8M – La política de estar juntas

“¿Y por qué los hombres no tenemos un día, a ver?” sigue siendo una de las frases que más escuchamos en boca de quienes aún no comprenden que flores, bombones y un “feliz dia de la mujer”no es lo que exigimos cada 8 de marzo.

Celebrar no es exactamente lo que buscamos, sino cuestionar, discutir, debatir, y conmemorar la lucha de las mujeres ante las injusticias que vivimos constantemente, como aquel marzo de 1848 donde la primera convención nacional por los derechos de las mujeres en Estados Unidos pone sobre la mesa la necesidad de avanzar hacia una sociedad más justa y equitativa, mostrando la desigualdad de género, social, salarial, cívica y política que sufrimos las mujeres desde la creación de la humanidad.

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Marzo no es un mes más. En 1857 miles de mujeres estadounidenses e inmigrantes salieron a las calles de Nueva York a reclamar por lo que hoy nos parece completamente lógico: la reducción de la jornada laboral eterna, mejoras en las condiciones de trabajo y ponerle fin al trabajo infantil. Este reclamo sembró semillas en la sociedad y fue seguido de varias movilizaciones que pusieron en agenda la desigualdad de género y la situación crítica de las mujeres trabajadoras, pero fue el asesinato de 146 mujeres quemadas vivas en una fábrica de Estados Unidos mientras ejercían el derecho a huelga lo que verdaderamente movilizó a la sociedad, generando un cambio profundo en la legislación laboral y marcando el mes de marzo como histórico para nosotras.

Tras siglos de lucha por la equidad y la visibilización, en 1975 la Organización de Naciones Unidas establece el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer para llevar a cabo acciones a nivel mundial tendientes a erradicar la desigualdad social, laboral, económica y política entre hombres y mujeres, siendo esta última una de las formas más sutiles y vigentes de identificar cuántos derechos hemos conquistado y cuántos aún nos faltan.

Es en la política donde las mujeres encontramos una forma de garantizar derechos y equidad, donde nos vemos dejando de lado los partidos políticos y priorizando las injusticias, la voz de quienes no son escuchados, la sensibilización en temas que abarcan a toda la sociedad y es allí donde encontramos la herramienta transformadora que vela por el bien de la polis.

Empecé mi carrera laboral y política creyendo que el cupo femenino era un simple parche y que la solución recae en políticas públicas de fondo, estructurales y mayormente educativas… hasta que vi con mis propios ojos lo que nos cuesta llegar a los lugares de poder y de toma de decisiones por el simple hecho de ser mujeres. Entendí que  los hombres mediocres en lugares de poder abundan. Las mujeres no. Entonces la meritocracia deja de ser una excusa, ¿no?.

Existen diversas teorías con perspectiva feminista que establecen que las pocas mujeres que llegan a lugares de poder lo hacen siguiendo algún patrón que las hace “sobresalir, resaltar” de entre los candidatos hombres que históricamente vienen ocupando esos puestos sin ser cuestionados. 

Una teoría es la asociación de esa mujer a un hombre con poder, como por ejemplo “las hijas de, esposas de, sobrinas de” , lo cual hace creer a la sociedad que el mérito de estar en ese lugar de toma de decisión depende enteramente del hombre “gracias al cual llegó ahí” para el imaginario social, y no de ella.

Otra teoría es la táctica de “invisibilización”, mediante la cual una mujer mantiene bajo su perfil, no genera sobresaltos ni ruido político en la sociedad, se mantiene en las sombras acomodándose a los puestos a los que llegue y aceptando estar rodeada de hombres que muchas veces se llevarán su rédito político.

Existe también la “masculinización” de la mujer… esas mujeres que se mueven políticamente en espacios asociados a los hombres, a lo masculino, muchas veces a lo turbio, lo políticamente incorrecto, lo contrario a lo que se espera de una mujer en un mundo patriarcal. Un ejemplo serían aquellas mujeres que asumen puestos de poder en las fuerzas armadas, en la economía, en la ciencia y no en los espacios típicamente asignados a nosotras como la salud, la educación, el desarrollo humano y aquellos asociados a las tareas de cuidado que hemos sido obligadas a ejercer desde el principio de los tiempos.

Una última teoría -en busca de justificar en vano a las pocas mujeres que luego de tanta lucha logran llegar a un espacio de toma de decisiones importantes- está en calificarlas como “locas, dementes, desquiciadas, trepadoras, desalmadas”, juzgando sus carreras profesionales, sus formas y vehemencia, su salud mental, su capacidad de formar una familia y trabajar en simultáneo, descalificando su profesionalismo y audacia y reduciéndolo a sus hormonas.

La sociedad patriarcal pone en tela de juicio la “feminidad”como si hubiese un termómetro que pudiese medir qué tan femenina se debe ser y se espera que seamos en política.

“No queda bien que usen palabras fuertes en sus discursos ni malas palabras, no sean irónicas, no se enojen” son algunas de las frases que aún hoy sigo escuchando mientras hablo con el corazón en la mano y fuego en el estómago producto del enojo ancestral que arrastramos históricamente todas las mujeres cada vez que una bruja ardía en una hoguera por el miedo que le tenía- y le tiene- el género masculino a lo que no pueden controlar ni entender, entonces creen que es mejor destruirlo. Pero en el mundo de la política está sucediendo todo lo contrario: nos estamos uniendo por causas mayores a un simple puesto y estamos entendiendo que nos necesitamos juntas para transformar de raíz cada espacio en el que no se nos permitió participar durante siglos.

Hoy,gracias a la lucha de cada una de nosotras desde nuestro lugar, la política se va adaptando y transformando en un espacio donde no solamente estamos ganando terreno desde lo numérico, sino logrando visibilización desde lo sustantivo, poniendo en agenda temas transversales a la sociedad, demostrando que la equidad y la perspectiva de género es necesaria para lograr una sociedad plural, colaborativa, solidaria, participativa, despierta, empática y por sobre todo, libre.

Hoy más que nunca, seguimos juntas y fuertes cambiando la forma de hacer política.

Por Catalina Riganti – Concejal de San Isidro