El 20 de junio de 1820 fallecía el General Manuel Belgrano, quien logró que la insignia que hizo juramentar en las barrancas del Paraná, fuera nuestra bandera. Sin embargo, su mayor mérito no estuvo en eso, sino en ser digno portador de ella.
Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible, si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero para ser capaz de hacer esto no sólo hay que ser un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Y Belgrano lo fue.
Héroe que no contempló la historia, la protagonizó; no la sufrió, la construyó; no se subordinó a ella, le impartió grandeza; no la recibió como una resignación sino que la vivió como un desafío.
Podría haberse replegado ante el primer enfrentamiento mezquino. Podría haberse encerrado en el conformismo de la época, limitándose a vivir de acuerdo con la estructura entonces imperante. Pero no, intransigente y tenaz, Belgrano fue el que debía ser. Un varón con temple de acero, de esos que aparecen de cuando en cuando, para ofrecer a los pueblos decadentes y zigzagueantes, una línea recta.
Intelectual excepcional, lejos estaba de reducir el destino de una Nación a las bondades de un plan tecnocrático, de limitar la política a una cuestión de éxitos y fracasos que nada tiene que ver con los valores trascendentes, o de establecer que el progreso de un Pueblo se mide exclusivamente por las coordenadas de sus cuentas fiscales, entre las cuales el hombre es un componente más y en ocasiones hasta prescindible. Para Belgrano, el péndulo está en el otro extremo de la orilla.
Contemplar su figura desde nuestras actuales circunstancias, con heridas abiertas, males latentes y presentes, miserias despiertas y dormidas virtudes, debería ser una invitación a la esperanza, a no relajar las exigencias morales, a ponerlas en un primerísimo lugar, a ratificarlas como primordiales.
Transitamos un siglo hambriento de héroes, que la memoria ejemplar de Don Manuel Belgrano, desde el fondo de la Historia, ilumine para nuestra Patria un horizonte de dignos portadores de su bandera, de sana utopía, de valores comprometidos y compartidos.
Un horizonte que tendremos que protagonizar nosotros, en los años que llegan.
Por Paola Spatola – concejal de Juntos en Vicente López
