9 de julio en el tiempo

Los acontecimientos históricos forjan su trascendencia al permanecer durante el paso del tiempo e inscribirse en la memoria colectiva como hitos que merecen ser recordados. Esta simple cuestión hermana aquello que ocurre con nuestro futuro, y a la vez a nuestro presente con el pasado.

Existe pues aquí un factor común cuya naturaleza aun nos resulta misteriosa a pesar que la humanidad ha tratado de variadas maneras de encontrarle alguna explicación satisfactoria: el tiempo.

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Es, sin dudas, el tiempo un jugador omnipresente y caprichoso que pareciera por momentos encontrar su mayor diversión jugando con los seres humanos. Nos marea, nos empuja, nos alegra y entristece con igual indiferencia, nos detiene, nos hace trastabillar, nos arroja al vacío o nos eleva a las alturas. La historia surge como narradora del tiempo, como un simple derivado de los episodios que nosotros, una vez mas, pretendemos perpetuar en la memoria colectiva en función de la importancia que les asignamos.

El martes 9 de julio de 1816 ha sido inscripto de esa manera en el sentir nacional. Un grupo de representantes de aquellas Provincias Unidas del Rio de la Plata tenia la intensión de emanciparse de la tutela del reino español, casi con la misma vehemencia que los adolescentes buscan afirmar su personalidad, dejando atrás la infancia, y se deciden a cuestionar la autoridad familiar. Con esa misma carga de inmadurez y pujanza, aquellos patriotas, se convocaron para declarar la coherencia de la Revolución de Mayo que los precedía con el futuro de lo que pensaban como nación independiente.

Decidieron reunirse en una tradicional casona de Tucumán –seguramente tratando de dar sustento a la idea de un federalismo que los alejara del centralismo porteño- para dar forma a una declaración que permitiera mostrar al mundo que se había hecho una formal ruptura de los vínculos de dependencia política con la monarquía española, renunciando ademas a toda otra dominación extranjera.

Producir una declaración, hoy lo sabemos, no es mas que un acontecimiento político. Lo importante es lo que ocurre luego de realizarla. Lo mismo que ocurre con ese nuevo adolescente, que inexorablemente pretende lanzarse a la vida adulta. Es allí cuando el tiempo se sienta a observar el curso de los acontecimientos, como un testigo impasible.

De aquel martes, que incluso tuviera un protagonismo opaco frente a su predecesor, el 25 de mayo, hasta este día de hoy, han pasado 204 años. Cualquiera diría que es tiempo mas que suficiente para que el adolescente dejara atrás los caprichosos vaivenes de su crecimiento, pero sin embargo no parece ser el caso de nuestro país: seguimos sin poder definir nuestro rol de adultos en el contexto de las naciones del mundo. Seguimos coqueteando con las ideologías; dudando en cada nuevo amanecer acerca de quienes son y serán nuestros amigos y enemigos; seguimos necesitando y pidiendo la ayuda económica de nuestros proveedores porque no hemos sido capaces de llegar a la edad madura y poder meter la mano en nuestro propio bolsillo para satisfacer nuestras demandas. Seguimos dejando que la veleta de nuestros amores nos encandile y decepcione una y otra vez sin ser capaces de comprender que para poder dar amor hay que haber tenido la autocrítica y crecimiento necesarios para amarnos a nosotros mismos por lo que somos. Seguimos, en definitiva, envueltos en los sueños sobre lo que seremos “cuando seamos grandes”.

El tiempo nos mira. Un mudo observador que ve como las canas van poblando nuestra cabellera sin ser capaces de honrar los juramentos de aquellos “hombres de julio”. Y mientras nos observa, uno mas de los misterios de los bucles que sabe generar, nos enfrenta en este nuevo 9 de julio a la incoherencia del presente: aquel 9 de julio convocó a los representantes de todas nuestras latitudes, en este 9 de julio la provincia de Tucumán ha cerrado sus fronteras internas a todos quienes no sean nativos tucumanos. Puedo imaginar las carcajadas del tiempo desde su trono de años, meses y días, pensando e ignorando a la vez cuales son las características de la identidad nacional que nos impiden madurar y colocarnos, en el contexto del mundo, en el lugar al que en el imaginario popular deberíamos pertenecer.

Mas allá de todas las angustias y las frustraciones históricas o del momento que atravesamos, no podemos perder de vista que el 9 de julio es -sin lugar a dudas- el “cumpleaños” de la argentinidad, y por ello debemos renovar las intensiones de aquellos que, 204 años atrás, creyeron que la adolescencia era un periodo inevitable que desembocaría en ese país adulto que todos aun añoramos.


Por Jeremias Wolf – escritor y comunicador del Delta – lacolectivadeldelta@yahoo.com