La función social del diagnóstico

Por Sebastián Plut *

Psicopatología cotidiana

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No podemos decir que les sucede a todos. Pero también sabemos que para obtener consistencia ninguna afirmación requiere de su verificación en el total de los casos posibles. Si así fuera, no podríamos aseverar casi nada. Comencemos. A un gran número de alumnos de la carrera de psicología les ocurre que, mientras estudian los textos psicopatológicos de Freud, se reconocen a sí mismos en ellos. “Esto es lo que me pasa a mí”, pueden decir. Tal vez estén leyendo sobre la melancolía, la fobia, la paranoia, etc., y entonces tienen la extraña vivencia de que en algún momento, con mayor o menor frecuencia e intensidad, han sentido o pensado de similar manera a lo que describen aquellos libros.

Las razones de tales percepciones son variables e incluyen, seguramente, algo de exageración, temor y quizá malentendidos, aunque, además, hay allí un incipiente -y fundamental- descubrimiento. En efecto, el hallazgo, más o menos advertido, es una paráfrasis de la sentencia de Terencio, “nada de lo humano me es ajeno”.

Lo diremos de otro modo, un poco más freudiano: entre nosotros, los humanos, las diferencias son cuantitativas, es decir, varían las proporciones en que se distribuyen y presentan los componentes que se cocinan al calor de la subjetividad.

Como el colesterol, nuestra autoestima puede estar alta o baja; en ocasiones transitamos cierta desconfianza que luego entendemos bien infundada; imaginamos, acaso, algún padecimiento orgánico donde no lo hay; tenemos temor a un abandono que no sucede; obturamos decisiones por medio de una duda que no cede fácilmente; o nos inquieta la incerteza de un futuro desconocido, por mencionar solo algunas de nuestras pequeñas oscilaciones emocionales.

Desde luego, nada permite concluir que somos todos iguales, pues de hecho no lo somos. Duración y grado de rigidez de tal o cual rasgo marcan diferencias significativas, limitaciones y posibilidades diversas, con efectos múltiples en nuestros vínculos. Al fin y al cabo, como indicó Umberto Eco, “la belleza del cosmos no procede solo de la unidad en la variedad, sino también de la variedad en la unidad”. Planteado en nuestro lenguaje diremos: todos habitamos de forma singular en la psicopatología, que no es otra cosa que el modo humano de vivir.

Título y contenido de numerosos textos de Freud son un testimonio de lo que aquí señalamos: Psicopatología de la vida cotidiana, Tres ensayos de teoría sexual, El chiste y su relación con lo inconciente, La interpretación de los sueños, El malestar en la cultura, y siguen los nombres.

Diagnósticos

En los últimos años el ejercicio del diagnóstico, en el campo de la psicología, padeció de un parcial descrédito. Ciertamente, diagnosticar la vida psíquica resulta una tarea compleja y, por lo tanto, está sujeta a imprecisiones de diverso tipo. Entre ellas, dos profesionales pueden proponer -según sea su caleidoscopio- diagnósticos muy diferentes para un mismo sujeto; o bien, acaso recurran a los términos con el fin de etiquetar y, luego, el estigma se apresura a instalarse.

Sin embargo, el diagnóstico no debe perder su valor y su función, solo que es necesario subrayar un tercer problema de esta tarea y estimo que su comprensión resulta esencial. Además de las dos dificultades mencionadas, el riesgo es que quien formula un diagnóstico se suponga a sí mismo ajeno a aquello que queda abarcado en el diagnóstico. De allí la importancia de la introducción desarrollada en el apartado previo. Esto es, el clínico no deberá configurar una espacialidad escindida entre el sujeto diagnosticado y él mismo; no deberá imaginar que ostenta una normalidad desde la cual observa y describe una psicopatología extraña. Tantas veces se ha dicho y vale repetirlo, salud no es sinónimo de normalidad. También podemos sostener que salud no es antónimo de psicopatología.

Volvamos a Viena. El análisis de los analistas no es una suerte de tarea preventiva ni tampoco es únicamente un capítulo de la formación para nuestra labor. En la exigencia freudiana de que los analistas pasen por la experiencia del análisis hay una marca que podemos designar revolucionaria en el mundo de la salud mental y que, luego, podremos extender a círculos más vastos. Como ya dije, todos habitamos el sufrimiento, todos participamos de la angustia y sus diversas expresiones. No es la psicopatología, ni el sufrimiento, ni la angustia, lo que distingue pacientes de terapeutas.

La función social del diagnóstico

Por todo lo expuesto es que deseo plantear la función social del diagnóstico. ¿Cuál es, entonces, esta función? La de saber, y es preciso reconocerlo, que todos sufrimos de fragilidad, que no es un mote ni moral ni valorativo; todos nos vemos empujados por nuestro desvalimiento, todos estamos atravesados por nuestras dependencias.

En un mundo en el que reina el marketing del placer, ¿cuánto podríamos aprender si reivindicamos la inevitable existencia de nuestro más profundo displacer? En una época en que se enarbola la soledad, ¿cuánto podríamos aprovechar si identificamos nuestra necesidad del otro?

Tal es, pues, la función social del diagnóstico: saber que no hay nada del otro que me sea totalmente ajeno, aprender que la belleza de la humanidad, remedando a Eco, procede de la variedad singular en la fragilidad universal.

* Sebastián Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.