Por Sebastián Plut *
Súbitamente, cualquier tema parece convertirse en asunto del máximo interés para los libertarios, aunque, lo subrayamos, solo lo parece, es apenas una simulación disfrazada. Hablan aquí y allá como expertos, como si desde hace tiempo los ocupara el tema y como si les interesara más de un ápice. Si no es el INADI, es el CONICET, si no es el INCAA, es la UBA, y así deambulan cual buscadores de las siglas comunistas. Su lema, de hecho, podría ser “Cualquier organismo es bueno para ser atacado”. Algún día, podemos aventurar, se enfilarán para disparar sus flechas sobre la Dirección Nacional de Aves de Corral, pero en ese momento ni las ironías de Borges los salvarán.
Sin embargo, aquellas tres actitudes son falsas, y sus inconsistencias se revelan diariamente. En efecto, solo son expertos en datos duros tomados de TikTok y reproducidos en la red X, cada tema los ocupa menos tiempo que el que dura el ciclo vital de una efímera y, por último, su preocupación genuina por cada tema tiene menos valor que un salario mínimo.
Esos rasgos son observables en cada balbuceo libertario, en cuya retórica reinan tres atributos que ya hemos descripto en varias ocasiones: la violencia, la irracionalidad y la ignorancia. De hecho, sería muy sencillo construir un test para diagnosticar niveles de libertarianismo en sangre; un test para el cual solo se necesita indagar sobre dos rubros: 1) ¿Hay agresiones en lo que dicen?; 2) ¿Se repiten los mismos argumentos? Sin duda, su violencia verbal, con inéditos grados de sadismo, se reitera cada día y se acompaña de una monotonía insoportable, difícilmente hallable en otras piezas discursivas. Esto es, sus argumentos se componen de apenas dos indicadores: “son todos zurdos” (comunistas, socialistas, estatistas), “son todos chorros” (casta, corruptos).
Por todo ello, y porque no deja de entrañar gravísimas consecuencias sociales, es importante comprender el ADN de aquel sadismo, cuya estructura se constituye por la superposición de cuatro segmentos:
1. El goce: este atributo lo distingue de otras expresiones de la hostilidad, ya que incluye no solo la manifestación agresiva sino, sobre todo, el goce por el sufrimiento ajeno. Somos testigos de esa crueldad, por ejemplo, cuando se ríen de quienes pierden el trabajo, cuando gritan “van a correr zurdos” o en aquellas tempranas expresiones de Milei cuando le decía a algún político “te voy a pegar un baile morboso”.
2. El componente expulsivo-aniquilante: aunque la heterogeneidad, el conflicto y los antagonismos en toda sociedad son irreductibles, el discurso libertario no les da cabida y, por el contrario, propone la expulsión y/o la aniquilación de aquellos que representan esos tres caracteres. Para ellos, pues, la rivalidad no es una inevitabilidad comunitaria, sino una contingencia a eliminar, una enfermedad que desean exterminar.
3. La precaria autopreservación: dado que si no agreden ni repiten su estereotipado argumento no aparecen en ninguna conversación, es posible conjeturar que su sadismo es su particular modo de sentirse vivos, de autogenerarse una tensión que les permita salir transitoriamente de un estado de inercia al cual, agreguemos, nos quieren conducir a todos y en el que la mayoría de ellos mismos también quedarán finalmente incluidos.
4. La indiferencia: por último, y de alguna manera ya lo hemos expuesto, el sadismo no es sino una mascarada que encubre su brutal y abarcativa indiferencia. En efecto, son indiferentes al dolor, son indiferentes porque no conciben la diferencia (y, por eso, repiten una y otra vez lo mismo), son indiferentes al desestimar manifiestamente el saber y, como fue señalado, porque nada ni nadie les importa. Y esta, sin duda, es una de las razones y funciones esenciales de su sadismo.
Llegados a este punto, podemos intentar alguna respuesta a la pregunta, que desde hace tiempo se impone, sobre cómo trabajar contra la violencia. Por un lado, sabemos que -siempre- el camino exige crear e insistir en las condiciones de posibilidad de la ética, la solidaridad y la ternura. Como decía Freud, no alcanza con combatir al hiperpoderoso. Por otro lado, y de allí la razón fundamental de este texto, es preciso comprender que tras la violencia o, mejor dicho, subyacente al sadismo, impera la indiferencia, ese primer opuesto al amor, aun anterior al odio. Es por eso que tenemos presente lo que hace casi dos décadas, con enorme lucidez y anticipación, Dejours propuso: “Habría que reemplazar el objetivo de la lucha contra la injusticia y el mal por una lucha intermedia, que no está directamente dirigida contra el mal y la injusticia sino contra el proceso mismo de banalización” (La banalización de la injusticia social, Ed. Topía, 2006).
Seguramente, aquella banalización que observaba Dejours no esté muy lejos de lo que aquí comprendemos como indiferencia, pues ambos conceptos constituyen una expresión del cinismo mortífero que entroniza la ultraderecha, del goce en hacer y dejar morir al otro aunque, tal como expusimos, invariablemente retornará sobre sí mismos, no es más que un rodeo -a través de fagocitar la subjetividad ajena- del propio goce por fenecer.
Dije al comienzo que el lema de los libertarios podría ser “Cualquier organismo es bueno para ser atacado”. Pues bien, la realidad es que esos organismos son los nuestros, los de todos. Por ello, hacemos nuestro el interrogante que Freud se planteó sobre los soviets, hace casi un siglo, y que nosotros trasladamos a los libertarios: “Uno no puede menos que preguntarse, con preocupación, qué harán los soviets después que hayan liquidado a sus burgueses”.
* Sebastian Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.