El llamado del fútbol

Por Sebastián Plut *

Mi relación al fútbol podrá distinguirse por una cualidad, el desconocimiento. He ido muy pocas veces a la cancha en mi vida, ignoro la posición y conformación de los equipos, sean del país o del exterior y carezco de criterios para evaluar las jugadas. Si evoco mi infancia y adolescencia no tengo recuerdos de haber jugado a la pelota, ni con amigos ni en los espacios escolares. Solamente en la adultez, y durante un puñado de años, incursioné en su práctica, gracias a la generosidad e insistencia de mis dos entrañables amigos, Jorge Goldberg y Ariel Wainer. Ellos procuraban convencerme de que mi desempeño motriz justificaba mi inclusión en el equipo. Según recuerdo, una única vez metí un gol, aunque fueron muchos los goles que entraron en la portería durante el rato en que yo fungía de arquero.

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Pese a lo anterior, el Mundial que acaba de concluir tuvo muchos momentos que me resultaron conmovedores (solo miré los partidos de la Selección Nacional). Durante algunos de estos partidos pensé, sentí, o ambas cosas a la vez, que todos los argentinos estábamos, en ese preciso instante, haciendo lo mismo. Pongamos una nota para los infaltables relativistas: decir “todos” no constituye una regla que deba cumplirse al 100%.

Así como no logro, dentro de mi repertorio identitario, reunir la expresión “soy de” con el nombre de un equipo, de modo similar me suena que el adjetivo “épico” tiene un excedente cuando se lo asocia al fútbol. Digámoslo así: no es necesario que la serie de partidos constituya una gesta para poder emocionarnos. En los jugadores hubo sufrimiento, alegría, muchísimo esfuerzo, calidad, coordinación, precisión. Seguramente habrá varios sustantivos y adjetivos más que describan el trabajo singular y grupal de la Selección Nacional. No necesitamos ver guerreros para deshacernos en elogios y lágrimas.

Admito que, en párrafos como el anterior, me gana cierto racionalismo. Si me dejo llevar, de hecho, comprendo que la intensidad de lo que vivimos necesita significantes que la alojen y entonces sí es requerido el diccionario de las hazañas.

Parecida necesidad, posiblemente, fue la que impuso el cumplimiento social de ciertas cábalas: reiterar con quiénes mirar los partidos, la repetición del lugar en el que cada uno los vio, el uso sin lavado de las mismas camisetas, etc. No había tantos supersticiosos antes del Mundial y, sin duda, ya no los habrá hasta el 2026. De nuevo, se trata de emociones colectivas y no del DSM 5.

Acaso el Mundial o, mejor aún, el Mundial que jugó nuestra Selección, haya sido el reverso de la pandemia. Al igual que en ella, todos hablamos de lo mismo, todos tuvimos vivencias similares, nos sentimos unificados, solo que la alegría fue lo que prevaleció. El fútbol, al menos durante un mes, llamó a nuestras puertas, nos contagió, nos lo encontramos donde sea que íbamos y nos dejamos invadir por él.

El fútbol, insisto, nos llamó, incluso a todos aquellos que no solemos atenderle el teléfono. Y aquella unidad que se creó, es cierto también, tuvo sus fisuras: no faltaron los críticos de la selección, los amargados durante la fiesta y los que, hoy mismo, objetarán cualquier escena que acerque a la Selección con el Gobierno. Quizá sea porque ambos tengan el adjetivo Nacional.

El hecho fue y es político. Pero no es político porque Messi haya tenido un gesto rebelde hacia el poder futbolístico y, entonces, lo imaginemos como un Che Guevara en Sierra Maestra. Tampoco se trata de que la emoción que nos reúne estos días refleje esencia alguna de nuestro ser nacional. Mucho menos es político porque la alegría tape la precarización social. En efecto, el actual Gobierno Nacional tiene numerosos defectos, pero jamás niega u oculta la desigualdad social. Entonces, tampoco es político si con ello suponemos que el Gobierno se beneficie con el triunfo de la Selección.

¿Por qué es político entonces?

Primero, demos una definición por la negativa: ¿hay algún suceso colectivo que no lo sea?

Luego, sigamos con dos definiciones de Pichon Rivière sobre el fútbol: por un lado, sostuvo que se trata de “un ritual que congrega a espectadores y equipos en una ceremonia que tiene algo de magia y algo de catarsis”. Por otro lado, al reflexionar sobre tácticas y estrategias afirmó que “todo lo que deje de hacer un jugador tendrá que hacerlo ese compañero al cual él dejó de ayudar”.

¿Hace falta más? Sigamos.

Es político porque, como ya señalé, nos unifica, nos identifica, nos llamó. Y repito: todos estábamos haciendo lo mismo, todos hablamos de lo mismo. Fenómenos similares solo observamos con el Corralito, hace ya más de 20 años, con la pandemia o, más frecuentemente, respecto de CFK.

Supongamos que ahora digo: “Ella, que fue tan criticada y elogiada; ella, que nos ha dado tantas alegrías; ella, de la que nadie deja de hablar y sobre la que todos opinamos cual si fuéramos expertos”. Ella, entonces, podrá ser la Selección Nacional, CFK o, incluso, la Argentina misma.

Agreguemos. La calle es, sin duda, un lugar especial. Hay personas que “tienen calle”, o que se formaron “en la universidad de la calle”. Las rebeliones se hacen “tomando las calles”, y hay tanta canción que habla de las calles. Hay un placer singular al estar en la calle, es decir, cuando un hecho social suspende la división vereda/calle. En esos momentos se produce, transitoriamente, una significativa reconfiguración de la gramática de los espacios y, sobre todo, del espacio público. Por todo eso, entonces, también es político.

Y para concluir. Hay algo más que podría decantar de este llamado del fútbol. Como en tantos otros rubros (la economía, la pandemia, la corrupción, y un largo etcétera) todos hablamos sin saber, opinamos sobre lo que suponemos que se hizo, sobre lo que debería haberse hecho, lo que va a pasar, y así ad infinitum.

Lo que quiero decir veámoslo en el fútbol: ¿por qué, en lugar de opinar y criticar no aprendemos de lo que hicieron? No me refiero tanto a que elogiemos en lugar de cuestionar, sino a que podamos invertir los tantos: asumamos que, frente a la realidad, tenemos más que aprender que lo que tenemos para decir. Como me pasa a mí con el fútbol, a veces el desconocimiento nos lleva, con tiempo, a descubrir nuevas emociones.

*Sebastian Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.