¡Ayudame a cargar la cruz!

La Semana Santa es un tiempo muy fuerte. Tocamos lo esencial de la fe cristiana: Cristo muerto y resucitado es nuestra Pascua. Este año no podremos celebrarla como acostumbramos. Un bichito no nos lo permitió. Pero si decimos que la Vida de Dios y su amor son más fuerte que la muerte -pues eso celebramos- ¡cómo no va a ser más fuerte que este bichito! La Pascua sucederá y cada uno de los aspectos de todo ese gran misterio, que celebramos en Semana Santa, los recordaremos y traeremos al hoy.

Está en el centro la Pasión de Cristo. Este Domingo de Ramos hemos escuchado la Pasión según San Mateo y el Viernes santo la escucharemos según San Juan.  Extrañaremos participar -no como simples espectadores sino como actores del drama- de las representaciones del Vía Crucis que se suelen hacer por las calles y pasillos de nuestros barrios. No podremos palpar a “Jesús, que pasa” a la manera como acostumbramos. Sin embargo, es un tiempo para concentrar nuestra mirada en Jesús y su amor redentor.

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Quiero invitarlos a no mirar desde afuera, sino a experimentarse como hombres y mujeres protagonistas de lo que está pasando. Son nuestros pecados los que Jesús carga camino al Calvario. La cruz que lleva con la infinita fuerza de su amor es también la nuestra. La mujer fuerte al pie de la cruz nos es dada ese día y para siempre como nuestra Madre y compañera. Y también, cuando al amanecer de Domingo de Pascua, la creación entera se estremece por la resurrección de Cristo, llega un eco a nuestro corazón que lo inunda de alegría.

El drama de su Pasión lo vemos y palpamos especialmente en estos días: enfermos del coronavirus, de dengue y otras tantas enfermedades; muchos que hace varios días no pueden trabajar, necesario para llevar a casa “el pan de cada día”; abuelos que permanecen aislados en soledad. Nuestros líderes espirituales y temporales -hablo del Papa Francisco y del nuestro presidente, Alberto Fernández- nos han repetido la misma frase: “Estamos todos juntos, nadie se salva solo“.

Para nosotros, los cristianos, Jesús fue el primero que no quiso salvarse solo. Se subió a la barca de nuestra humanidad, herida por el pecado, para navegar con nosotros y hasta naufragar con nosotros, hasta llegar al mismo infierno. Al igual que hizo Simón de Cirene, Cristo nos mira en los ojos de tantos que nos dicen: “¡Ayudame a cargar la cruz! Es pesada, necesito de tu ayuda, que me alivies un poco. Es lo que me tocó en suerte, solamente te pido que me ayudes”. Ante la tentación de resguardarnos cómodamente en nuestras casas, con alguna simple oración y mirar, quizás de manera consumista, alguna que otra celebración religiosa de estos días por la tele o a través de las redes sociales, Jesús nos dice: “¡Ayudame, vos también sos parte de esto!” Simón de Cirene, ese hombre que ayudó a Jesús a llevar la cruz supo después que en esa cruz iban la sus propios dolores, sus propios errores y pecados. En ese momento, él solamente ayudó a “un hombre”; luego supo que colaboró con la salvación.

La cruz de Jesús y de tantos hermanos convive con la Resurrección, esa explosión de Vida que brota del corazón de Cristo Resucitado, y que llama a vivir de una manera nueva; “Vivir como resucitados” va a decir San Pablo en el capítulo 8 de su «Carta a los romanos». Esa vida es la de los hijos de Dios, hermanos entre nosotros. Por la resurrección, Jesús nos hizo hijos de Dios: rezamos como hijos, vivimos como hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Esa manera nueva de vivir tiene que brillar, relucir ante el mundo, que la verá y la palpará en el amor que nos tengamos. No tengamos miedo de dar “un poco más”: de tiempo, de energía, de bienes o dinero. ¡No tengamos miedo! Será el signo del Resucitado que vive en nosotros. Seguramente Simón de Cirene sintió miedo cuando los soldados lo empujaban para que ayudara a Jesús a cargar su cruz… ¡Jesús le devolvió mucho más! Y aprendió que, verdaderamente, no hay amor más grande que dar la vida por los amigos.

Aprendamos a no salvarnos solos, a ayudarnos a cargar las cruces, aunque no saque algo de tiempo, algo de energía, y quizás algo de plata también. “Cuando lo hacemos, -dice el Papa Francisco- la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo”[1]

Por último, sería bueno poder tener signos en nuestra casa que nos ayuden: una crucifijo, una imagen de la Virgen, una vela, un poco de agua bendita, la Palabra de Dios. Que en estos días haya lugar físico para Jesús en nuestras casas, espacio para escuchar su Palabra, su Pasión. Que la Pascua nos haga no perder la esperanza frente a nuestra situación actual. Que Jesús resucitado nos haga creer con firme esperanza que de todo esto puede brotar un pueblo más solidario entre sí, más hermano y más creyente, también.

¡Muy feliz Pascua y que Dios los bendiga!

Por Padre Lucas Schcolnik – Capilla María Madre de los pobres – B° Alte. Brown/ Villa Garrote


[1] Francisco, Evangelii Gaudium 270.