Por Martin Szmukler
La política argentina está más sucia que una papa. Quizá esa sea una de las razones por las que un outsider como Javier Milei llegó a la presidencia con su discurso de castas y privilegios. Pero si algo ha quedado demostrado con el tiempo, es que las trampas y las picardías no son patrimonio exclusivo del peronismo, aunque muchos quieran venderlo así.
Cuando el PRO irrumpió en la escena política, prometió cambiar las “malas” prácticas de la vieja política. Sin embargo, rápidamente demostraron que, si no eran lo mismo, al menos podían hacer cosas iguales o peores. Y casos como el de Yamil Santoro son una muestra clara de ello.
El exdirigente del PRO, ahora devenido en libertario, protagonizó una de esas avivadas que haría sonrojar a los más experimentados en el arte de la trampa política. Primero, presentó un logo casi idéntico al de “Unión por la Patria” para su alianza “Unión Porteña Libertaria”, lo que obligó al Tribunal Electoral a intervenir. Y ahora fue por más: su lista lleva como candidato a su hermano, Leandro Santoro. ¿Casualidad? No. Se trata, por supuesto, de un homónimo del actual diputado nacional y candidato del peronismo porteño.
El objetivo de la jugada es obvio: confundir a los votantes y arañar algunos sufragios de los desatentos. Una apuesta tan burda como efectiva. En el cuarto oscuro, el elector apurado, distraído o simplemente confiado podría terminar votando al “Leandro Santoro equivocado”. Y como si la trampa no fuera evidente, el propio Yamil Santoro se hizo el inocente: “Nadie tiene la culpa del nombre con el que nació”. Claro, tampoco nadie tiene la culpa de que algunos hayan aprendido la peor versión de la rosca política.
Pero la hipocresía no termina ahí. El PRO, que se llenó la boca durante años hablando de transparencia y “Ficha Limpia”, también tuvo sus episodios turbios. La Corte Suprema de Justicia de la Nación rechazó los últimos recursos legales del macrismo y dejó firme la sentencia que sancionó a “Cambiemos Buenos Aires” por usar “aportantes truchos” en la campaña de 2017. ¿No era que venían a limpiar la política?
El problema es que la “casta” es un concepto maleable. En el discurso libertario, la casta son siempre los otros: los políticos que no les gustan, los gremialistas, los piqueteros. Pero resulta que cuando los apellidos que aparecen en los cargos son Menem, Scioli, Bullrich, Caputo o Francos, la cosa cambia. De repente, la casta se convierte en “gente con experiencia”.
Ahora bien, más allá del sarcasmo y de lo grotesco de la situación, hay un punto más profundo: el desprestigio de la política y la degradación de la democracia. Estas avivadas no son solo anécdotas pintorescas, sino maniobras que debilitan la confianza en el sistema. Cuando un ciudadano no puede estar seguro de a quién está votando, cuando la trampa se convierte en estrategia, el resultado es una democracia cada vez más deteriorada.
Entonces, la próxima vez que alguien diga que los tramposos son siempre los peronistas, quizá convenga recordarle que la mugre en la política es bastante más pareja de lo que quieren hacernos creer.