20 de junio de 1820 – 20 de junio de 2020: De un prócer emblemático a un escenario incierto y enigmático


Este 20 de junio, conmemoramos un nuevo aniversario del fallecimiento de uno de los grandes patriotas de nuestro país, Manuel Belgrano, quien, un 20 de junio, pero de 1820, partía hacia la inmortalidad. Esa fecha fue insignia para ser declarada como el Día de la Bandera, en homenaje a su creador.

Artífice inobjetable de ideas y estrategias dedicadas a poder lograr consolidar una patria proveniente de las existentes Provincias Unidas del Río de la Plata, Belgrano era un acérrimo y apasionado defensor de la libertad, de la búsqueda de la independencia para lograr un desarrollo cultural y social sostenido en el esfuerzo colectivo, en la educación cívica y la expansión de la actividad agraria como la matriz productiva destinada al comercio.

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Por aquellos tiempos, la aproximada noción de Estado-Nación (como se concibe desde la modernidad), encontraba con relativo acuerdo un transversal destello independentista de la población respecto al Reino de España, y en especial de la clase política e intelectual de la que Belgrano era parte. Era el desafío inicial, afianzado casi con cierta exclusividad como prolegómeno inevitable de lo que a posteriori debía emplazarse y encaminarse para generar las condiciones que llevaran adelante criterios genuinamente nacionales, desplazados de toda clase de sectarismos y todo tipo de mezquindades que lograran establecer las columnas indispensables que permitan configurar una Nación con proyectos comunes, y regidos por principios y reglas que significaran acuerdos que contemplen los intereses de la diversidad de espectros que representaban las provincias argentinas. Demoramos 37 años desde nuestra independencia para que efectivamente nuestra pretensión de unión nacional tenga efectiva concreción, cuando logramos verter en el texto constitucional de 1853 los preceptos esenciales que dieron lugar al origen de nuestro Estado Federal, y que terminaran de tomar forma plena 6 años después, luego del Pacto de de San José de Flores, con Buenos Aires incorporándose definitivamente a la República Argentina. Ese epílogo de grandes debates y batallas, para dar inicio a nuevas etapas y objetivos nacionales, tuvo significativo fundamento en aquella decisión de darle identidad al ejército que tenía bajo sus órdenes del ejército español al que le tocaba enfrentar.        

Dos siglos después, el encuentro al que somos convocados, ante un nuevo aniversario del Día de la Bandera que se aproxima, como consecuencia coyuntural de una pandemia que puso en jaque al mundo entero, está teñido de varios interrogantes que ponen en duda manifiesta los criterios propuestos desde el Poder Ejecutivo Nacional. Es incuestionable que los alcances del COVID 19 resulta tan incierto, que el resguardo por la salud de los argentinos no deja de ser una prioridad. Sin embargo, la ponderación de los problemas que nos afectan no se reduce únicamente a la pandemia, sino que, por el contrario, nos atañen dificultades severas en materia económica, y a la vez, lo que parece ser de entendimiento secundario, la integral consideración de lo que refiere a salud en términos de lo definido por la propia OMS.  

Trazar desarraigados paralelismos resultaría cuanto menos un infortunio, y no sería conducente teniendo presente el complejo escenario en el que nos encontramos; sin embargo, ello no implica recaer en sentido contrario anulando toda clase de disidencia o aporte diferencial que pueda acercar consideraciones que brinden alternativas ante una realidad que ofrece cambios veloces y dinámicos producto del desconocimiento del cual padecemos por el coronavirus. Diálogo permanente es lo que denotaría una práctica institucional consistente, notablemente necesaria en momentos convencionales, y más aún pareciera imprescindible en momentos donde los consensos deben alcanzarse con mayor profundidad, porque las consecuencias no discriminan momentos, sujetos ni condiciones; en todo caso, las condiciones para abordar los acuerdos fundamentales dependen de quienes tienen mayores responsabilidades, y eso se reconoce por la legitimidad que otorga la decisión popular.   

Endeble favor le estaríamos proporcionando a los argentinos si desde el poder se continúa señalando como desfachatado insensato de la vida a quienes pretenden aportar ideas alternativas o distantes del discurso gubernamental respecto al indeterminado aislamiento obligatorio, cuando la ejemplaridad de la aceptación por el disenso y la construcción de los canales para componer consensos legítimos y fuertes deben tener nacimiento justamente desde el poder. Parece un oxímoron, pero no es, así debe ser; así lo pregonaban emblemas como Manuel Belgrano, o más contemporáneamente, el propio Raúl Alfonsín, muy citado por el presidente de la Nación, pero con una irrisoria puesta en práctica de las enseñanzas y legados que tanto destaca haber aprendido de él.     

No es tarde, todo lo contrario. La Argentina necesita de modo indefectible, generar y consolidar criterios que revaliden aquellos propósitos que gestaran la Unión Nacional, que tuvieron una invaluable demostración de pertenencia con los colores que dieran razón a nuestra Bandera, un símbolo que nos identifica con un sentido de pertenencia. En estos momentos, necesitamos repensar los posicionamientos coyunturales y estructurales para nuestro país, afianzando principios y políticas que surjan siempre del diálogo y el consenso, de acuerdos obtenidos por ese ejercicio constante e ineludible, para sortear las mezquindades y egoísmos, que al igual que hace 200 años, se necesita para superar obstáculos para permitirnos generar políticas que trasciendan a quienes circunstancialmente les toca intervenir tomando decisiones.

Por Sebastian Salvador – Diputado Nacional