El liderazgo necesario y ausente

Cuando Paris lleva a Helena a Troya, su marido, Menelao, rey de Esparta, estaba de viaje. Al volver se enteró del rapto y fue en busca de su hermano Agamenón, rey de Micenas. La ofensa había calado hondo y el hermano mayor, Agamenón, convocó la alianza griega para armar un ejército potente en procura de la reivindicación por la deshonra.

El segundo canto de La Ilíada describirá con detalle minucioso las distintas embarcaciones que los diferentes reyes aportaban a la alianza. Y se largaron a la epopeya de la reconquista, ¿de la mujer?, no creo; del honor. Y digo no creer por el comportamiento del varón hacia la mujer narrada por la misma obra y por la cultura flotante en el ambiente y representada posteriormente por el teatro del siglo quinto, en Atenas. La mujer no pesaba con su opinión. Los responsables eran los hombres. Hoy los llamaríamos de diversos modos y sería intolerable para nuestra mentalidad. La mujer se fue porque quiso, o sometida contra su voluntad; no es este último el caso. Pero Agamenón lideró la alianza y marcharon hacia el paso de los Dardanelos, adonde estaba Troya.

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Los episodios que trata la obra se concentran en cincuenta días; la guerra duró diez años. Pero no pidamos concordancia temporal porque no es el camino acertado. Sí, concordancia conceptual. La injusticia que cometió Agamenón con Aquiles fue causa de una crisis institucional, o un golpe pasivo o una quita de colaboración. El trasfondo fue un desafío. Agamenón ejerció su condición de jefe y no respetó la dignidad de Aquiles; quiso suplantar a su esclava, Criseida, devuelta a su padre por la exigencia de Apolo, por la esclava de Aquiles, Briseida. Y lo hizo. Naturalmente éste se ofendió. Se retiró de la batalla.

Lo que se puso de manifiesto fue quién era el líder. Agamenón era un poderoso rey, descendiente de Zeus (casi todos estos héroes lo eran, también Aquiles; antes, después, estaban enraizados en la divinidad). Pero la urgencia, los desafíos y la exigencia de la hora puso blanco sobre negro. Sin la participación de Aquiles la guerra se perdía.

El liderazgo tiene elementos fácilmente reconocibles y otros que guardan relación con la ponderación de valores sociales, de elementos que ornamentan a una persona con sus rasgos personales, atributos abstractos. Están ahí, los tiene, se los ve, pero se relacionan con sustantivos abstractos (como grandeza, fortaleza, credibilidad), existen, pero son inasibles.

De los rasgos reconocibles se pueden enumerar su personalidad atractiva, su claridad de juicio que lo distingue, su seguridad en las decisiones por las que es líder, su capacidad de convocatoria, su seriedad y compromiso en lo que emprende, el valor que le da a su palabra y otras más, seguramente muchas más. Ciertamente una condición que no puede faltarle es que esas condiciones le pertenecen como atributos propios, no delegados. Nadie es líder con atributos ajenos. Las situaciones exigentes ponen de manifiesto quién lo es y quién lo ensaya, sin serlo. En los cuadros de la guerra de Troya que no conocemos, que precedieron a lo que se nos narra, podemos inferir que Aquiles (y su ejército de mirmidones) habrá tenido una cordial relación con Agamenón, seguramente reconocería a quién funcionaba como líder de la coalición porque la había convocado y quien más barcos había aportado para la contienda. Pero la hora de los desafíos puso de manifiesto quién reunía las condiciones para torcer los destinos de la guerra. Eso Agamenón no lo vio; creyó que podía, que Aquiles era prescindible. El líder es el que debe leer la realidad, y si no lo hace correctamente pone en peligro el cometido de la empresa y la vida de los hombres que intervienen en ella.  De alguna manera Aquiles boicoteó al líder. No lo desafió, no lo cuestionó ni lo desobedeció; le entregó a Briseida como exigió Agamenón, pero quitó colaboración, se retiró a su tienda y dejó el compromiso en suspenso. En soledad rumiaba el resentimiento. Fue la pasividad de uno lo que evidenció los límites del otro. La fortaleza retraída de Aquiles contrastó la debilidad de Agamenón.  ¿Quién era el líder?

