A la democracia, de memoria

Cómo se diría en palabras de Arturo Jauretche, no voy a escribir mis memorias, si no que voy a escribir de memoria.

Sí quien lea estas líneas pretende encontrar una reformulación aguda en las ciencias políticas, está a tiempo de abandonar y no decepcionarse con el resultado.

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Siendo muy chico, por parte de mi papá llegó a mis manos Pantalones cortos. Uno de los tantos libros del autor linqueño con quién me identifiqué rápidamente por sus anécdotas bien del interior y de ahí pedí prestada aquella frase del primer párrafo.

Nací en una “cuna” justicialista. Mis abuelos, peronistas “de Perón” y mi papá con algún sesgo socialista luego de su paso por la vida universitaria en la capital de la provincia mediterránea durante el Cordobazo, pero profundamente justicialista a partir de aquel momento, con algún guiño a la social democracia.

A media cuadra de la casa de un íntimo amigo desde la infancia, el “Tuti”, estaba -y aún está- el Comité Radical del pueblo en una esquina.

Esa tardecita del 30 de octubre de 1983, vaya a saber por qué circunstancia del destino me encontraba en la casa de Tuti y como somos de la generación que se “crió” en la vereda, fuimos testigos que en cuestión de minutos las dos calles que se intersecan en esa esquina pintada de blanco y con carteles de letras en colores rojos, se llenara de individuos hasta cortar definitivamente el tránsito de los vehículos.

Una multitud llena de felicidad cantaba, saltaba, vitoreaba. En síntesis, festejaba y como ahí estábamos los dos con apenas seis años, fuimos también a saltar, festejar y cantar. Obviamente no entendíamos mucho, pero esas personas estaban muy alegres.

Sólo unos minutos me llevó descubrir que no todos estaban festejando. Al menos no en mi casa y mucho menos en lo de mi abuelo, quien fue durante muchas décadas el concejal más joven del pueblo, siempre a las órdenes “del General”.

A partir de esa noche y de la mano de Raúl Alfonsín comenzaba el período más largo de vigencia de la democracia desde la sanción de la Ley Saenz Peña.

Tiempo después a esa noche en la cuál no terminaba de entender el contraste de estados de ánimos, estábamos con mi mamá y mi hermana parados una mañana de frío frente a la antigua reja del Aeropuerto de Ezeiza, viendo con los ojos siempre emocionados de un niño de 7 años el movimiento de aquellos aviones. Papá había entrado a la terminal a buscar a los amigos que volvían de Europa.

Aún recuerdo a mamá haciendo que me apoyara un poco más arriba en aquella reja y con mi hermana, uno de cada lado, ella nos incitara para que saludáramos al Presidente que circunstancialmente también había arribado esa mañana, mientras toda la comitiva pasaba por delante nuestro y un hombre de pelo negro y bigotes nos saludaba a los tres desde dentro de un auto aún más negro.

Éramos los únicos en ese lugar y no cabían dudas quienes eran los destinatarios de los saludos del Presidente.

Así, de memoria recuerdo como en casa me inculcaban con hechos el valor de la democracia.

Así también y hace sólo un par de días, en la última sesión del Concejo Deliberante, hice mención de recordar a quién fuera Presidente de nuestro país en el período 2003-2007, Néstor Kirchner en el mismo día que se cumplían 10 años de su paso a la inmortalidad; a quién voté en las elecciones que lo consagraron como primer mandatario, aun cuando ya formaba parte de las filas de Compromiso para el cambio, el germen de lo que hoy es parte de Juntos por el Cambio y de quien desde aquella elección y en delante siempre me mantuve en la vereda contraria.

Nunca importó el color político del Presidente siempre y cuando fuera elegido mediante el voto popular. El Presidente es institución y eso es un valor democrático.

Con aún 12 años, junto con otros aprendices de políticos, pero todos con grandes aspiraciones, fui elegido Secretario General del centro de estudiantes de mi colegio secundario y participé de esa escuela de la vida en el marco de un Estado de Derecho durante los cinco años que duraron mis estudios.

A los 16 años, tuve la primera oportunidad para fiscalizar en una elección en una interna partidaria. Del Partido Justicialista, por supuesto y en el año 1995 fui a votar por primera vez en mi vida para una elección nacional.

No recuerdo ninguna elección desde aquella noche de 1983 hasta el día de hoy que no la haya vivido como una verdadera fiesta.

Es cierto que parece una frase hecha y que a quienes participamos de la vida política activa nos gusta repetir, pero no menos cierto es que uno siente mariposas en el estomago cuando suena el despertador el día de los comicios muy temprano a la madrugada porque ese día “se trabaja”.

Me tomo el atrevimiento de escribir sobre la Democracia desde el recuerdo de momentos de mi vida que por alguna razón se grabaron a fuego en mi memoria. Cada uno de los acontecimientos mencionados los siento tan vívidos con sólo cerrar los ojos y sin hacer mucho esfuerzo.

Pero me tomo el atrevimiento también porque eso significa que la existencia de muchos que ya estamos en el promedio de la vida sólo está atravesada por circunstancias en el marco de un Estado Democrático de Derechos.

Si bien nacimos durante la oscura noche de un gobierno de facto en los violentos años 70, muchos no tenemos la edad suficiente para que ciertos hechos hayan quedado impregnados en nuestro cerebro. Al menos no de manera consciente.

Hoy, muchos de los de mi generación no recordamos otra forma de convivencia cívica que no sea en el marco de la democracia.

Para muchos, la dictadura de los ´70 nos resulta tan ajena como el 25 de mayo de 1810.

No quiero restarle importancia, todo lo contrario. Difícilmente podría hacerlo al ponerla en el mismo nivel histórico que el primer gobierno patrio, pero eso significa que la memoria colectiva de más de la mitad del padrón electoral no registra más que una sucesión de gobiernos civiles y democráticos.

Hoy la democracia, a pesar de su corta vigencia en la vida de la República goza de buena salud, a pesar de nuestros sistemáticos procesos de crisis económica que nos sumergen en una montaña rusa de la que sería un error acostumbrarse.

Pero sepamos también, que todos los males de la democracia sólo pueden resolverse con más democracia.

La democracia goza de buena salud y es deber de todos conservársela.

El deber de conservarla es mandatorio. No es optativo, ni se trata sólo de una expresión de deseo y nos conmina fundamentalmente a quienes participamos de la vida política pública a actuar en consecuencia.

Si en el marco de las instituciones no logramos los acuerdos mediante la palabra, sólo significa una cosa y es que hay que seguir dialogando hasta que la solución aparezca.

La democracia nos obliga a que todas las opiniones sean relativas y que debamos aceptarlas aún sin compartirlas.

Ya decía Winston Churchill con la ironía británica que lo caracterizaba que la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás.

La democracia no es perfecta, ni debe aspirar a serlo.

La democracia es fuente, es medio y es fin.

Sólo debemos mantener la ecuación churchiliana y que siga siendo, aunque sea por muy poco, siempre mejor que todas las demás.

“La democracia es el destino de la humanidad; la libertad su brazo indestructible”, Benito Juárez (presidente de México, 1806-1872).

Por Juan Maria Furnari – Concejal Tigre Juntos por el Cambio