Don Oliverio y mis anteojeras

“El mejor truco del diablo es hacerle creer al mundo que no existe.” (usual suspects, 1995).

Me siento delante de la tele, agarro un diario en un bar, miro noticias en el celular y siempre están ahí estas malditas anteojeras para ver la realidad. Como un cuento de Girondo, no se pueden quitar y hasta a veces las siento perseguirme. Se empeñan en nublarme la vista, recordándome que las cosas no suelen ser lo que parecen. Incluso, la pesadilla que describo, tampoco sería tal, sino más bien un escudo protector contra la mentira y la manipulación. Porque las anteojeras que me pasean por historias trágicas, me corren el velo de la adormecida cultura dominante y por un momento, se aparecen tajantes algunas relaciones de poder que la comunicación hegemónica impone.
Sin caer en la ingenuidad de la “objetividad” nos aprovecharemos de esta tragedia. Y como los griegos (que nunca fuimos) construiremos escenarios en nuestro propio anfiteatro.

La cruzada anti estado:
En primer lugar, intentaremos pensar la sociedad no como un todo que algunos llaman “gente”, sino como un conjunto, grupos y clases con diferentes concepciones culturales e ideológicas que se anteponen siempre determinadas por como interactúan las relaciones sociales construidas desde el poder.
Ahora bien, podemos decir que el macrismo, como hecho político, es la irrupción de la representación política de quienes creyeron que el Estado era una maquinaria opresiva al servicio de “mantener vagos (ahora muchas veces denominados “planeros”) y ñoquis”, y los otros, una minoría con real conocimiento del poder porque lo detenta económicamente (hoy el capital financiero y los consorcios, a grandes rasgos). Obviamente, también se integraron a esta alianza electoral los sectores sociales más postergados, quizás agotados de que la inclusión social solo incorpore sin plantearse resolver sus problemas estructurales, como la vivienda, la tierra y el trabajo en blanco.
Los primeros, fueron claramente manipulados en contra de sus intereses, muchos pertenecen a la clase media y a los trabajadores mejor pagos y gozaban de la distribución de la renta producto del crecimiento del mercado interno, que dio la intervención del Estado que ellos enfrentan. Por eso es donde se representa de manera notoria la primera contradicción, donde actúa, quizás, una visión impuesta por los medios masivos de comunicación, que los trabajadores pagaban altos impuestos a causa de las políticas sociales de los últimos gobiernos peronistas.
Quizás, influyó también, por ejemplo, el hecho cotidiano de compartir la cola de un almacén y ver la capacidad de consumo de sectores que, a los ojos de parte del “medio pelo”, deberían estar mendigando, nunca consumiendo. Realidades sociales que abundan en el desigual paisaje latinoamericano, vestigios violentos de la vieja sociedad colonial, que vuelven a la carga. Una ideología caníbal determinada por el poder real, comunicado por el más grande de los aparatos políticos que son los grandes medios de comunicación.
El “sálvense quien pueda” de los 90s resulta, a la distancia, simpático frente “odia todo lo que puedas” de este giro bolsonarista de la política de las “derechas latinoamericanas”. Es como si en el odio se manifestara un lugar de pertenencia hacia una realidad inalcanzable. Como si el sueño de la movilidad ascendente se haya vuelto solo eso, un sueño, ya no un derecho. Entre esas ganas de ser y el alarmante alcance cultural de este pensamiento hegemónico, se ha arbolado una nueva bandera política que se nutre, por supuesto, de tradiciones liberales honestas y la lucha contra la corrupción que también es un reclamo pendiente del sistema democrático, pero que tiene de novedoso una política del odio que se ha vuelto de masas. Una ideología que estaba guardada en el baúl de la historia desde la última dictadura, que se fue por la puerta trasera luego de dejar 30.000 desaparecidos y una derrota en Malvinas, donde se cayó el aparato mediático de la junta militar. Aplauden las represiones, la política xenófoba, rechazan al inmigrante, niegan al distinto. Compraron la fe ciega del status quo, odian para diferenciarse como si tal vez eso les permitiera pertenecer a algo que deberían modificar. Porque ellos son también las víctimas del sistema que defienden. Pero el miedo y la seducción son las mejores herramientas de una política opresiva.
Y aparece el elemento liberal por excelencia, el de creer que las cosas marchan bien por sí solas. Es decir, que los mercados se autoregulan y otras estupideces que desde la segunda mitad del siglo XIX ya no resisten el menor análisis. En su modalidad actual dice que el problema es de la política, son los políticos los culpables de este estado de cosas. Y como en un círculo envolvente de los demás grupos denominados en esta representación política llamada “cambiemos”, se encuentra el viejo, y no por eso pasado de moda, odio al peronismo. Donde una parte mayoritaria de este espacio construye su concepción ideológica, en el odio al peronismo, al populismo, a la política, al estado, al oprimido, al otro. Un verdadero peligro.

