Este fin de semana es un fin de semana especial. Los que profesamos la fe cristiana nos preparamos para la celebración más importante de nuestro calendario: recordamos la muerte y la resurrección de Jesucristo.
Para aquellos que son más escépticos, es importante agregar que este hecho está registrado no solo en los escritos sagrados bíblicos. También está documentado por numerosos registros históricos que lo certifican, y ha sido defendido por cientos de miles de mártires que estuvieron dispuestos a dar su vida por sostener una verdad que era innegable para ellos.
La cruz fue el instrumento de tortura y ejecución de Nuestro Señor Jesucristo. Su amor por la humanidad fue tal que la enfrentó con dignidad y valor, sabiendo que su entrega implicaba la reconciliación de Dios con la raza humana. Anticipadamente, Jesús le había anunciado varias veces a sus seguidores que iba a dar su vida pero que luego resucitaría.
Después de celebrar la última cena con ellos, se dirigió al huerto de Getsemaní, donde la humanidad y la divinidad de Cristo se dirimen en una batalla en la que Cristo ora para hacer la voluntad de Su Padre. El sabía lo que le esperaba, y lo más importante: se entregaba para hacerlo sabiendo que era la única manera de que podamos acercarnos a Dios. Luego fue apresado y tuvo que enfrentar no solo la traición y el abandono de sus mejores amigos, sino que fue sometido a seis juicios ilegales, fue castigado salvajemente y fue ejecutado como un criminal.
El relato bíblico nos señala que todo esto sucedió en un viernes, antes de la celebración de la pascua judía. Luego de seis horas de agonía, expiró y fue sepultado respetando las tradiciones religiosas de la época. Pero, al tercer día, es decir, el domingo de pascua o de resurrección, la piedra que cerraba y sellaba su tumba fue removida milagrosamente: Se levantó de entre los muertos. Jesús vive! Se le apareció a María Magdalena, a Pedro, a Tomas, a los demás discípulos… Su experiencia fue tan real y transformadora, que no dudaron en entregar sus vidas, tiempo más tarde, defendiendo su fe.
A través de la historia, el cristianismo ha atravesado por períodos de viva luz y de densa oscuridad. Tristemente, durante siglos, la transformadora verdad de la resurrección de Cristo se vio opacada por el peso de la religiosidad y el fanatismo de las formalidades. Muchos siglos de oscuridad no pudieron acallar la contundente victoria de Jesucristo.
La pascua nos otorga ese símbolo tan sagrado a través del cual somos reconocidos como cristianos: la cruz. La cruz nos confronta con la realidad de que todos, en mayor o menor medida, hemos cometido errores, y que necesitamos un Salvador que nos redima y nos transforme. Y esa cruz, que hoy sigue vigente, hace una invitación abierta a toda la raza humana: poder aceptar ese amor incondicional e inexplicable y seguirlo.
En el presente tiempo, donde resulta tan difícil encontrar una fuente fidedigna donde depositar nuestra confianza, la cruz nos recuerda el gran amor de Dios por nosotros, y la tumba vacía nos recuerda que El siempre cumple sus promesas. Podemos afirmar, hoy más que nunca, que CRISTO VIVE!
Por Pastora Gabriela Analía Ramanzini – gabriela@ramanzini.net