La pregunta en sí misma plantea un problema más que un interrogante: no se trata del contenido, “qué decir sobre el suceso”, sino más bien del tiempo, “qué decir en este presente, en este tiempo, sobre un suceso que es parte del pasado”.
El problema no es nuevo. Cada hombre o mujer que ha tenido que vivir esa experiencia, la de decir algo que lo afecte directamente a él o ella y a los suyos, lo ha enfrentado al intentar interrogar a su pasado. Qué decir sobre el 9 de Julio de 1816 el 9 de julio 2019 es una pregunta similar, aunque de resolución variable, a la que alguien, en las vísperas de otro 9 de julio, tiempo atrás, se hizo frente a la hoja en blanco, alumbrado por la vela, la lámpara o en la oscuridad de una noche. Ya nos lo decía el historiador francés Lucien Febrve: “El pasado es una reconstrucción de las sociedades y de los seres humanos de antaño, hecha por hombres y para hombres comprometidos en la complicada red de las realidades humanas de hoy en día”.
Es por ello que no he dejado de preguntarme qué motivó al presidente Mauricio Macri, allá por el 2016, a unos meses de haber asumido su gobierno, frente a unos pocos invitados entre los que se encontraba el Rey de España, Felipe Borbón, al cumplirse 200 años de la Declaración de nuestra independencia, a decir: “Estoy acá (en Tucumán) tratando de pensar y sentir lo que sentirían ellos en ese momento. Claramente deberían tener angustia de tomar la decisión, querido Rey, de separarse de España”.
Más allá del dislate histórico en el que incurrió nuestro presidente (ya se han ocupado otros de demostrar que muchas cosas experimentaban los patriotas en esos días pero la angustia no era una de ellas), lo interesante de su expresión es que al hablar de ellos delata una incapacidad propia: la de ponerse en el lugar del otro. La carencia de empatía que nuestro presidente profesa es tan profunda que ni siquiera tiene la suspicacia de aprovechar una oportunidad sin riesgo como es el acto protocolar del 9 de Julio. Ni los protagonistas de los sucesos iban a tener la posibilidad de contradecirlo. Podría haber apelado al sentimiento de independencia, de patriotismo, de lucha por aquello en lo que cree, etc. Pero no, eligió la angustia. Para hablar de ellos, eligió un sentimiento propio y confundió su estado con el de los otros. Eso, claramente, no es empatía.
Para contrastar con esta “incapacidad empática”, quiero traer a colación una idea que hace unos años, en el 2013 más precisamente, Cristina Fernández de Kirchner, presidenta en ese entonces, pronunció en el contexto de las inundaciones que había sufrido la ciudad de La Plata. Una idea que muchos han preferido darle un status de slogan para evitar pensar su profunda carga filosófica y su decidida entonación disruptiva: “la patria es el otro”. ¿Por qué es disruptiva? Porque la propia definición de patria, tal es conocida por todos, realiza una operación de interiorización: patria es el lugar de pertenencia. Sin embargo, al decir patria es el otro, Cristina puso en juego una noción diferente, cargada de amplitud y exposición: patria es la posibilidad de ponernos en el lugar del otro, de sentir como el otro, de estar afectados por el otro. No importa el nombre de ese otro, su color ni las ideas que profese, porque la patria, más que un lugar, es un ejercicio cotidiano de empatía.
Si tuviera que elegir una tradición para pensar el 9 de Julio, claramente no sería la de la angustia ni carencia empática que nos propuso nuestro presidente Mauricio Macri. Al contrario, hoy más que nunca, la posibilidad de pensar nuestra independencia, a 203 años de su Declaración, como un ejercicio de amplitud, de incorporación del otro como parte un colectivo mayor al que pertenezco, sería más que una elección una responsabilidad. Porque, como hombres y mujeres libres que somos, recordar, pensar y ejercer nuestra independencia es construir un presente y un futuro entre todos.
Matias Molle – Candidato a Diputado Provincial por el Frente de Todos.