Desmitificando algunas “verdades” de la construcción política actual

Aportes desde la crítica constructiva

Vivimos hace ya bastante la desacreditación del ejercicio de la política en la mayoría de los dirigentes que la ejercen desde distintas funciones del orden local, provincial y nacional.

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Tal ha sido dicha desacreditación que hoy se ha naturalizado, generalizado, la consideración que los políticos más que ejercer lo que debiera ser una noble función, se enriquecen y usufructúan el espacio de poder para su propio beneficio.

Esa matriz que claramente se identifica en el ejercicio de la política se  refleja, así mismo, en distintas funciones de la vida pública, en un entretejido del que participan jueces, legisladores, funcionarios ejecutivos, empresarios y toda jerarquía o ejercicio del poder institucional, también el territorial en la persona de algunos dirigentes de organizaciones sociales, que posibilite hacer uso indebido de la función.

Tal descripción no opaca la actuación de quienes se comprometen con la transformación de esta triste marca que tanto decepciona, sobre todo cuando se trata de la representación política del conjunto de nuestro pueblo.

La pregunta que hoy nos hacemos es si esa caracterización que pudo ser definida como la “vieja política”, puede ser desarmada en el camino de recuperación de la confianza en la actividad política, cuestión clave a la hora de robustecer el sistema democrático.

Y allí… los mitos.

La apuesta al trasvasamiento generacional como una de las búsquedas, en la consideración que los jóvenes por sí representan nuevas formas de ejercicio de la política, capaces de desarmar la vieja matriz, se ha constituido en un mito equiparable a aquel que en contraposición levanta el  “todo tiempo pasado fue mejor”. Es así que pareciera que las tentaciones que supone el ejercicio del poder no pueden vencerse tan fácilmente, por lo que es bastante habitual notar que una cosa son los dirigentes sin distinción etárea, en campaña, en el llano, y otra cuando adquieren poder y entonces se aíslan o se dejan “entornar”, disfrutan de la impunidad de quien ya no siente que tiene que dar explicaciones, que tiene que escuchar, que tiene que admitir errores y corregir a tiempo, que nada es si sólo construye desde la obsecuencia o desde la sociedad de negocios.

Esta caracterización para la que no hay edad, jóvenes o viejos da igual, nos lleva también a desmitificar aquellas prácticas feministas minoritarias, que lejos de mantener fidelidad al gran movimiento de mujeres que irrumpió en la escena social para enfrentar el modelo patriarcal desde un camino inédito capaz de construir un sistema justo, diverso, sin discriminaciones de ningún tipo. Decía, lejos de ello y cuando hay poder, olvidan las banderas que hasta ayer levantaron y vuelven a repetir los viejos esquemas cerrados, dejando por fuera a quienes puedan cuestionar, revelarse, ser distintes.

Otro mito bastante extendido es aquel que considera a las  formas de organización social, tal el caso de los movimientos sociales y su involucramiento en el quehacer político, como los que por sí van a cambiar esa matriz desacreditada, cuando muchos de sus dirigentes devienen de los viejos punteros (no digo militantes), que entendieron la política como el convocar a partir del poder que da ser los “dueños” de la distribución del recurso tan esencial como en la mayoría de los casos ha sido y es el alimento.

El argumento que ha dado lugar al reconocimiento del rol punteril, y vuelvo a recalcar, no digo militante, ha tenido que ver con, nuevamente, la desacreditación del rol del estado en el ejercicio de la asistencia que hoy reconocemos como derecho. En tal sentido, Evita decía que ejercer la asistencia no es otra cosa que devolver lo que un sistema injusto quitó, entendido hoy como el derecho a la asistencia.

El mal uso que el estado hacía de los recursos, que debió enfrentarse por la vía de la legislación que fijara criterios y procedimientos justos, equitativos y de control, contrariamente dio pie, en tiempos del menemduhaldismo, para “tercerizar” la función de asistencia comenzando a utilizar primero la vía de la iglesia como garantía de su justa distribución… y de allí a los movimientos sociales que, según su cercanía con el gobierno de turno, crecieron más o menos en su capacidad de distribución de recursos y su significación en el crecimiento de su fortaleza en la capacidad de reclamo por la movilización de sus convocados.

