Este 24 de marzo no es un 24 de marzo más. No solamente porque se cumplen 45 años del golpe cívico militar más siniestro de nuestra historia, sino porque aún hoy en varios lugares emblemáticos, se continúan perpetrando hechos propios de un negacionismo que intenta perpetuar desde lo simbólico lo sucedido durante esos años, o al menos acallarlo.
Particularmente en San Isidro, tapar con cemento la placa que recordaba a los detenidos y desaparecidos no puede ser considerado un hecho de vandalismo más, sino que debe entenderse en el marco de las prácticas sociales que conforman los procesos de lesa humanidad.
Así como el ataque sistemático y generalizado a una porción de la sociedad no surgió de un día para el otro, sino que arranca mucho antes desde la fractura del cuerpo social y la negativización de ese “otro” diferente, también el proceso de desaparición forzada continúa a su vez, con el modo de narrar lo sucedido.
Se buscó negar la identidad de las víctimas, la causalidad del proceso genocida en sí mismo y la responsabilidad posterior, y de la misma manera se intenta negar la memoria.
Y de allí su importancia como categoría histórica. No solo para intentar reponer la apropiación de las identidades y de las muertes, sino para entender que estos hechos no son ni inocentes ni casuales y que, frente a ellos, quienes creemos que un país más justo e inclusivo es posible, debemos dejar cualquier diferencia de lado y sostener las banderas de memoria, verdad y justicia siempre.
En este 2021 en el que las radicalizaciones y grietas están a la orden del día, en San Isidro y en el mundo, es necesario bregar no solamente por la defensa de los derechos humanos como principio rector, sino también por entender y asumir con la mayor de las responsabilidades que en la diversidad, en la integración, en la justicia social y en el respeto hacia el otro, están las llaves para construir una comunidad sin fracturas, y que lo sucedido no ocurra de verdad, nunca más.
Por Pupi Durand – Cocejal FR Todos San Isidro