Sorrento: Donde las sirenas encantaban a los navegantes

Increíbles atardeceres sobre las barrancas de la ciudad, esas en las que, según la leyenda, las sirenas con su canto hacían estrellar a los navegantes embelesados. “Sirenide” sería el nombre original y basta con ver esos acantilados para comprender que las ninfas marinas, si existieron, bien pueden haber escogido esta bahía con vista al Vesubio como morada.

Desde Roma puse el GPS y encaré la autostrada rumbo a Nápoles destino Sorrento.

Estos tanos manejan como locos. Ni les cuento por donde transitan los colectivos, en más de una ocasión tenían que retroceder porque no podían pasar.
Llegue al Hotel Royal, sobre el acantilado. Precioso es poco. Los jardines son hermosos, glorietas llenas de glicinas, dos piscinas y bajando unas cuantas escaleras a nivel del mar hay un solárium. Por supuesto sobre el mar, porque playa no hay.
Mi cuarto tenía un balcón con vista a ese hermoso golfo, que corta el aliento. Desde ahí se ve toda la bahía, con las islas y el Vesubio en el medio. Los atardeceres sobre las barrancas de la ciudad, esas en las que, según la leyenda, las sirenas con su canto hacían estrellar a los navegantes embelesados. “Sirenide” sería el nombre original y basta con ver esos acantilados para comprender que las ninfas marinas, si existieron, bien pueden haber escogido esta bahía con vista al Vesubio como morada.
Fui a caminar. Conocí la Piazza Tasso, construida en 1866. Detrás, estaban las ruinas de los antiguos molinos del siglo X, edificados sobre los riachos que crearon un profundo desfiladero que atraviesa la ciudad.
La calle comercial es Corso Italia. Recorrí también callecitas aledañas llenas de negocios del producto más popular, que son los limones. En los puestos de verdura hay unos grandes, como melones, y en los negocios se lo consigue en versión jabón, caramelo, licor, estampado en delantales, manteles, cerámica.  Los locales se alternan entre bares, heladerías, productos típicos, joyerías, todo en un perfumado popurrí.
El coral y la marquetería son otros de los productos que se trabajan en Sorrento.
En esta región son famosos los helados, tenía que comprobarlo, la verdad muy rico y enorme, no son caros.

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 Seguí caminando. En la Vía San Cesáreo sorprenden los frescos del Siglo XIV del Sedile Dominova, donde los aristócratas del medioevo decidían sobre asuntos administrativos y políticos. Ahora bajo la gran cúpula azulejada hay un bar para jubilados.
Esa noche me quedé a cenar en el hotel. Precioso el restaurante.
La comida riquísima, para esperar me trajeron una tabla con manteca saborizada en un frasquito, un mini pan de semillas, una cabeza de ajo asada, tomatitos cortados y una rodajita de lardo y jamón crudo arrollado, una ensalada de arroz y choclo en un vasito.
 De entrada, pulpo asado, que me lo cambiaron porque estaba duro, por una ensalada de mar. El camarero le dijo al chef que yo hablaba italiano para que venga a explicarme porque el pulpo estaba duro. Vino el chef, me explicó y para disculparse me dijo que me mandaría algo especial.  Era un plato muy delicado con una viera de unos cinco cm. de diámetro y alta un cm, tierna y deliciosa, con otros ingredientes. Ya había pedido el plato principal spaghetti alle vongole, no lo pude terminar era mucho…, no pude comer postre. Tome un vino tinto local.
Cuando volví al cuarto la vista era de ensueño, las luces formaban un hilo continuo alrededor de la costa, ¡no daban ganas de dormir!
Al otro día bajé a desayunar. El buffet espectacular, como siempre mucho más de lo que se puede comer. Había varios que en lugar de café tomaban champagne, sobre gustos… Yo, en cambio, tomé un cappuccino que me lo decoraron con un OK.
¿El mozo venía a preguntarme “Signora bella, tutto bene?” ¡Así dan ganas de quedarse!
Fui a sentarme un rato en la terraza y gozar de ese panorama digno de los dioses.
A eso de las 13, salí a pasear y recorrer la ciudad. No es muy grande, pero tiene sus rinconcitos y vistas divinas sobre la bahía.
Era bastante tarde y me quedé a almorzar en el bar El Fauno de la plaza Tasso, pedí una brusquetta con tomates, albahaca y huevo duro. La disfruté junto con un San Bitter.
 

Esta plaza es la vidriera de la ciudad, por allí pasa todo el mundo. Me quedé un buen rato. La policía de tránsito tiene una misión de verdad imposible. Se da vuelta un segundo y alguien le estaciona un auto donde no se puede, o doble o tercera fila. Lo cierran y se van.
Había caminado un montón, estaba cansada, volví al hotel.
Me di un baño de inmersión, en ese baño de reina de Saba.
Me quedé en el cuarto, tenía un Bitter, fiambres, quesos y tomatitos. Preparé todo y me senté en el balcón a disfrutar de la noche.
 
Al día siguiente bajé algo tarde, el camarero me saludo con, “¿Tutto bene Signora bella? ”
Tomé mi cappuccino que vino otra vez decorado con el OK. Presté atención, porque pensé que se lo preparaban así a todos, pero no, en las mesas vecinas eran corrientes.

Mi último desayuno en este lugar espectacular. Era tarde, pero no me importaba nada porque no solo el mozo me recibió con “Buengiorno Signora bella“ y me trajo el capuchino con el OK de chocolate, sino que cuando me iba vinieron el chef, el maître y el camarero a saludarme.  No es que yo fuera importante, pero la mayoría eran extranjeros y además me había quedado tres días.
Así terminó mi visita a Sorrento, pero el auto me esperaba para seguir la aventura hasta Ravello.
Gran parte de éste texto se encuentra publicado originalmente en www.recorreitalia.com

SILVANA SALVUCCI, autora de www.recorreitalia.com