Por Malena Galmarini
En un tiempo en que la política y los discursos se vuelven abstractos para quienes vivimos la cotidianidad, hay que volver a lo esencial: hablar en un lenguaje sencillo, cercano, que refleje la vida y el sentir de nuestro pueblo.
La crisis de representación que vive la política —y, en muchos casos, el peronismo— no es fruto del azar, sino el resultado de una desconexión profunda entre quienes gobiernan y la vida de la gente. Por eso, es imperativo retomar la política desde abajo, donde la palabra no se adorna con jerga rebuscada, sino que se vuelve clara y resonante. Es allí, en el encuentro cotidiano, en las plazas, en los talleres y en las calles, donde se forja una política auténtica, capaz de responder a las necesidades reales de la sociedad.
El feminismo, en su esencia, nació en la calle, en los hogares y en el corazón de las mujeres que, con valor y determinación, se negaron a ser silenciadas. No es un adorno para debates elitistas ni un conjunto de consignas vacías; es la fuerza vital que transforma la injusticia en lucha, la desigualdad en reclamo de derechos y la opresión en una reivindicación por la dignidad. Esta fuerza ha sido y debe seguir siendo la voz de todas las mujeres.
Sin embargo, hoy nos encontramos frente a un escenario político que amenaza con desmantelar las conquistas que tanto costó obtener. El gobierno de Milei representa, en forma contundente, un retroceso en materia de derechos y de representación.
Ellos lo saben. Saben que el feminismo es amenazante para sus intereses y que es una fuerza poderosa. Por eso dedican tanta energía en desmantelar cada una de sus conquistas. Y por eso este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, tiene que servir para hablar de la libertad. Pero de la libertad en serio, no de la libertad vaciada de contenido del discurso libertario.
El gobierno de Milei nos quiere vender libertad, pero lo que realmente ofrecen es abandono. Nos hablan de meritocracia mientras invisibilizan la realidad de millones de mujeres que trabajan sin descanso, muchas veces en la informalidad, sin derechos, sin un salario digno, sin reconocimiento. Nos prometen que el mercado va a ordenar todo, pero cuando el mercado decide, las mujeres siempre terminamos pagando el precio más alto.
Desde el feminismo, en cambio, proponemos una libertad real. Una libertad que se construye desde políticas públicas que amplíen derechos, que generen oportunidades y que nos den herramientas para salir adelante. Porque no hay libertad cuando la vida se reduce a sobrevivir.
Hoy, más que nunca, es momento de apropiarnos de esa palabra. De decirles, con sus propios términos, que el verdadero camino hacia la libertad es el de la justicia social, el de la igualdad de oportunidades, el de la protección de los derechos de todas y todos. Porque la libertad sin justicia es solo la ley de la selva. Y las mujeres, como tantas veces en la historia, no vamos a permitir que nos lleven de vuelta a un mundo donde cada una se las arregle sola.
Hoy invito a cada mujer, a cada persona que sueña con una sociedad más equitativa, a no dejarse amedrentar por este retroceso, que es pasajero. Sigamos actuando con la convicción de que el cambio se gesta desde el corazón de cada barrio, desde el abrazo compartido y desde la lucha diaria. Porque la historia nos ha enseñado que la transformación real se forja en la unión de nuestras voces, en la solidaridad de nuestros pasos y en el coraje de quienes se atreven a soñar con un mundo distinto.
La libertad es una palabra demasiado importante como para dejarla en manos de quienes la destruyen. Seguimos en la lucha. Sin retroceder, sin rendirnos, sin abandonar a ninguna