Por Sebastián Salvador*
Nuestra fechas patrias nos remiten de modo inexorable a ejercer un revisionismo histórico, y de igual modo a un reencuentro emocional que radica en lo más profundo de nuestros albores constitutivos como nación, que comenzaron a germinar desde la revolución de mayo mediante un relativo acuerdo transversal con destello independentista de la población respecto al reino de España – en especial de la clase política e intelectual- que culmina con la independencia de las Provincias Unidas el 9 de julio de 1816. Reluce labrada en el acta que tuvo lugar en la ciudad de San Miguel de Tucumán la síntesis perfecta de una vigorosa expectativa liminar homogénea de futuro y transformación “Era universal, constante y decidido el clamor del territorio entero por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España”.
Aquel preludio del prototipo nacional a posteriori debía ser encausado para generar las condiciones que promovieran criterios genuinamente nacionales, desplazados de todo tipo de mezquindades que permitieran establecer las columnas indispensables que configuren una verdadera nación abrazada en proyectos comunes, regidos por principios y reglas que significaran acuerdos que contemplen los intereses de la diversidad de espectros que representaban las Provincias Unidas. Se terminó demorando 37 años desde la proclamación de la Independencia para que efectivamente nuestra pretensión de unión nacional tenga efectiva concreción, cuando logramos verter en 1853 los preceptos esenciales que dieron lugar al origen de nuestro Estado federal mediante la Constitución Nacional, y que terminaran de tomar forma plena 6 años después, luego del Pacto de San José de Flores, mediante el cual Buenos Aires se incorpora definitivamente a la República Argentina. Ese epílogo de grandes debates y batallas, que representaron el introito a nuevas etapas y objetivos nacionales, tuvo significativo fundamento en aquella decisión asumida del 9 de julio de 1816 para ser precursores de una nueva manera de organización política, social y económica a través de una institucionalización autogenerada, y ser responsables de nuestro propio destino.
Nos encontramos más de dos siglos después de aquel hecho fundacional ante un delicado escenario vigente, el cual expone múltiples deterioros en el ámbito institucional por prácticas irresponsables de quienes conducen el gobierno nacional, que se trasladan inmediatamente en inseguridades en términos macroeconómicos, fiscales, energéticos, en la débil generación de empleo, que representa una ausencia de programa de gobierno y de agenda pública con el correlato inexorable que debiera tener con la realidad del mundo presente y los desafíos futuros.
El gobierno ensordecido por una conversación endogámica nociva y la (falta de) toma de decisiones que exponen conflictos internos, publicita su repudiable contubernio gubernamental a una realidad nacional lacerada por el forcejeo de múltiples conducciones políticas con intereses parciales y exclusivamente propios, que evidencia un abandono a los principios que dieran nacimiento a la Nación y refleja la deriva en la que estamos sometidos.
Los desafíos en los que nos encontramos superan las aptitudes propias de las diversas fuerzas políticas y las parcialidades sobre las cuales nos identificamos por afinidad. Necesitamos repensar los posicionamientos coyunturales y estructurales para nuestro país, afianzando principios y políticas que surjan siempre del diálogo y el consenso, de acuerdos obtenidos por ese ejercicio constante e ineludible, que nos posibiliten sortear mezquindades y egoísmos. Estamos obligados a comprometernos con el redireccionamiento del rumbo nacional, porque la incertidumbre que atravesamos exige internalizar que las dificultades desde diciembre de 2023 serán todavía mayores, y las decisiones que deban adoptarse tienen que ser resultado de la transparencia en el debate público y la legitimidad cívica con la que se afronten.
La compleja y multidimensional realidad internacional nos ubica ante la posibilidad de inserción en un mundo cada vez más comunicado y que demanda alimentos, energía y valor agregado, escenarios que nos representan una enorme oportunidad si somos conscientes que abordar ese camino debe ir acompañado de fortalecimiento institucional, ordenamiento de la macroeconomía, estímulo al sector privado para generar empleo, y un enfoque educativo que prepare a nuestros jóvenes para encabezar las exigencias científico-tecnológicas.
La Argentina necesita de modo indefectible, generar y consolidar criterios que revaliden aquellos propósitos que gestaran la unión nacional. Asumamos el desafío de redireccionar el futuro de la nación.
*Sebastián Salvador – Diputado Nacional UCR