Alimentos, ¿mercancía o derecho?

Al referirnos a los alimentos, podemos hablar de un derecho humano básico o para el sistema capitalista de una mercancía. Pero, al ser una necesidad para la supervivencia de los seres vivos, como el agua o el aire, ¿podemos tomarlo solo como un bien y no como un derecho?

Comencemos explicando dos conceptos de los que mucho se hablará en esta nota, primero, ¿a que nos referimos cuando hablamos de Soberanía Alimentaria?; es el derecho de los pueblos, comunidades y países a definir sus propias políticas alimentarias, que sean ecológicas, social, económica y culturalmente apropiadas a sus circunstancias, declarando la alimentación como un derecho. En cambio Seguridad Alimentaria (Termino creado por la Food and Agriculture Organization de ONU), es la debida oferta física y económica de suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer las necesidades alimentarias de los pueblos. En otras palabras, si no se poseen los medios económicos suficientes, no hay acceso a la comida.

En nuestro país consideramos al alimento como un derecho humano básico, ya que nuestra Constitución adhiere a tratados internacionales que así lo disponen; ¿pero, es esto así en la práctica gubernamental?
A partir del año 1996, en Argentina comienza a experimentarse con semillas transgénicas, sin saber a ciencia cierta y a lo largo del tiempo, que consecuencias pueden traer en el suelo, en la tierra, en el aire  y en la vida de los habitantes. Tiempo después, se descubrió a través de distintas investigaciones, que estos cultivos necesitaban más agroquímicos, con el consiguiente envenenamiento y degradación de los suelos. La creación de los transgénicos surgió de la necesidad de resistencia a plagas y enfermedades, y por ende a mayor rinde por hectárea; y lo que no se tuvo en cuenta fue, que estas semillas modificadas estaban patentadas. ¿Es ético patentar una semilla que viene de la naturaleza? Desde mi punto de vista no lo es.
Debido a la alta demanda asiática de porotos de soja, y a su rinde excepcional en la pampa argentina, comienza a cambiar el paradigma de país multicerealero por el de país sojero, convirtiéndose casi en un monocultivo, ya que el 50% de la tierra cultivada corresponde a esta.
Eso trajo como consecuencia un grave deterioro de los suelos por desmontes, impermeabilización de los mismos causando inundaciones y fumigaciones masivas. Esto último deriva en graves problemas de salud para los habitantes de las zonas afectadas.
En un censo que se realizo entre 2011 y 2013 en diversos alimentos, se encontraron residuos de agro tóxicos en altas proporciones. Por ejemplo en 14 muestras de apio  se encontraron, 13 de ellas con residuos nocivos, también ocurrió lo mismo en el 98 % de las peras, el 94 % de los limones, el 91% de las mandarinas y así con muchísimas verduras.
 Este modelo redujo la cantidad de hectáreas dedicadas al trigo, maíz y al girasol, que debido a la ley de oferta y demanda encareció exponencialmente los precios del pan y los aceites, alimentos primordiales en la dieta de los argentinos.   
Para la FAO y su seguridad alimentaria este modelo es correcto y cumple con su teoría de Seguridad Alimentaria. Lo que no tiene en cuenta, es que alimentos para todos los habitantes de la tierra hay, pero gran parte de ellos no pueden adquirirlos.
“Quien controla las semillas, controla la comida”. La frase ya transformada en bandera dentro del mundo campesino resume la alarmante situación de concentración del mercado de semillas, el primer eslabón de la cadena alimentaria. Cuatro grandes empresas controlan el 59,8 % del mercado mundial de semillas y agroquímicos.
 
En contraposición  a este modelo mercantilista impuesto a Latinoamérica  por las  empresas dueñas de las patentes de estas semillas, surge la Soberanía Alimentaria, que nos muestra un modelo respetuoso de las costumbres alimenticias de los pueblos, de los ecosistemas; que cuida el suelo, el agua, el aire; que propone un cambio en la comercialización, dando trabajo a huerteros urbanos y lo hace mediante una siembra amigable con el medio y con semillas autóctonas, tomando ejemplo de los campesinos originarios con su respeto por la madre tierra.
La soberanía alimentaria se presenta como un proceso de construcción de movimientos sociales y una forma de organizar a las  personas, significa solidaridad no competición, también la creación de un mundo más justo desde abajo hacia arriba.
Repensemos juntos un mundo sin exclusión alimentaria.
              
Liliana Monserrat – Técnica Superior en Economía Social
Consultora en Desarrollo de Políticas Públicas

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