Seis varones se organizan para violar en turnos dentro de un auto a una chica a plena luz del día en una calle concurrida de Palermo.
Ante un hecho tan horrible, tan repudiable y condenable, ¿Qué podemos decir? y sobretodo ¿Qué podemos hacer?
Ya sabemos que no violan en “manada” sino en grupo y que no son monstruos o enfermos, sino “hijos sanos del patriarcado” pero esto, ¿qué quiere decir?
Hablemos de masculinidad.
Si bien hay muchas formas de ser varón hay una “masculinidad hegemónica” en la que los varones desde su nacimiento son socializados. La “masculinidad hegemónica” es ese mandato de ser fuertes y valientes, de ser agresivos y ejercer el poder. Es el mandato de dominar, de llevar adelante una sexualidad siempre activa, de ser proveedores y jamás demostrar miedo o temor. Es la imagen de masculinidad a la que todos los hombres deben parecerse. Esta masculinidad es creada en la cultura, es social e histórica. No es una condición con la que se nace sino un estado precario que los varones deben conquistar con mucha dificultad a través la reproducción de estos mandatos y roles y de demostraciones permanentes de virilidad.
A su vez, la masculinidad es de aprobación homosocial, es decir, que son otros varones lo que te admiten en el mundo de los varones y no es una adquisición qué se eterniza una vez conquistada sino algo que debe reafirmarse a lo largo de toda la vida.
Así, gritar, pegar, lastimar, violentar o violar son algunas de las conductas necesarias y hasta a veces deseables para los varones en pos de alcanzar la tan deseada masculinidad.
Por un lado la violación busca someter a las mujeres, humillarlas, castigarlas. Como dice Rita Segato, “la violación no es un acto sexual sino fundamentalmente un acto de poder, de dominación”. La violación también está dirigida a otros hombres, a ese grupo de pares que te observa y te vigila sobretodo cuando hablamos de una violación grupal. Ahí el sometimiento de la mujer es a su vez un acto de demostración a los demás presentes. Es un acto de construcción y conquista de masculinidad que ansía el reconocimiento de sus pares.
El hecho de que sean jóvenes en el caso de la violación grupal de Palermo es para analizar, porque es especialmente en la juventud en donde los varones dan el paso de ser niños a ser “hombres” y es en ese momento en donde más demostraciones de virilidad deben dar en la construcción de su hombría.
¿Podrían no hacerlo? Claro que sí, hay muchos varones que no violan y a esta altura es difícil creer que varones que transitaron su adolescencia al calor de la cuarta ola feminista no hayan tenido acceso a información que contradiga esos mandatos, que cuestione su reproducción o que incite a la reflexión sobre la violencia del patriarcado. Claro que saben que está mal, no es falta de conocimiento, pero pesa más en ellos la obediencia a la cofradía masculina.
Necesitamos promover masculinidades por la igualdad dice Lucho Fabbri. Sí para pertenecer al mundo de los varones es condición la violencia, el maltrato y la crueldad ¿qué mundo es posible para nosotras? ¿Y qué mundo es posible para esos varones también? Tenemos que poner en jaque la masculinidad, sus mandatos, sus roles, sus pactos. Para Rita Segato “los hombres tienen que redirigir lo que es ser hombres porque sino van a estar atrapados en una ola de violencia”.
¿Y cómo hacemos? A problemas complejos nunca hay respuestas sencillas. La masculinidad es creada en la cultura y el patriarcado está demasiado arraigado en todos nosotres como para creer que vamos a encontrar soluciones mágicas.
Me animo a pensar que un paso importante es traicionar el pacto de la masculinidad. Que los varones rompan con la cofradía, desde los actos más pequeños y cotidianos hasta en los más aberrantes. Que no busquen delimitarse de esos “malos hombres” convertidos en “monstruos” volviendo así imposible todo tipo de identificación. Que cuestionen sus roles, sus privilegios y su poder. Que se animen a pensar en cómo la masculinidad es también un mandato que los ata y condiciona, que no tienen todo para ganar en el patriarcado, de hecho, tienen mucho para perder.
¿Y nosotras? También tenemos que animarnos a pensar que de lo que hacemos sostiene la masculinidad hegemónica. ¿Qué varones deseamos las mujeres heterosexuales? ¿Privilegiamos la sensibilidad, la empatía o buscamos varones que responden a los estereotipos masculinos de fuerza, agresión y poder?
Estas reflexiones no buscan justificar ninguna acción aberrante ni quitar responsabilidad sino intentar comprender su naturaleza para que podamos pensar cómo evitar que sigan sucediendo.
Queremos una justicia que intervenga y que actué con celeridad condenando a los violadores, pero también queremos ir más allá. No podemos desde los feminismos quedarnos atrapadas en la encerrona del punitivismo que ya probó sus enormes limitaciones.
Considero también que tenemos que tomarnos en serio el desarrollo de políticas públicas con perspectiva de género para las masculinidades. Para no caer en el voluntarismo individual, en fundamental pensar en el rol del Estado. Las escasas políticas de géneros que hay están destinadas casi en su totalidad a las mujeres y diversidades. La línea “Hablemos” para varones que ejercen violencia del Ministerio de Géneros y Diversidad Sexual de la Provincia de Buenos Aires es un inicio, pero todavía falta mucho. Hay que trabajar con los varones desde las edades más tempranas, en ese sentido la efectiva implementación de la ESI se vuelve fundamental.
El trabajo con las instituciones mediática, educativa, judicial etc. también es clave. Estas instituciones refuerzan esa masculinidad hegemónica y al hacerlo refuerzan los espacios de poder.
En este nuevo 8 de marzo desde los feminismos sabemos que aún nos falta mucho camino por recorrer. Nos duele cada femicidio, cada abuso y violación, cada desaparición y violencia perpetrada hacia nosotras y nuestra comunidad. El horizonte de un mundo en donde no estemos en peligro parece muy lejano pero también sabemos que hicimos muchas cosas que hasta hace poco parecían imposibles.
Creamos un movimiento de masas e incorporamos a la política a una generación de pibas, dimos disputas culturales y cambiamos sentidos comunes existentes. Institucionalizamos reclamos de nuestro movimiento a partir de la creación de ministerios y secretarías, desarrollamos un cuerpo de leyes qué nos respaldan y conquistamos derechos.
Sabemos que falta mucho pero sabemos también nuestro movimiento avanza de manera eficiente y creativa. Confió en nosotres para seguir elaborando estrategias comunes, colectivas, disruptivas para transformar las estructuras de desigualdad en las que vivimos y para construir horizontes en donde reine el amor y la igualdad.
Por Ana Etcheverry – Lic. en Sociología y militante de Mala Junta y del Frente Patria Grande – Lealtad y ternura.