Día de la tierra: la educación ambiental como factor de cambio

El “Día de la Tierra”, es una celebración global impulsada desde los años 70 para tomar conciencia sobre el impacto ecológico de la actividad humana en la salud del medio ambiente. Su principal promotor fue el abogado y congresista norteamericano Gaylord Nelson, Senador por el Estado de Wisconsin desde 1965 a 1981. Nelson fue un ferviente activista ambiental y un hombre comprometido con el desarrollo sostenible a nivel mundial.

En nuestra región, las estructuras fragmentadas de las grandes áreas metropolitanas de América Latina (y en muchas ciudades alrededor del mundo), no solo manifiestan las diferencias sociales en la calidad de los espacios urbanos, sino que, además, acentúan las diferencias ambientales en cada uno de esos lugares. La degradación medioambiental se gesta como una expansión geográfica de la desigualdad, y de un crecimiento caótico.

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Del mismo modo que los valores cívicos se enseñan en todo el mundo occidental, los contenidos socio-ambientales serán cada vez más enseñados, difundidos e institucionalizados.

El cambio climático no es una simple variación de la temperatura global, sino un cambio drástico en el modelo de producción y consumo: desertificaciones, sequías e inundaciones, temperaturas extremas, extinción masiva de especies, un desequilibrio fenomenal sobre los pilares que sostienen la etapa de producción primaria.

Representa una verdadera crisis global, hablamos de hambrunas, cientos de miles de migrantes ambientales, conflictos por los recursos y un sinfín de amenazas al estado moderno. 

Impulsar acciones colectivas, reclamar políticas ambientales que den respuesta a la demanda social, y promover una agenda pública que contemple la crisis climática, son medidas muy importantes que la sociedad civil debe priorizar, sin embargo, para que esta iniciativa sea sostenible, necesitamos indefectiblemente a la educación.

Es fundamental advertir a las generaciones actuales, y a las venideras, que hablamos de la supervivencia no solo de las instituciones democráticas, sino también de la existencia misma del estado de derecho. En palabras de Noam Chomsky: “Debemos preguntarnos si la sociedad humana organizada puede sobrevivir en una forma que sea reconocible”.

El modelo nórdico es uno de los más estudiados en relación a la educación ambiental a nivel mundial. El concepto no solo es incorporado al sistema educativo, sino también al modelo de sociedad, que va un paso más allá de la conciencia ambiental, transformándose en un valor elemental de la ciudadanía.

Finlandia implementa una educación ambiental transversal, incorporando temáticas como medio ambiente y cambio climático a su plan de estudios, siendo uno de los ejes centrales del sistema educativo. Este modelo es una meta deseable para cualquier sociedad que desee abordar seriamente lo que puede ser el problema civilizatorio más grande de la edad contemporánea.

En nuestro país, el colectivo ambiental espera ansioso la sanción de una Ley de Educación Ambiental en el Congreso Nacional. Si bien hay determinadas provincias con legislaciones locales en relación a la educación ambiental, necesitamos una Ley marco que establezca los parámetros fundamentales para toda la República. Del mismo modo que es necesaria una Ley de Humedales para establecer los presupuestos mínimos de protección, y una definición básica de lo que constituye un humedal (extensión, composición, biodiversidad, etc.).

Hay al menos dos iniciativas sobre esta temática en el Poder Legislativo. Más allá de los matices, los proyectos se basan en la importancia del contenido ambiental para el aprendizaje de los alumnos, y también, para su formación como ciudadanos. Esperemos contar con esta ansiada Ley en el 2021.

Incorporar la educación ambiental a la currícula escolar, es una de las mejores políticas de Estado que podemos implementar a largo plazo.

El futuro de las próximas generaciones dependerá de la sabiduría de nuestras decisiones.

Por Corredor Norte Ambiental