Ciertamente el líder lo es por sus condiciones, no por delegación, como queda dicho. Cuando el que funciona como líder ordena e inmediatamente mira hacia el costado para recibir la aprobación de lo que ordena, no hay autoridad, hay vacío, hay palabra “ad referendum”. No es lo último que se dice. No es la última palabra. La consecuencia es el desconcierto.

A partir de aquí podemos preguntarnos por qué Agamenón no sedujo a Aquiles. Sí, lo sedujo, lo quiso compensar devolviéndole a Briseida, restituyéndole poder, entregándole tesoros, lo que humanamente estuviera al alcance para devolver a Aquiles a la guerra. Porque no solo perdían la batalla, Agamenón perdía toda su autoridad. El problema de fondo es que había desafiado la dignidad del héroe, no su poder, que, de eso, parece claro, Aquiles no tenía dudas.

A modo de conclusión, el líder no teme no ejercer el poder, sencillamente porque no lo busca, naturalmente lo tiene; de la misma manera que tiene la conciencia de su dignidad tiene la libertad para no ejercer el poder. Pero si toma una decisión no mira al costado en procura de aprobación. Al líder lo describe su autonomía.

El líder a la vez es una persona de escucha, de reflexión. Cuando Alejandro Magno recibe el reclamo de su tropa por la fatiga y los años de campaña, frente al Ganges, dispuesto a conquistar India, los escucha. Se retira a su tienda y durante un día considera la posición de su tropa fiel. Al cabo del día resuelva retornar a Macedonia y volver a la paz de sus familias y del hogar.

El líder es el que conoce por el nombre, cada uno tiene su lugar, todos son personas valiosas. La película “Ensayo de Orquesta” narra el maltrato y el olvido por parte del director; olvido de los nombres de los músicos, hasta que llega uno que los reconoce y la orquesta comienza funcionar. Cómo puede funcionar una orquesta en la que el director no sabe música, o no tiene voluntad de concordar instrumentos, o no sabe cómo hacerlo o lee una partitura diferente a la de la orquesta.

La voz del líder se reconoce como la de la autoridad. Si el líder da la orden, se cumple. Puede ser que el lugarteniente modifique la orden, dé una diferente a la recibida, pero inmediatamente conocida la traición es corrido, destituido de su lugar. La voz es una y única. Otra cosa es si ya no se reconoce al líder como la voz de la autoridad. Cuando la voz del lugarteniente es la voz que importa, ése es quien pasa a ser el líder. Ya no tiene fuerza la voz del líder nominal.

Quién da las órdenes en el país. Quién es el líder. No es una cuestión menor que afecta a los que ejercen el turno del poder. El corrimiento de la figura que encarna el liderazgo respecto de quién posee la autoridad solo produce desconcierto. Nunca está dada la última palabra o, si está dada lo es entre bambalinas, fuera de foco; y es perturbador. No se trata de que el presidente actual llegue a ser recordado como vaciado de autoridad; se trata de la vida de millones de personas que no tenemos conducción, no hay guía que nos lleve a un destino, que, por otro lado, tampoco conocemos. Llevamos dos años pedaleando en el vacío y faltan dos más. Quien funciona como líder no valora su imagen, su palabra, su dignidad. Y eso, el que debe obedecer las consignas, el conducido, lo sabe; se da cuenta del vaciamiento de poder. Se da cuenta de que detrás de esa figura solo hay ausencia, hay debilidad, hay resignación. Hay poder delegado. No hay liderazgo.

Insisto, no es un problema del presidente y la vicepresidente; no es un problema del Frente de Todos, es un problema institucional con la autoridad más importante del país.  Es una situación de fuerte tensión porque quien debe ser nuestro guía, nuestro líder, quien debe conducir el día a día de nuestras vidas está en suspenso, está recluido en su carpa, está ausente de la contienda. Y, está claro, es un momento dramático de la vida de millones de argentinos. Y faltan dos años aún.

Por Patricio Di Nucci  – Licenciado en Teología (UCA) – Licenciado en Letras (UBA)
Publicado originalmente en El Pucará