El hábito del lavado de manos previene la propagación de enfermedades

En el año 1835, en el Hospital General de Viena, se atendían los partos en dos salas distintas. En la sala n°1 los partos eran llevados a cabo por médicos y estudiantes, mientras que en la sala n°2 por parteras y sus alumnas.

Llamativamente, en la primera sala el índice de mortalidad de las madres era de un 25 % mientras que en la segunda era de tan solo un 2 %. El Dr. Ignaz Semmelweiss que allí ejercía  observó que los médicos y estudiantes de la sala n°1 eran también quienes trabajan con los cadáveres de la morgue e intuyó, sin tener conocimiento de los gérmenes presentes, que algo se estaría trasladando de un cuerpo muerto a uno vivo y planteó la hipótesis de que el medio de traslado podrían ser las manos de los estudiantes y médicos. Comenzó a solicitar, entonces, el lavado de manos previo a las intervenciones en las madres, logrando para su sorpresa disminuir la mortalidad en la sala n°1 al 1,8%. A pesar de ello, el Dr. Semmelweiss fue expulsado del Hospital General de Viena por rechazo de sus colegas.

Años más tarde, con los aportes de los descubrimientos del químico y bacteriólogo francés Luis Pasteur sobre la relación entre los gérmenes y la posibilidad de infecciones en las personas, el Dr. Joseph Lister logró que se aceptara el lavado de manos como metodología preventiva de contagio de patologías.
Es claro entonces que no siempre se supo de la relación existente entre los gérmenes y las manos sucias como portadoras de los mismos y propulsoras de enfermedades en las personas, pero tampoco es preciso hoy ser oriundo en medicina para considerar algunos recaudos de prevención en los que tan solo se requiere higienizarse como es debido.
Esta práctica, antes inusual, hoy es solicitada no solo por personal médico, sino también por personal gastronómico, docentes y padres y es entendida como una de las políticas de salud más importantes a la hora de prevenir diversos tipos de enfermedades.

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Desde que son pequeños enseñamos hoy a nuestros hijos que es preciso realizar el lavado de manos reiteradas veces en el día, especialmente después de utilizar el baño y antes de la ingesta de comidas.
También se hace fundamental lavarse las manos correctamente antes y después de preparar alimentos y luego de sonarse la nariz, toser o estornudar. También es importarte higienizarse las manos luego de haber manipulado cualquier tipo de residuo o al regresar de la calle,  luego de cambiar pañales a bebés, niños o adultos o después de haber tocado o jugado con animales, aún con los domésticos y de compañía. Se debe considerar siempre lavar las manos si se ha estado visitando o cuidando de alguna persona enferma y, por supuesto, antes de acercarse a un bebé recién nacido y bajo en defensas inmunológicas, aún cuando se considere uno mismo en condiciones sanas de salud.
El lavado de las manos con agua y jabón logra disolver la grasa y eliminar la suciedad que es lo que contiene la mayoría de los gérmenes que luego provocan tantas enfermedades. Con el uso de esta práctica sanitaria se tendrá mejor oportunidad de prevenir enfermedades como la diarrea, la conjuntivitis, el síndrome urémico hemolítico, enfermedades respiratorias como la bronquiolitis y enfermedades relacionadas con la piel.
No es para nada una práctica difícil. Basta con mojar las manos bajo la canilla con un poco de agua, enjabonarlas frotando el dorso, las palmas y procurando limpiar entre dedos y uñas, enjuagando bien para que no haya restos de jabón y secándolas con una toalla que se encuentre limpia o con toallas de papel descartables.
Aprender el hábito de lavarnos las manos y enseñárselo a nuestros hijos es una forma de disminuir la posibilidad de contagio y propagación de enfermedades para ellos, para nosotros y para los demás niños y adultos que nos rodean.