“14 de Agosto de 1806 – Una fecha para recordar”

Hoy siento la necesidad de destacar un acontecimiento de nuestra historia que yace inmerecidamente relegado en las penumbras del olvido. Me refiero al Cabildo Abierto, celebrado en Buenos Aires, el 14 de agosto de 1806, cuando todavía resonaba estridente el triunfo logrado sobre las tropas británicas y la consecuente reconquista de la ciudad. Un hecho, que en general, nuestra sociedad desconoce y sobre el que vale la pena incursionar.

El 12 de agosto, al cabo de un mes y medio de ocupación, los invasores se rindieron ante las fuerzas libertadoras comandadas por Santiago de Liniers y Bremond, un noble francés –Caballero de la Orden de San Juan y de Montesa—que estaba al servicio de la Corona Española. La reconquista se había concretado, pero varios problemas asomaban en el horizonte. Durante el mes y medio de dominación británica tuvo lugar una notable transformación política: el virrey Rafael de Sobremonte, quién abandonó la ciudad, ni bien se enteró del avance de los ingleses y que al decir de Mitre: “hizo cuanto pudo sugerirle su ineptitud para entorpecer la defensa”, era objeto de la indignación popular y sobre él pesaban las acusaciones de traición y cobardía. Contrariamente, aquellas figuras que se destacaron en la reconquista: Liniers, Pueyrredón y Alzaga, fortalecieron su imagen pública y fueron beneficiarios de las aclamaciones y el reconocimiento popular. Por otra parte, es menester señalar que también se produjo el encumbramiento de los militares que se distinguieron en la lucha, un hecho que trastocó el orden jerárquico colonial en las fuerzas armadas.

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Una última cuestión, a resolver, para nada menor, que se planteó a partir de la reconquista, fue la de la vacancia del poder. Ante la ausencia del Marqués de Sobremonte y la indeterminación de la Audiencia, solo quedaba el Cabildo para restablecer el poder.

En otro orden, el peligro de un nuevo ataque británico estaba latente. La permanencia de naves y efectivos en el Río de la Plata, a la espera de refuerzos procedentes de Inglaterra, anunciaba la inminencia de una segunda invasión. A los efectos de decidir, que hacer frente a esta amenaza y buscando solucionar la complicada situación política imperante, se convocó al Cabildo Abierto del 14 de agosto de 1806. Cerca de un centenar de “vecinos” participaron de las discusiones, qué según las crónicas de la época, fueron seguidas por una exaltada multitud, que manifestaba su repudio hacia la figura del virrey Sobremonte.

Rodolfo Puiggros, sobre la jornada de referencia escribió: “…siguieron las deliberaciones más de cuatro mil espectadores resueltos a intervenir en la discusión…..”. La presión ejercida desde la plaza por los sectores populares movilizados y el rol que jugó el Cabildo, demasiado ansioso por librarse del virrey, determinaron las decisiones de la asamblea, qué a regañadientes, aceptó entregar a Liniers el mando de las fuerzas armadas, mientras el poder político quedaba a cargo de la Audiencia. El apresuramiento en designar a Liniers, cuando Sobremonte estaba a corta distancia de Buenos Aires y se disponía a regresar a ella, respondía a un objetivo muy claro, excluir o neutralizar la autoridad del virrey. “El Cabildo es el autor de este atroz procedimiento” (Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano), dijo el Marqués quien decidió dirigirse a Montevideo.

Las decisiones del Cabildo Abierto del 14 de agosto de 1806, calificado por Mitre de “acontecimiento inesperado y singular”, fueron trascendentes. A saber: el virrey Sobremonte fue despojado del poder militar, Liniers fue designado para el ejercicio de dicho poder y se resolvió convocar a la organización de milicias populares. Lo sucedido no tenía precedentes.

El virrey caído en desgracia, se refirió a los hechos de la siguiente manera: “Dos o tres mozuelos despreciables fueron los que tomaron la voz en el Congreso y con una furia escandalosa intentaron probar que el pueblo tenía autoridad para elegir quién mandase a pretexto de asegurar su defensa. Cómo había de permitirse trastornar el orden de los negocios civiles, políticos y militares, despojar a un virrey de una parte esencial de su empleo y prerrogativas, arrojarse a crear un gobernador militar y político y poner este medio tan horroroso de impedirle la entrada en su Capital y dar este pernicioso ejemplo a los vasallos de los demás virreinatos” (Enrique de Gandía, Nueva Historia de América).

El orden colonial había recibido una primera y profunda herida, el pueblo junto al Cabildo -una institución cuya jurisdicción se limitaba a la ciudad—habían relevado de funciones, que le eran propias, al virrey, quien representaba al rey de España en estas tierras, por entonces Carlos IV de Borbón. Este acto significó una clara y contundente demostración de desconocimiento del poder real y en ello radica su importancia. Al respecto las palabras de Sobremonte son elocuentes, en un informe a la Corte de España sostuvo, que en el Río de la Plata ya no existe “más voluntad que la del pueblo armado”.

Rescatar, entonces, al Cabildo Abierto del 14 de agosto de 1806, de la oscuridad en la que está sumido es, entre otras cosas, el reconocimiento y la valoración del primer triunfo del pueblo sobre la autoridad real. Por otra parte, lo sucedido aquel día, significó el punto de partida del dinámico y convulsionado proceso político que culminaría con las intensas jornadas de mayo de 1810. Aquella primera manifestación de soberanía popular, que encendió la mecha para que poco después –febrero de 1807– se produzca una nueva explosión, cuando como consecuencia de la caída de Montevideo, en poder de los ingleses, el pueblo de Buenos Aires volvió a estallar achacándole, nuevamente, todas las culpas a Sobremonte.

“Muera el Virrey y los Oidores”, “Fuera la Audiencia”, “Viva la Libertad”, gritaba el gentío enardecido en las calles. El 10 de febrero el virrey fue depuesto y fue ordenada su detención, el mando supremo quedó en manos de Liniers, el hombre que el pueblo de Buenos Aires, no la corona, proclamó como líder.

Las jornadas del 14 de agosto de 1806, pusieron de manifiesto que el encanto de la soberanía de los reyes se había roto. Una población, que hasta entonces había creído en el origen divino del monarca, proclamaba que ni Dios, ni el Rey, habían contribuido en la reconquista de la ciudad. Había comenzado la agonía del súbdito y el largo camino, conducente al nacimiento del ciudadano. Inentendible e inaceptable, el aterrador silencio en el que están envueltos los hechos aquí expuestos.

Por Marcelo Magne – Profesor de Historia -Investigador – Miembro de la Comisión de DH “Pancho Soares”