A los 65 años de la muerte de Ortega

No muchos argentinos han leído a Ortega y Gasset, tal vez algunos lo hayan hecho en “La Rebelión de las Masas”, y no mucho más. Sin embargo, sí muchos han escuchado las expresiones que le pertenecen: ‘Yo soy yo y mi circunstancia’, y la otra: ‘argentinos, a las cosas’.

El lunes 18 de octubre se cumpliron 65 años de su muerte. Ortega fue un lúcido escrutador del alma argentina, en el caso de que la hubiera; ciertamente fue un avezado ojo que intentó calar hondo en sus características. Y lo hizo con mucho afecto, como lo dirá en reiteradas ocasiones. Se llamó a sí mismo: ‘un argentino imaginario’, en su primer viaje en 1916. Se sintió muy cerca y cautivado por una sociedad nueva, joven, a quien quería robarle la desbordante juventud que escaseaba en Europa, dirá en el mismo texto.

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Ortega hizo tres viajes al país; en 1916, en 1928 y en 1939. Si bien no fue el único intelectual extranjero que hizo un trabajo de diseño descriptivo de una sociedad en formación, inacabada, como dirá, sí fue quien más penetrante caló en su interioridad. Esos tres viajes representan tres estados, tres momentos y tres experiencias diferentes para él y para la sociedad argentina. El primero de los viajes fue el del descubrimiento. Viajó por Tucumán, Rosario, Córdoba, Mendoza y Buenos Aires dando conferencias. Ese primer viaje fue de descubrimiento. Era un hombre de 33 años: ‘llegué un buen día a vuestro puerto, exento de toda notoriedad’; efectivamente, no era conocido más que por un puñado de intelectuales, pero ignoto para la mayoría de la sociedad argentina y porteña. Había escrito algunos artículos para el diario La Prensa unos años antes y para La Nación, sin resonancia alguna. Tallaba en la Argentina el pensamiento de José Ingenieros, ligado al positivismo, Alejandro Korn, revisionando el modelo positivista y Coroliano  Alberini, en las antípodas de Ingenieros. Invitado por la Institución Cultural Española viene al país a dictar un ciclo de conferencias y algunas clases/conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras. El impacto de su primera conferencia fue de tal magnitud que en la segunda debió intervenir la policía para poner orden, por la cantidad de gente que se hizo presente para escucharlo.  Esto sucedió en la calle Viamonte adonde hoy funciona el rectorado de la Universidad. Ortega mismo lo recuerda en noviembre 1939 en la misma ICE, ante el presidente Ortiz.

Cuando llega al país en 1916, había escrito “Meditación del Quijote” (1914), uno de sus primeros textos en los que iba diseñando su línea de pensamiento, volviendo del neokantismo que había descubierto en su paso por Alemania. Es en este texto en el que escribe la célebre frase referida antes: ‘Yo soy yo y mi circunstancia…’ La frase completa es ‘Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo…Buscar el sentido de lo que nos rodea’. Esto no quiere justificar el relativismo y la abolición de la responsabilidad frente a las decisiones del hombre. Por el contrario, quiere integrar esas circunstancias que el hombre debe considerar y elegir, modificar o resignar en el juicio decisorio. Habla de la responsabilidad del hombre que va construyendo un destino integrando las circunstancias que constituyen también quién es. No se puede vivir sin circunstancias, sería vivir en el vacío, navegar en el espacio sin referencia de pertenencia, de camino y de destino.

En este primer viaje tiene contacto con el proceso político que iba desplegándose en el país. Argentina vivía un movimiento inmigratorio enorme. La llegada de europeos al puerto de Buenos Aires era incesante. Comienza a pensar en la sociedad argentina como factoría; concepto que desarrollará más detenidamente en tres artículos que publicará en La Nación entre 1929 y 1930.  Por primera vez se accedía al voto universal y secreto. Yrigoyen accedía al gobierno como resultado de la primera elección libre. Curiosamente en la segunda oportunidad que Yrigoyen accede a la presidencia, Ortega está nuevamente en el país. No son pocos los que piensan que “La Rebelión de las Masas” encuentra inspiración en ese sujeto nuevo que asomaba en el horizonte social, educativo, económico y político, ese sujeto es “la masa”, no es la burguesía, no es el proletariado, es un concepto nuevo, un movimiento social que cobra protagonismo y que avanza como jugador principal en el siglo XX.

