Activismos: “Organizaciones libres del pueblo”, el justicialismo del nuevo siglo

Desde tiempos remotos a la política se la asoció por naturaleza a la convivencia. Para los antiguos griegos, no era simplemente una ciencia de la sociedad que sólo se ocupaba del gobierno, de las leyes, de la ciudadanía, de las llamadas instituciones políticas, sino que abarcaba la actividad humana en general: la preocupación de la familia, de la educación en todos sus niveles y especialmente de la ética, de la justicia y del bien común como bien supremo de la sociedad. El propio Platón definía a la política como “el arte de la convivencia”, una condición natural del ser humano, es decir, la vida humana organizada alrededor de la justicia y el respeto, como una forma de distinguir a los humanos de los demás seres vivos. En el mismo sentido, Aristóteles definió al ser humano como un zoon politikon; un animal político dotado de alma, que a su vez vivía en la polis (sociedad): aquella pequeña comunidad independiente y con autogobierno, integrada por la ciudad y su territorio.

Esta dinámica de participación tan simple y directa atravesó milenios de historia, con idas y vueltas transformando a la política en una simple actividad partidaria, donde muchas veces la ciudadanía parece sólo ser convocada para votar. El modelo capitalista y neoliberal ha convertido al poder en una especie de deseo de quienes sólo buscan beneficios propios, dejando muchas veces a la sociedad al margen de las instituciones creadas supuestamente con el fin de mejorar la vida y la convivencia entre pares. A esto se suma el mundo globalizado y moderno que avanza a pasos agigantados y trae consigo nuevas demandas y problemáticas que parecen ser poco conocidas y analizadas por quienes deberían representarnos.

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En este contexto de democracia contemporánea de desigualdad social y descreencia en los partidos políticos, se ha fragilizado por completo el sistema de representación dando lugar a nuevos actores para dar respuesta a las demandas sociales que ya no son oídas por quienes detentan el poder: los activismos, formados por las organizaciones que representan amplios sectores, generalmente agrupados en torno a intereses socioeconómicos, éticos, morales, y a causas verdaderamente profundas, conectadas al nuevo mundo virtual que no pueden ser disociadas de las transformaciones sociales.

Sin embargo, este aparente nuevo actor no es tan nuevo, puesto que fue el mismo Juan Domingo Perón quien propuso una dinámica de participación política distinta a la del individualismo liberal, donde las personas no sólo votaran y consumieran. Un modelo donde se pudiera decidir sobre las políticas de Estado que definieran el perfil de la comunidad donde cada persona se realizara. Las llamó Organizaciones Libres del Pueblo. Y no casualmente las llamo así: la idea de Pueblo estuvo siempre impregnada de un elemento distintivo: la organización, diferenciándose de una masa inorgánica; y el vocablo Libre se refiere a que las necesidades de estos grupos mantuvieran la mayor independencia posible del Estado. Así, una organización popular es tal, cuando goza de conciencia social, de personalidad social y de organización social.

De este modo las Organizaciones Libres del Pueblo pueden desarrollarse libremente, así como hacer llegar al gobierno sus exigencias, sus necesidades, sus aspiraciones, así como su colaboración y cooperación. Esta era la idea de un justicialismo que se centraba en la existencia de agrupaciones en los tres sectores básicos de la sociedad: el político, el social y el económico. Del sector político, la organización por antonomasia es el partido político. Del sector social, son los sindicatos, las fundaciones, las cooperadoras, los clubes, las cooperativas. Del sector económico, las organizaciones de productores, comerciantes, usuarios y consumidores. Todas ellas hoy están en crisis, en medio de una sociedad que avanza hacia la informalidad laboral, el individualismo, y las crisis de partidos que parecen ya no representar mayorías.

Surge así el activismo como alternativa a estructuras gastadas por el paso del tiempo, por la burocratización, y por la falta de conexión con la realidad que ya no permite dilucidar las demandas sociales, que perfectamente se expresan cada vez más en la calle: a través de colectivos de distintos tipos, que han logrado transformaciones profundas mientras el antiguo modelo organizacional ya no da respuestas.

Quizás el justicialismo del nuevo siglo deba simplemente comprender a la sociedad moderna, como lo hizo Juan Domingo Perón en 1945 para realizar las transformaciones más grandes de la historia. La política hoy necesita comprender que estos nuevos actores son simplemente organizaciones libres del pueblo, buscando ser oídas e incorporadas a un Estado que debe ser fuerte, colaborativo y responsable. Con representantes que no se perpetúen en el tiempo y sepan agiornarse a los cambios de época. Porque la organización en comunidad no resulta una condición suficiente para consolidar el proceso de transformación.

Lograr evolucionar es una tarea de todos y todas, entendiendo que los debates y las posibles soluciones a las diferentes problemáticas sociales ya no sólo se dan en las estructuras conocidas, ni se construyen de arriba hacia abajo, sino que surgen desde el subsuelo de la patria, que poco a poco se está sublevando y se muestra permanentemente en las calles.

Por Valeria Ayala – Integrante de la Fundación Comunidad Organizada.

Publicado en El Pais Digital