“El infierno son los otros”

Por Marcelo Magne*

El presidente Javier Milei invoca a las “fuerzas del cielo” y se dirige a la “gente de bien”, lo hace mientras embiste contra el sistema republicano y aplica un ajuste de una ferocidad inusitada.

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Está claro que la “gente de bien” acompañada por las “fuerzas celestiales” son aquellos que celebran o aceptan, con silencio cómplice, el intento de avasallamiento de las instituciones de la democracia. Por otro lado, están los que se oponen, rechazan, repudian y critican las políticas gubernamentales, estos son los Otros.

En nuestro país siempre han existido los Otros, aquellos en quienes se depositan las culpas y principalmente, el odio. Y esto no lo dice este humilde escriba, sino que lo demuestra la historia. A las pruebas me remito.

Los Otros, sujetos sociales destinatarios de todas las culpas y depositarios de un odio y un desprecio desenfrenado, constituyen un amplio conglomerado integrado por personas: de tes oscura, pobres, inmigrantes (no todos), trabajadores que luchan por sus derechos, defensores de la justicia social, militantes de Derechos Humanos, opositores al elitismo y a las políticas antipopulares. En fin, aquellos que padecen el rechazo y la descalificación, bajo denominaciones despectivas, prejuiciosas y ofensivas, tales como: “negros, feos, sucios, vagos, corruptos, chorros, ignorantes, grasas….” .

En el S.XIX, gauchos e indígenas fueron señalados como la encarnación de la “barbarie”. Al respecto resultan ilustrativos algunos escritos de Sarmiento. Refiriéndose a los primeros expresó:

No trate de economizar sangre de gaucho. Este es un abono que
es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de
seres humanos” (Diario El Nacional, 19-5-1857).

Y en referencia a los segundos escribió:

Se les debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño que
tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado” (Carta a Mitre, 20-9-1861).

Las matanzas de gauchos perpetradas por el Ejército Nacional y el genocidio indígena fueron el trágico corolario de la “cruzada civilizadora”, que Sarmiento, Mitre, Avellaneda y Roca, llevaron adelante con absoluto convencimiento.

La inmigración masiva trajo consigo el “germen maligno”, que con sus diferentes variantes –anarquismo, socialismo y sindicalismo revolucionario – se extendió en el mundo del trabajo. La lucha obrera fue combatida con represión, estado de sitio y una legislación acorde: Ley de Residencia (1902) y Ley de Seguridad Social (1910). La Semana Trágica (1919) y los conflictos laborales en los quebrachales de la Región Chaqueña –La Forestal y Las Palmas–y en las estancias de la Patagonia, ocurridos entre los años 1920 y 1921, tuvieron el luctuoso saldo de cientos de obreros asesinados, por las fuerzas represivas del Estado y por grupos de civiles armados. Por ejemplo, la Liga Patriótica Argentina. Sus integrantes pertenecían mayoritariamente a los sectores medios y la consigna bajo la cual se organizaron, llamaba a defender el orden, la propiedad y la nacionalidad, entendida ésta con un criterio xenofóbico y excluyente.

En 1945, el “aluvión zoológico” irrumpió en pleno centro porteño, dando nacimiento al peronismo, el mayor de todos los “males”, qué pese a los bombardeos a la Plaza de Mayo, a la aplicación del decreto 4161 y a los fusilamientos de 1956, siguió cobijando a “cabecitas negras” y más tarde a “subversivos”,”extremistas” y/o “terroristas”—que junto a los “zurdos apátridas y ateos”, fueron asesinados y desaparecidos por la perversa maquinaria del Estado terrorista y sus cómplices. En los centros clandestinos de detención, no había seres humanos, había “subversivos” y “engendros del Mal”, en esos sitios pletóricos de vesania, la deshumanización acompañó a la tortura y a la muerte.

Finalmente hicieron su aparición “piqueteros”, “kirchneristas”, “populistas” y “planeros”, contracara de la “gente de bien”, ese sector social que el presidente rescata en todos sus discursos, en los que también, con un mesianismo delirante invoca a las “fuerzas del cielo”. Prédica, por demás de peligrosa, que propicia el enfrentamiento entre el “Bien” y el “Mal”, al que también contribuye el expresidente Mauricio Macri, que con tono amenazante supo decir:

Los jóvenes no se van a quedar en casa y los orcos (1) van a tener que
medir muy bien cuando quieran hacer desmanes en la calle”.

Los sectores dominantes argentinos están dispuestos a probar viejos remedios para poder aplicar un modelo profundamente desigual y concentrado, que ignora aquello de “…constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad….” (Preámbulo de la Const. Nacional).

El odio ofrece chivos expiatorios, cohesiona a los propios y les refuerza la identidad. En su versión más extrema: los Otros son convertidos en el mal absoluto. Como dice Joseph Garcin, aquel personaje de Jean Paul Sartre, en la obra teatral “A puerta cerrada”: “El infierno son los otros”.

(1) Orco: criatura monstruosa, poco inteligente, miserable y violenta.

*Marcelo Magne Profesor de Historia – Investigador Miembro de la Comisión de DH “Padre Pancho Soares”