Por Javier Forlenza
Se viven tiempos en lo que mucho de lo conquistado principalmente durante el siglo XX, pareciera entrar en crisis, golpeando de lleno a quienes fueron los protagonistas más relevantes, los trabajadores. Si hay algo que caracterizó a la Argentina de aquel siglo, fueron las grandes conquistas obreras, entre las que podemos mencionar la jornada laboral de 8 horas (1919), o bien con la llegada de Juan Domingo Perón primero como secretario de trabajo (1943) y luego como presidente (1946); periodos que se caracterizaron por logros significativos para los trabajadores ( salario mínimo, vacaciones pagas, aguinaldo, jubilaciones), en definitiva un movimiento obrero que empieza a ser un actor político fuerte.
Hacer un poco de revisionismo histórico no solo nos permite visualizar los antecedentes que posibilitaron y consolidaron los derechos de los trabajadores, sino también interpelarnos acerca de los nuevos desafíos que afronta el mundo del trabajo en una era marcada por la cuarta revolución industrial, la tecnológica, que sin dudas pone en vilo los derechos alcanzados y hasta como sostenerlos, y así también abre el debate a como abordar el trabajo y por ende al sujeto trabajador en estos tiempos.
En tal sentido, el mundo del trabajo del siglo XXI esta fuertemente atravesado por instrumentos de precarización y flexibilización laboral y por una dinámica del capital digital y financiero que vuelven al sujeto trabajador cada vez más invisible, por lo cual recuperar el movimiento colectivo se transforma en un desafío en si mismo, y que convoca a las centrales de los trabajadores a repensarse y actualizarse en las formas de aproximarse al trabajo, hoy mediado por la digitalización y la automatización. Cabe destacar que no esta en cuestión el trabajo humano, lo que esta en cuestión son los derechos del trabajo. En tanto, el trabajador como sujeto protagonista de la vida económica no desapareció, lo que se transformó fueron las relaciones laborales del trabajo y sus modalidades que han quedado “desabrigadas” de las protecciones sociales que lo cobijaban y que presentan al trabajo como mera mercancía, desprovista de todo sentido social y político, es decir adquiere un cambio de fisonomía que incide en la subjetividad de la clase trabajadora.
Claramente, este siglo XXI presenta una dinámica más vertiginosa que el régimen de acumulación industrial del siglo XX, por lo que se vuelve imperioso el diálogo tripartito entre Estado, empresarios y sindicatos, ese diálogo tan necesario para proteger el salario, fuente de sostenimiento de la mesa familiar y a su vez las condiciones de trabajo desde un enfoque mas humano, ese CLICK que posibilite acuerdos que tutelen por ese latido común de progreso, dignidad y desarrollo: el trabajo.
Los desafíos son tan amplios que para representar ya no alcanza con solo anclarse sobre lo logrado, que a propósito fueron avances muy significativos, sino que más bien implican actualizaciones normativas que integren a aquellos que fueron expulsados del sistema formal, y que hoy desde la informalidad están desprovisto de toda protección laboral. Celebrar el Día del Trabajador, es comprometernos a trabajar en las nuevas formas de representación y protección de derechos, en un contexto internacional deslaborizador y que se profundiza en la argentina producto de la falta de apego por parte del actual gobierno a los instrumentos internacionales, como el Convenio 173 de la Organización Internacional del Trabajo, que protege a los trabajadores frente a la insolvencia de los empleadores en situación de quiebra y que han decidido políticamente no ratificar.
Mucho queda por delante, hago llegar un fuerte abrazo a cada trabajador/a en este día, y los invito a unirnos en las palabras del Papa Francisco:
“El trabajo no es un favor, es un derecho. El trabajo no es una mercancía, es dignidad. El trabajo no es solo el pan en la mesa, es orgullo en el corazón.
Cada trabajador lleva en sus manos la fuerza que edifica la vida y la historia”