. Diseñar una agenda exitosa depende fundamentalmente de tener una caracterización precisa de la época. ¿Qué es el peronismo sino una caracterización precisa de una época? La biblioteca parece dividida en la coalición.

Por un lado, están quienes consideran que el peronismo debe ser un gestor eficiente del capitalismo, un motor de incorporación de ciencia, tecnología e innovación a nuestro entramado productivo, y en paralelo, un garante de servicios públicos de alta calidad (salud, educación, seguridad, vivienda, infraestructura y justicia) que faciliten la (re) emergencia de una clase trabajadora próspera. Una agenda de consenso post-grieta.

Por otro lado, están quienes consideran que el peronismo debe transformarse en una cruzada de clase contra el capital, vía una agenda revisionista que reduzca la importancia relativa del sector privado en la Argentina, recupere el rol “empresarial” del Estado e implemente un programa redistributivo. Matices más, matices menos. El antagonismo como método de gobierno. ¿Por qué? Porque, según esta mirada, la grieta es una condición estructural de la Argentina contemporánea.

El supuesto de la primera interpretación (llamémosla “neo-desarrollista”) es que Argentina forma parte del mundo. Más precisamente, de cadenas globales de valor. Y que, por lo tanto, empoderar al país, supone diseñar una estrategia que nos permita dar un salto cualitativo en la frontera tecnológica, que repercuta en una mejor inserción en la economía internacional y en el desarrollo del país. El supuesto de la segunda interpretación (llamémosla “neo-revisionista”) es que el poder sigue siendo esencialmente un fenómeno confinado a las fronteras nacionales. En consonancia, el problema no es cómo Argentina se desarrolla en el mundo, sino cómo Argentina resuelve su drama interno a pesar del mundo y de su sector privado.

¿Cuáles son las preguntas centrales que formula nuestra “época”? Desde el punto de vista de la economía política, podemos enumerar -al menos- cuatro interpelaciones ineludibles:  ¿cómo estabilizar la economía creciendo? ¿cómo incentivar inversiones? ¿cómo aumentar nuestra capacidad exportadora? ¿cómo generar empleo privado?

En otras palabras, la línea neo-revisionista tiene problemas epistemológicos severos para abordar la “época” como principio de realidad. Profundicemos.

Desde el punto de vista político, el “contrato electoral” del FdT es compatible con la interpretación neo-desarrollista, pero no se lleva bien con la neo-revisionista. Avanzar en la segunda dirección, implica, ipso facto, dañar el contrato electoral.

Desde el punto de vista de la economía, la realidad del capital (sector privado) en Argentina no tolera un programa redistributivo. El momento histórico actual, se parece más a la Argentina post-Alfonsín (1989), que a la Argentina post-Néstor Kirchner (2007). El país viene de 10 años de estresar al capital nacional, vía inestabilidad macroeconómica, presión tributaria, cambio en las reglas de juego, falta de crecimiento e inflación. El corolario de este estrés se llama desinversión, desnacionalización del capital argentino (salida), destrucción de capacidades productivas y falta de generación de empleo privado.

“DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA ECONOMÍA, LA REALIDAD DEL CAPITAL (SECTOR PRIVADO) EN ARGENTINA NO TOLERA UN PROGRAMA REDISTRIBUTIVO. EL MOMENTO HISTÓRICO ACTUAL, SE PARECE MÁS A LA ARGENTINA POST-ALFONSÍN (1989), QUE A LA ARGENTINA POST-NÉSTOR KIRCHNER (2007)”

Es decir, estamos en un momento de desarrollo y acumulación, no de redistribución. Necesitamos implementar una agenda agresiva y estructural de modernización, para volver a capitalizar nuestro país y generar trabajo genuino. En palabras del propio Presidente: volver a poner a la Argentina de pie. Y en paralelo, recuperar la capacidad del Estado para brindar servicios públicos que impacten en la calidad de vida de los argentinos.

Si no generamos el clima para que el sector privado invierta en el país y no generamos incentivos para que esa inversión genere trabajo genuino, el Estado se va a transformar en una ambulancia del desastre social post-pandemia, lo cual implica, transformarlo también en un pesado caballo de troya con déficit fiscal crónico. Un círculo vicioso. 

Dicho de otro modo, en el contexto actual, no hay política más distributiva que la generación de trabajo genuino. El trabajo que se genera con la inversión privada. De la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Cualquier política, que, en este contexto dramático, desaliente la inversión privada (o aliente la desinversión), es una mala noticia, una mala lectura de la realidad, una política desacertada. Como también lo sería cualquier política que desaliente la inversión pública. Decía Deng Xiaoping, el líder de la capitalización que marcó el comienzo del ascenso internacional chino: “no importa que el gato sea blanco o negro, sino que cace ratones”.

“NO CONTAMOS NI CONTAREMOS CON UN PLAN MARSHALL. NINGUNA POTENCIA INTERNACIONAL, NINGÚN ORGANISMO INTERNACIONAL, PROVEERÁ ESE BIEN PÚBLICO A UNA REGIÓN (SUDAMÉRICA) DIVIDIDA Y CON ESCASA RELEVANCIA ECONÓMICO-POLÍTICA EN EL ESCENARIO MUNDIAL”

Las opciones son escasas y hay que usarlas con inteligencia. No contamos ni contaremos con un Plan Marshall. Ninguna potencia internacional, ningún organismo internacional, proveerá ese bien público a una Región (Sudamérica) dividida y con escasa relevancia económico-política en el escenario mundial. No contamos con reservas para motorizar sólo desde el Estado un proceso de estabilización y crecimiento. Pero con tasas de interés bajas en el mundo, si logramos un entorno de negocios amigable que movilice la inversión privada, podemos recuperar un horizonte de desarrollo.

Si en lugar de leer correctamente esta coyuntura histórica, el FdT avanza en una agenda revisionista y distributiva, tensionando el contrato electoral, va a dinamitar ese puente llamado “Alberto Fernández” y posiblemente va a empeorar todos los problemas crónicos del capitalismo argentino de los últimos 10 años. ¿Puede el peronismo salir indemne a un fracaso semejante?

Decía Joseph Nye, es más difícil ganar la paz que ganar la guerra. Es tiempo de ganar la paz. 

Por Federico Zapata

Publicado en www.panamarevista.com/el-metodo-y-la-epoca/

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