El 2 de febrero de 1976, José “Pepe” Tedeschi fue secuestrado por una banda armada perteneciente a la Triple A en Villa Itatí, un barrio extremadamente pobre del partido de Quilmes. Días después, su cuerpo acribillado a balazos y con el rostro desfigurado apareció en una calle de la ciudad de La Plata.
Pepe, nacido en Italia, llegó a nuestro país junto a sus padres y hermanos al inicio de la década de 1950. La familia se estableció en el partido bonaerense de Avellaneda y Pepe siguió estudios para acceder al sacerdocio en la Escuela Don Bosco de Bernal, perteneciente a la Orden Salesiana. Consagrado sacerdote y luego de un tiempo de labor en dependencias de la mencionada orden, se alejó de la misma y se incorporó al clero secular.
Destinado a cumplir su labor en la Parroquia de Don Bosco en Quilmes, Pepe se familiarizó con la problemática social de Villa Itatí, un barrio cercano que padecía carencias de todo tipo. Allí, en Villa Itatí trabajó con denuedo para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, en su mayoría paraguayos y bolivianos, que sufrían las consecuencias de la precariedad y de la pobreza.
Pepe, cura obrero (carpintero), integrante del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) y militante del Movimiento Villero Peronista, logró entre otras cosas, que Villa Itatí tenga acceso al agua potable. Además, puso en marcha un taller de carpintería organizado a modo de cooperativa cuyo principal objetivo era la construcción de viviendas en el barrio, organizó un centro de distribución de alimentos, fundó una biblioteca y posibilitó la instalación de una sala de primeros auxilios. En fin, se esforzó sobremanera para satisfacer las urgentes necesidades de los más humildes.
Las discrepancias que Pepe mantenía con la jerarquía eclesiástica fueron en aumento y se hicieron insalvables a partir de la decisión del sacerdote de continuar celebrando misa en medio de la villa, a pesar de la oposición y los cuestionamientos de la cúpula y, del inicio de su relación sentimental con Juana Ríos. Hechos que finalmente determinaron su alejamiento de la iglesia institucional y su afincamiento en la villa, donde construyó con sus propias manos una casilla de madera en la que vivió junto a Juana hasta el día de su secuestro.
Poco después del repudiable hecho que culminó con el asesinato del religioso nació Itatí, fruto de la relación que Pepe y Juana mantuvieron en la villa de la cual la niña recibió su nombre.
Durante aquellos infaustos días de febrero de 1976 otro sacerdote, Francisco “Pancho” Soares, fue vilmente asesinado en el barrio de Carupá, partido de Tigre. Pancho, cura obrero y adherente al MSTM, cumplió una importante labor, que dejó profundas huellas en la comunidad. La fábrica de baldosas y el taller de plantillas para calzado, el compromiso inclaudicable con los más necesitados y la solidaridad y el apoyo para con los trabajadores que luchaban por mejoras en las condiciones laborales y para con las víctimas de la violencia estatal y paraestatal.
Su fidelidad al Evangelio y sus convicciones lo llevaron a ignorar las amenazas, su voz siguió denunciando injusticias y acciones violentas dirigidas contra trabajadores y militantes políticos, hasta que en la madrugada del 13 de febrero una patota asesina irrumpió en el predio de la Capilla de Carupá y puso fin abruptamente a su vida.
Los asesinatos, en pocos días, de dos religiosos: Pancho Soares y Pepe Tedeschi, sumados al clima de violencia imperante, provocaron la reacción de un grupo de sacerdotes y pastores qué reunidos el 27 de febrero, en los jardines de la Iglesia de la Santa Cruz decidieron formar un colectivo compuesto por quienes compartieran: “que el compromiso de defender la dignidad y los derechos del ser humano es un componente esencial del propio Evangelio y un signo de la verdadera Iglesia”. Así surgió el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) que días después dio a conocer un mensaje en el que expresaba que: “Una vez más la comunidad creyente argentina está de luto. Dos sacerdotes, los padres José Tedeschi y Francisco Soares, sufrieron una muerte a traición. Ante estos hechos delictivos que se repiten a diario en nuestro país, nadie, y mucho menos un cristiano, puede permanecer indiferente o dejarse encadenar por el miedo….”.
Durante años la comprometida labor de Pancho y de Pepe fue invisibilizada, como también lo fueron sus brutales asesinatos. Asesinatos sobre los que hubo un largo y vergonzoso silencio y que aún hoy, 46 años después, permanecen impunes. Por tal motivo seguimos haciendo memoria, buscando verdad y reclamando justicia.
Marcelo Magne
Profesor de Historia- Investigador
Miembro de la Comisión de DH “Pancho Soares”