A partir de 1923 será un colaborador constante en el suplemento literario del diario La Nación, y sus artículos se leen en toda América Latina, así como los libros que va produciendo. Este mismo año funda en España “La Revista de Occidente”, cuya lectura tuvo una difusión masiva en América toda.

El segundo viaje es el de la consagración. Ya leído, comentado, criticado y admirado por la élite intelectual y refinada del país todo y de Buenos Aires. Establece un vínculo especial con la Asociación Amigos del Arte, cuya cabeza era Elena Sansinena. 

Ortega ya era el profesor, intelectual y orador consagrado. En este viaje escribe dos artículos, para La Nación, que fueron polémicos. La situación lo obligó a escribir, al año siguiente, un tercer artículo aclarando lo que decía en los anteriores. Esos artículos son “La Pampa…promesas”, “El Hombre a la defensiva” y “Por qué Escribí El Hombre a la Defensiva”. Hace algunos domingos ya, hice mención a un par de estos artículos en lo que hace una descripción del carácter del argentino, aunque confunde porteño con argentino. La síntesis de estos artículos es la identificación de la topografía de la pampa con el carácter del argentino. La pampa es infinita, pierde en el horizonte los referentes donde depositar la vista. Es como el espejismo que marca un destino incierto, indefinido. El argentino es el hombre que está en camino hacia un destino siempre lejano de concreción porque se desplaza a medida que avanza en ese camino.

El argentino, dice en “El Hombre a la Defensiva”, es dependiente de su apariencia; la comunicación con él se hace difícil porque se siente estudiado, escrutado, por lo que no termina de hacer la entrega; no se establece la comunión que requiere la interactuación cabal. Está prendado de su imagen, pendiente de ella mucho más que del tema que se trate. Esto lo lleva a un narcisismo alienante porque se paraliza, no ante la imagen que da de sí, sino ante el pensamiento de sí mismo ante sí mismo por la imagen que comunica de sí mismo. La sociedad argentina es la sociedad de la factoría. El progreso, el más importante de los afanes del argentino, está dado por los resultados económicos que obtenga y en el menor tiempo posible. Marca la existencia de la apariencia como eje y su sobrevaloración. La Argentina recibía un aluvión de gente que tenía ambiciones del progreso material que respondiera a sus necesidades primarias. La búsqueda de la escalada social, de hacerse un lugar entre los otros en una sociedad en formación, está siempre ligada, en primer orden, a ese progreso material. El tercer artículo, “Por qué escribí el hombre a la defensiva”, fue resultado de la polémica y malestar que provocó los anteriores. Su gran amiga Victoria Ocampo –su Gioconda Austral, como la llamaba-, en un artículo publicado en La Nación llamado “Quiromancia de La Pampa”, fue una de las pocas voces que se levantó en su defensa por lo ajustadas de sus apreciaciones.

El tercero de los viajes es el de la desilusión. Venía de una España castigada por la guerra civil y la tensión en  Europa que antecedía a la segunda guerra. No había podido concretar algunos proyectos personales de trabajo y publicaciones que tenía previsto realizar en Buenos Aires, y eso lo desmoralizaba. No obstante, las conferencias que dicta en esta viaje son algunas de las más resonantes. En contraposición a los artículos de diez años previos, mencionados antes, en este viaje dicta una serie de tres conferencias radiales de exaltación de la mujer argentina llamadas “Meditación de la Criolla”; y en esos días da la conferencia “Meditación del Pueblo Joven” en la ciudad de La Plata donde pronuncia la conocida frase: ‘¡Argentinos a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal’.

Han pasado 80 años de esas palabras; estaba terminando la década infame, la del fraude patriótico, y el país se encaminaba hacia el golpe del 43 contra el gobierno de Castillo, sucesor de Ortiz; no había estallado la primera experiencia intensa de populismo; el coronel Perón era parte, por segunda vez, del segundo gobierno que interrumpía el proceso democrático. Ortega volvió a la península, pero no a España, adonde solo fue esporádicamente, aunque siguió publicando; se instaló en Portugal, para morir un 18 de octubre de 1955, en Madrid, en la misma ciudad que había nacido en 1883, a tan solo 28 días de la interrupción de otro gobierno democrático; esta vez sí, Perón, elegido por las urnas, había caído.

Qué diría hoy Ortega de un país empeñado en la cancelación de ese futuro promisorio.

Por Patricio Di Nucci  – Licenciado en Teología (UCA) – Licenciado en Letras (UBA)
Publicado originalmente en El Pucará

*Los textos fueron tomados de la Obras Completas, editadas por Revista de Occidente Ediciones, 3ª ed. Madrid, 1970