¿Qué es esto? ¿Una revuelta?

Cuando en Chile, el año 1989, se recuperó la democracia y salimos de una brutal dictadura cívico-militar de 17 largos años de duración, comenzó lo que en ese momento dio a llamarse transición.

Esta transición correspondió al proceso histórico-político que buscaba, dejando atrás los años de dictadura, abrir nuevos procesos democráticos para la construcción de un nuevo país. La gran trampa que, de alguna manera, eternizó esta transición, fue que no obstante haber recuperado la democracia, reestablecido el estado de derecho y haberse reanudado la separación de poderes, fue la constitución de Pinochet, promulgada en 1980, es decir, en plena dictadura, la Carta magna que continuó delimitando las lógicas del poder en el país.

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Pues bien, bajo el amparo de esta constitución, se instalaron en ese momento dos bloques que acogieron bajo su manto a gran parte del mundo político y social: La Concertación (centro izquierda) y Chilevamos (centro derecha), dejando fuera de coalición a la extrema izquierda (Comunistas), y a la extrema derecha (hoy representada por el Partido Republicano). Fueron estos dos bloques los que intercambiaron posiciones en el escenario político de Chile durante décadas. Ponían a sus parlamentarios en el Congreso, a sus alcaldes en los municipios, y cada cierto tiempo, se instalaban en el gobierno.

Así fue. Y así siguió siendo. Y la transición, parecía nunca acabar. Y pasaron 30 años. 30 años con esta misma lógica bipolar, con rasgos de guerra fría criolla que si bien tuvieron sus buenos momentos (especialmente por el lado de la Concertación), cayeron, inevitablemente, en el estancamiento político y en el inmovilismo crónico. Se hizo realidad el clásico adagio de Lord Acton de que El poder corrompe, y el poder absoluto, corrompe absolutamente. La Centro izquierda, se fue convirtiendo cada vez más en élite, y de este modo, se fue alejando cada vez más de una ciudadanía que, bajo el engaño del espejismo de ser clase media y de la meritocracia, veía como, sus existencias se transformaban en vidas de consumo, endeudamientos interminables, y sus derechos sociales se transaban como acciones en la bolsa de valores.

Fue así como, casi sin percatarnos, un día como cualquier otro, Chile despertó. Lo que fue conocido como Estallido social, no fue sino un grito de descontento y rabia acumulado por tres décadas contra esa oligarquía política que se instaló en el poder y que ya no quiso salir de ese lugar. Manifestaciones multitudinarias se tomaron las ciudades de todo el país, marcadas por el descontento y la fuerza de nuevos actores sociales y grupos emergentes, que rechazaban a la política tradicional. Un movimiento de la calle, que no se dejaba domesticar, parecido en sus gestos y actitudes a un quiltro (Quiltro llamamos en Chile a un perro callejero, que se caracteriza por haber hecho de la calle su lugar para vivir). No por azar fue precisamente, un quiltro negro, el símbolo más icónico de este Estallido social.

Postales de este Estallido fueron la violencia social en las calles, fruto y respuesta a una violencia estructural, que se ha incoado en lo más profundo del sistema y que ha llevado a gran parte de la población a vivir al límite de lo posible. Esto acompañado por manifestaciones cada vez más multitudinarias, seguidas por enfrentamientos entre manifestantes y una fuerza policial que, por momentos, violó sistemáticamente los derechos humanos (hecho constatado por al menos cuatro organismos internacionales de Derechos Humanos).

Toda esta presión social llevó al límite la situación del país y obligó a la clase política a proponer una salida que hasta hace algunos años pocos hubieran creído posible: Un plebiscito por una nueva Constitución. Y es que la ciudadanía capto que, cuando todas las demandas sociales del Estallido social se miraban de frente y dialogaban entre ellas, estaban de acuerdo en que todos los dardos apuntaban a una misma dirección: la Constitución de la dictadura. Una Constitución hecha a la medida de un sector acomodado de la sociedad y funcional a un modelo económico. Una constitución no de derechos, sino de privilegios.

Así fue como llegamos, en octubre del año 2020, un año después del Estallido social, a la celebración un plebiscito nacional que instaló de manera categórica el Apruebo a una nueva Constitución (78,27% de los votos), que debía ser redactada por una Convención constitucional (79,07% de los votos). Aún quedaba, quizás lo más decisivo. Elegir a quienes escribirían la Nueva Constitución y tendrían la tarea de proponer un nuevo pacto social para el país. Y es aquí, a mi entender, donde se da el momento decisivo. Todos los analistas y todas las encuetas previas fallaron.

Lo que pasó el fin de semana del 15 y 16 de mayo en Chile, fue un verdadero terremoto político, un estallido electoral, que cambió los ejes desde los cuales se ha venido haciendo la política en nuestro país en los últimos 30 años. La aparición casi irresistible de los independientes, de listas ciudadanas conquistando puestos en la asamblea en cantidades difíciles de prever. Los escaños reservados para pueblo originarios. El desplazamiento de la derecha a una posición minoritaria, sin capacidad de veto (menos de 1/3 de la asamblea). Una ex concertación reducida a su mínima expresión histórica. Todos estos hechos marcan un nuevo escenario, pues por vez primera no será la clase política tradicional ni la élite del país la que establezca las reglas del juego.

Por primera vez será un sistema en paridad de género el que establezca el contrato social (por primera vez en la historia, no solo de Chile, sino también de las convenciones constituyentes a nivel mundial) Por primera vez el pacto social será un acuerdo realmente ciudadano, que pondrá en el centro las lógicas más fundamentales de la filosofía de la democracia: la soberanía popular y la igualdad ante la ley. No podemos aun visualizar cuáles serán los resultados de este proceso.

Todo esto es noticia en desarrollo. Y naturalmente surgen interrogantes, miedos y ansiedades. Pero de una cosa podemos estar seguros: La transición terminó. El mapa político en Chile, de ahora en más, será distinto. Todo fruto de un Estallido social que quizás, en un primer momento, pudo haber sido considerado un movimiento social más, como tanto otros anteriormente que, luego de algunos reclamos y de conquistar demandas mínimas y coyunturales, desaparecería en el olvido de la historia.

Bueno, no fue así. Del Estallido social de octubre de 2019 puede señalarse lo que le dijo, en julio de 1789, un sirviente a Luis XVI, cuando le informó que un grupo de manifestantes exaltados se habían tomado la Bastilla: El Rey pregunto: ¿Qué es esto? ¿Una revuelta? No alteza, respondió el mensajero, esto es la revolución.

Por Diego Miranda