A casi medio siglo del comienzo de la mayor tragedia argentina, los nostálgicos del autoritarismo, los interesados en consagrar definitivamente la impunidad y los frágiles de memoria, siguen proclamando su negacionismo, promoviendo el olvido o discutiendo lo obvio, me refiero a lo indiscutible.
Por tal motivo, es pertinente, hacer una vez más, un balance histórico del periodo 1976-1983, cuyo punto de partida estuvo dado por el Golpe Cívico-Militar-Eclesiástico, ocurrido el día 24 de marzo, hace exactamente 46 años.
A la hora del balance es posible la aparición de críticas y cuestionamientos a algunos de los métodos utilizados por aquellos que luchaban por transformar el orden vigente y esta temática entra en el terreno de lo opinable. Es materia de discusión y debate. En cambio, lo que jamás podrán encontrarse son argumentos, que justifiquen lo actuado por los responsables del golpe y del brutal genocidio cometido durante la larga noche dictatorial.
Resulta innegable la complicidad de sectores de la sociedad civil (Empresarios, Miembros del Poder Judicial, Periodistas, Personal civil de las Fuerzas Armadas, Apropiadores de menores) y de una parte importante de la Iglesia Católica, con las Fuerzas Armadas en el plan político y económico, que significó el mayor genocidio de la historia de nuestro país.
El menosprecio total por la vida y la dignidad de las personas, el cercenamiento de las libertades, la conculcación de los derechos y el notable aumento de la pobreza, evidenciaron la crueldad del régimen dictatorial y al mismo tiempo llevaron a gran parte del pueblo argentino a tomar conciencia del significado de la expresión Derechos Humanos. Sin embargo, es condición sine qua non, multiplicar los esfuerzos para que el contenido de esta expresión se extienda en la sociedad y cobre todo su valor y su sentido.
Debemos impedir que el paso del tiempo y los discursos intencionados justifiquen o sumerjan en el olvido los hechos de barbarie ocurridos en el pasado. Al mismo tiempo, es necesario asumir colectivamente el convencimiento profundo de la vinculación de los Derechos Humanos con sistemas políticos que los efectivicen para la ciudadanía toda.
Reivindicar los Derechos Humanos, no significa tomar partido por asesinos y delincuentes, como sostienen algunos con afirmaciones y “argumentos” rebosantes de una superficialidad aterradora. Reivindicar los Derechos Humanos es luchar por una democracia real y efectiva que incluya a todos y a todas en una sociedad carente de privilegios, en la que la solidaridad constituya el eje central de su accionar colectivo e individual.
No olvidemos que sin Derechos Humanos no hay Democracia y sin Memoria, sin Verdad y sin Justicia, no hay proyecto de país posible.
Por Marcelo Magne- Profesor de Historia-Investigador – Miembro de la Comisión de DH “Pancho Soares”