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¿Volatilidad electoral o cambios ideológicos?
Hace pocos años Lilita Carrió sacaba menos que el Partido Obrero en una elección legislativa de Capital. Casi 10 años después, esa misma ciudad la votaría en más del 40%. Volatilidad electoral o cambios ideológicos producto de las relaciones de poder. O un poco de cada.
Los grupos hegemónicos de la economía creían que el crecimiento de sus ganancias se veía o vería restringido por el sostenimiento y profundización de las políticas públicas de Cristina Fernández. Eso tal vez endureció sus posiciones y al parecer produjo el masivo “arrastre” ideológico de otros sujetos pertenecientes a diversas clases sociales y a algunos grupos culturales. Cabe destacar, los esfuerzos de Jaime Durán Barba de diseñar estrategias de división ideológica de la oposición y de exponer divisiones internas para mostrarse como un movimiento amplio y de diversas ideologías (ejemplo, como fuerza política, el partido del presidente se mostró en contra del aborto, pero expone mediáticamente que tres diputado/as propios votan a favor, negocia con la corte y saca a Lilita sin bozal a girar por los canales de televisión matando a su ex presidente, etc y etc.).
 
No fue magia:
No se llegó a esto por nada, no fue sin razón. La falta de respuestas a demandas que el mismo ascenso social impone como desafío dejó espacios en la sociedad por errores de ejecución y gestión de las políticas públicas requeridas. Y estos errores fueron muy bien aprovechados por la oposición, liderada por la estrategia de los grupos mediáticos más grandes del país. El peronismo estaba dividido nuevamente. Un sector más afín a la ex presidenta militó con tibieza la campaña de un candidato poco sólido, que venía de dejar una provincia con muchas demandas sin resolver y, como si fuera poco, dependiente de los grupos mediáticos que enfrentó en la elección del 2015, que hablaron bien de él (Daniel Scioli) hasta que se convirtió el candidato de la continuidad del “modelo de Néstor y Cristina”. Sumado a los gruesos errores cometidos por quienes debían cumplir el rol de la conducción política y el desgaste de 12 años de gestión. Se perdió hasta la propia Provincia de Buenos Aires. Ganaron con las banderas de la gente común que está contra la mafia de la política, contra la corrupción, contra el “Estado Paternalista”, gente parecida a vos o a lo que vos queres ser.
 
La madre de las contradicciones:

El partido de gobierno lleva en su raíz una contradicción en sí misma: Es un movimiento político que está a cargo del Estado y, a su vez, rechaza a la política y al Estado.
En términos económicos la política del gobierno fue un desastre: Inflación, devaluación, caída de ventas, caída de exportaciones, crecimiento de las importaciones, caída del consumo interno, altas tasas de interés, subida del riesgo país y, como frutilla del postre, la intervención del FMI en la política económica.
Por lo que se podría indicar, esto que relato, como un fenómeno pasajero, como solo una fuerte tormenta, con grandes daños y muchos damnificados, pero pasajera. Depende de cuantos errores y cuán dispuesto a unificarse esté la oposición, pero también a cuantos logra convencer cada parte de cuánto daño al país le hizo el otro. Es la única estrategia posible. Esa y la unidad, claro está. Cambiemos la va a lograr con costos de mediana intensidad (también la tiene más fácil, sus aliados no tienen adónde ir), cederá importantes espacios en las gobernaciones y en las listas legislativas en pos de la unidad. Todo indicaría que posee más o menos el tercio del espacio electoral, pero depende del alcance de la crisis económica, de cuánto éxito pueda seguir teniendo en manejar a la opinión pública en dicha crisis en el tiempo y cuánto más podría traccionar en un ballotage. Ahí está el hueco que encontró la estrategia de Cambiemos en nuestra (necesariamente perfectible) democracia representativa. Hueco que para entrar tendría que no tocar fondo para octubre y noviembre y que su enemigo junte más odios que el mismo, como si lo que nos pasa fuera siempre culpa del otro y, sobretodo, del más débil. Porque estos tipos saben que “El mejor truco del diablo es hacerle creer al mundo que no existe.” (usual suspects, 1995).
 Alejandro (gringo) Cabilla – gringo7979@hotmail.com