Tan “útil” fue esta privatización de la asistencia que hasta el gobierno macrista hizo uso de él, convocando a algunas organizaciones y movimientos sociales e intentando avanzar en la institucionalización del trabajo precario, que oculte el desempleo creciente y la destrucción del aparato productivo del país, al mismo tiempo que debilitaba la función del estado, principalmente el local.

Y siguiendo con esta idea de revisar para modificar y mejorar las herramientas del quehacer político y social, otra cuestión a revisar es la hasta ahora necesidad de la unidad del campo nacional y popular que, decíamos y creíamos, debía “doler” pero que era necesaria porque era el valor que nuestro pueblo privilegiaba y demandaba.

En tal sentido entiendo que el reclamo popular no fue entendido en su amplia dimensión, y por eso hoy nos obliga a revisar.  Creímos que una fachada lavada de unidad alcanzaba para responder a los tiempos difíciles que nos ha tocado enfrentar… y no ha sido suficiente.

En cada uno de estos ejemplos volvemos a identificar cómo el ejercicio del poder, no importa si en jóvenes o viejos, si en el estado o en los movimientos sociales, si en mujeres o en hombres, puede envilecer o dignificar, sin importar categorías.

La consideración de mitos a desmitificar tiene que ver con que se reconoce  una misma matriz que se creyó desarmar  y que podríamos describir así:

La categoría de “joven” que habilita por sí y da poder, sin importar la solvencia ideológica, o experiencia de vida, o formación y la construcción que con otros haya sido capaz de generar y que garantice, todo ello, que será al servicio de los demás. Un calco de la misma categoría del “viejo” que porque viene ejerciendo poder por años, sin facilitar el crecimiento en participación de quienes lo rodean, quiera enquistarse impune y eternamente.

En ambos casos las formas de ejercicio del poder suelen caracterizarse por la soberbia y  el destrato.

La apuesta a la división de algunos espacios feministas que supieron militar el movimiento desde alguna organización social pero que, cuando existe la posibilidad de facilitar la integración del  conjunto en su diversidad, se queda sólo con la parte afín.

Dirigentes sociales que, creciendo en poder, traicionan sus orígenes cuando  frente a situaciones de pobreza y necesidad producto de un sistema injusto, generan una relación de dependencia entre aquel que cuenta con el poder de decidir en la entrega del recurso que por derecho corresponde y quien, por lo extremo de la necesidad que padece, necesita someterse a las condicionalidades para acceder a ese recurso. Ello además de soportar la estigmatización de “vago” que la derecha reaccionaria le confiere para justificar la inequidad.

La falsa construcción de unidad cuando sólo se responde a intereses del momento, para la foto, cuando la realidad nos exige construirla por convicción. Y ello supone alcanzar la seguridad que esta unidad tiene que amasarse en el tiempo, compartiendo valores, compromisos en la defensa de causas nobles, que deberán ser la vara para distinguir con quienes sí y con quienes no. Unidad que será necesario sostener, consolidar, animarse a institucionalizar, construir en horizontalidad, dando protagonismo a cada uno, a cada espacio, para así lograr la ansiada comunidad organizada que tanto recitamos pero que tanto nos cuesta realizar.

“Mejor que decir es hacer… mejor que prometer es realizar”… palabras del General.

Hoy más que nunca, unidos por convicción, necesitamos encontrar nuevas formas de institucionalizar la participación colectiva, en forma sostenida, estable, y en la que cada organización social y política, cada persona, repito: joven, viejo, distintos géneros, tengan reconocido su lugar y su aporte en momentos en que, más que nunca, nada alcanza, nada sobra, se necesita de todes para reconstruir nuestra patria y contribuir a la reconstrucción de la patria grande que no dejamos de soñar recupere su identidad sanmartiniana y bolivariana. Sueños que serán solo tales si no cambiamos la relación de fuerzas que los hagan realidad.

Por Inés Iglesias – ANCLA MORENO – Miembro de Fundación “Comunidad Organizada”